|
|
|
|
Emma López: Exteriorizando mundos interiores |
|
En esta esquina, el analfabetismo funcional, y en
esta otra, el capital cultural
Para mucha gente, “¿Qué leen los jóvenes?” es una
pregunta retórica. Apenas una frase para mantener
o iniciar la conversación. A otros, los mueve al gesto
desdeñoso, a la (auto)descalificación a veces acompañada de gozoso cinismo, en ocasiones, de una todavía tolerable vergüenza, al juicio unánime –y por ello
generalizador y por lo mismo, injusto–: “¿Cómo que
qué leen? Pus nada… muy poco… revistas juveniles… libros de superación personal… alguna novela, un libro de cuentos… bueno, a veces…”
Así, pareciera que la pregunta de la primera línea
ha sido respondida. Lamentablemente, en una abrumadora mayoría de los casos, la respuesta es así de tajante, así de conocida, y quienes la escuchan, jóvenes
o no, sólo asienten como esos perritos que algunos
taxistas suelen colocar en el tablero de sus unidades,
aquéllos que –producto del traqueteo– mueven la cabeza hacia arriba y abajo; o bien, luego de la respuesta, quienes están involucrados en el diálogo hacen
como los familiares del pequeño joven asiático cuando éste le confiesa a su familia de mexicanos: “Tengo
que decirles algo. Creo que soy adoptado”. Y todos,
movidos por la gravedad de la declaración, nerviosos,
se ponen a hablar de las virtudes del producto que anuncia el comercial en cuestión; es decir, cambian
de tema.
¿Qué me hace entonces continuar escribiendo?
La certeza, de veras lo creo, de que las respuestas que
suelen seguir a “¿Qué leen los jóvenes?” son, debieran ser, el inicio de una discusión más amplia, más abierta, menos empeñada en imponer una visión única
del mundo, en pretender que el “no leen” o “no leen
nada” es un juicio irrebatible. ¿Por qué creo que debería ser el principio? Sencillo. Regreso a la pregunta
que a lo largo de estas líneas habré de repetir varias
veces más: ¿Qué leen los jóvenes? Si pretendo, si aspiro a responder algo medianamente sensato, a tratar
de solucionar el problema que subyace en la interrogante, debo matizar.
“Depende. Varía.” Fue lo primero que recuerdo
que pasó por mi descubierta cabecita cuando me invitaron a participar en una charla que diera respuesta a
la interrogante.
¿Cuáles jóvenes? Fue la duda que posteriormente
me asaltó. ¿Mis alumnos de la Facultad de Idiomas o
los de Letras Españolas? ¿Los que estudian traducción o docencia? ¿Los que asisten a la prepa o a la
secundaria? ¿Los que truncaron o no pudieron seguir
estudiando cualquiera de los niveles anteriores o que,
incluso, sólo tienen la primaria y, ahora a sus 15, 18 o
25 años deben trabajar? ¿Los del Tec de Monterrey, la
UNAM o el Poli? ¿Los punketos o los skatos? ¿Los darketos o los emos? ¿Los del Cetis 134 de Banderilla o los
del colegio Siglo XXI campus Las Ánimas? ¿Los de la
colonia Ferrer Guardia o los de Coapexpan? ¿Los que
tienen para comprar los libros o los que los leen en
fotocopia, prestados o en alguna biblioteca?
Complicado y vasto, pensé. Esta es una tarea para
el INEGI, volví a pensar. También recordé que si, por
una parte, las generalizaciones mucho tienen de injustas, algo suelen tener de ciertas. Decidí no desdeñarlas, no del todo.
Lo primero que me interesaba era saber ¿por qué leen lo que leen los jóvenes? Y después, ¿por qué lo leen
de la manera en que lo leen? Al hurgar en las posibles
respuestas se debe contemplar lo mismo a la familia,
que a la escuela, el entorno y, por supuesto, el libre
albedrío, la voluntad, la personal capacidad del joven
para elegir.
O como dicen que dijo el filósofo español José Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mis circunstancias”. De éstas, de las circunstancias, parte en buena medida lo
que me interesa.
Antes diré una serie de obviedades: no todos los
jóvenes han tenido los mismos maestros, ni los mismos padres o parientes; tampoco el entorno ha sido
uno solo y, por supuesto, cuando de gustos y pareceres
se trata, la diversidad se multiplica. Sin duda. A todos,
maticemos, a muchos de nosotros, quiero, deseo creer,
nos han dicho lo importante que es leer a tal o cual autor; o lo bueno que es este u otro grupo; o lo guapa o
guapo que es perengano o zutana; o lo excelente que
es ese o aquel equipo de futbol. Entonces, ¿por qué no todos hemos leído a Juan Rulfo o coincidido de manera unánime en lo buena novela que es Pedro Páramo? ¿Por qué no todo mundo advierte la calidad musical
del Lupe Esparza unplugged, o bien, buena parte de los
mayores de 30 abominan de Marylin Manson, y otros
más grandecitos ni siquiera saben quién es? ¿Por qué no todas son novias del mismo wey o todos de la misma wey? ¿Por qué no todos le iban al Chelsea cuando lo
dirigía Mourinho y algunos sin el menor pudor ni recato declaran que le van a los super poderosos potros
del Atlante, ajá, esos que dirige el profe Cruz?
Elección, albedrío, gusto… llamémosle como más
nos lata, pero tengamos en cuenta que éste no surge
de la nada, es determinado por las ya mencionadas
circunstancias. Créanme, es necesario insistir en esto
si se desea aventurar una respuesta inicial, primero a ¿Qué leen los jóvenes? y, sobre todo, a ¿por qué leen
lo que leen? Aquí hay varias posibilidades.
|