Núm. 15 Tercera Época
 
   
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JOSÉ LUIS CUEVAS
BESTIARIO IMPURO
 
 
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Arriesgo algunas primeras ideas: leen lo que leen por recomendaci&oacute;n de sus pap&aacute;s o alg&uacute;n pariente; porque es lo que hab&iacute;a en la casa;porque fue un encargo de la escuela, o los profesores o algún compañero les dijeron que ese era un libro que había que leer; porque es “lo que se está leyendo” en el grupo o sector social, cultural, religioso o económico al que se pertenece, el cual, a su vez, puede ser influido –no sólo en ese sino en otros gustos– por vecinos, compañeros de trabajo o mass media. O bien porque –aun cuando todos los factores anteriores son importantes– el joven, la joven, ha definido ya una serie de preferencias personales –que no necesariamente tienen que ver con las que le han inculcado o intentado inculcar– y elige un texto, movido(a) por la curiosidad, el interés, el conocimiento previo, la necesidad que tenga de dicha lectura, sin que ésta le haya sido presentada por persona alguna.

          Parecería que lo anterior responde cabalmente a las preguntas que he venido planteando. Sin embargo, una rápida encuesta realizada en casi cualquier grupo de jóvenes podría arrojar resultados que echaran por tierra lo idílico de las respuestas anteriores, pues si se releen, se podrá ver que, en todas, la lectura se ejercita, se recomienda, se asume como una actividad que ocurre, como irse a la cama o cruzar una calle, es decir, como algo que hacemos todos los días. Y sabemos que, en realidad, no es así.

          Vayamos por partes. Señala el escritor Guy Davenport en un ensayo titulado “Mis lecturas”:

Ningún maestro de primaria o secundaria ni siquiera aludió por acaso que la lectura fuera una actividad normal, y yo tuve que aceptar, como lo hizo mi familia, que esta era parte de mi aflicción como retardado (p. 44).

para más adelante agregar:

Los estudiantes me dicen con frecuencia que un autor se les echó a perder por culpa de un maestro de inglés de la secundaria; todos sabemos lo que esto significa. El maestro más necio del mundo estuvo a punto de cerrarme las puertas de Shakespeare, y hay muchos escritores a quienes probablemente disfrutaría si no fuera porque entusiastas sospechosos me los recomendaron. […] Creo que aprendí muy pronto que los juicios de mis maestros eran probablemente un testimonio de su ignorancia (p. 46).

Se me podrían rebatir las citas anteriores señalándome que Davenport es estadunidense, y que lo escrito por él aplica para la realidad de aquel país y no la del nuestro. Yo matizaría señalando que es una problemática común, no sólo al norte, sino en el resto de nuestro continente. Hace algunos meses, en el Diario de Xalapa, apareció una nota con el siguiente título: “Con aprendizaje insuficiente 44 por ciento de los mexicanos de 15 años: CEPAL”. Luego, en el primer párrafo de dicha nota, firmada por Francisco J. Martínez y Guillermo Ríos, se puede leer:

El 44 por ciento de los jóvenes de 15 años en México son incapaces de realizar tareas elementales como hacer inferencias de baja dificultad, encontrar el significado de partes definidas de un texto y usar algún conocimiento para entenderlo…

Más adelante el texto dice:

especialistas en el aprendizaje del español y la expresión escrita, señalaron que los resultados del Examen de Calidad y Logros Educativos (Excale), del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) plantean la necesidad de reformular la didáctica del área.

Agregan que esto se vuelve necesario porque “los resultados de la evaluación arrojaron un balance muy por debajo de los parámetros establecidos, incluso en las escuelas de educación privada”. A causa de lo anterior,


Los estudiantes de secundaria no logran dominar los conocimientos y habilidades básicas considerados en los planes y programas de estudio y están lejos de utilizar la escritura como medio para apelar, opinar, persuadir, relatar y describir.

O lo que es lo mismo: no hay escritor sin lecturas.

¡Ah, ok!, entonces lo poco y lo mal que se lee es a causa de lo mal planteada que está la enseñanza del español desde la primaria y la secundaria. Sí, ahí podemos encontrar parte, repito parte del problema; porque, por ejemplo, Yolanda Argudín y María Luna, en el prólogo de su libro Aprender a pensar leyendo bien, señalan:

pocas personas aprenden a leer bien, gran parte de los errores cometidos por los estudiantes universitarios al realizar un examen, se debe a que no comprenden bien lo que leen o porque no saben leer en forma crítica (p. 13) (cursivas de las autoras).

Más adelante, en el mismo texto se habla del analfabetismo funcional, es decir, la falta de capacidad para entender lo que se lee. En las tres ocasiones en que se menciona dicho padecimiento el sujeto es plural: los estudiantes. No se indican las posibles causas de dicha inhabilidad, pero el libro en cuestión pretende, ese verbo utiliza, que el hipotético lector aprenda a desarrollar las habilidades para convertirse en un lector crítico.

          ¡Ah!, entonces los que no entienden, los que tienen problemas son los alumnos.

          La respuesta es tan parcial como la anterior.

 
 
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