Núm. 15 Tercera Época
 
   
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Emma López: Exteriorizando mundos interiores

 

En esta esquina, el analfabetismo funcional, y en esta otra, el capital cultural

Para mucha gente, “¿Qué leen los jóvenes?” es una pregunta retórica. Apenas una frase para mantener o iniciar la conversación. A otros, los mueve al gesto desdeñoso, a la (auto)descalificación a veces acompañada de gozoso cinismo, en ocasiones, de una todavía tolerable vergüenza, al juicio unánime –y por ello generalizador y por lo mismo, injusto–: “¿Cómo que qué leen? Pus nada… muy poco… revistas juveniles… libros de superación personal… alguna novela, un libro de cuentos… bueno, a veces…”

          Así, pareciera que la pregunta de la primera línea ha sido respondida. Lamentablemente, en una abrumadora mayoría de los casos, la respuesta es así de tajante, así de conocida, y quienes la escuchan, jóvenes o no, sólo asienten como esos perritos que algunos taxistas suelen colocar en el tablero de sus unidades, aquéllos que –producto del traqueteo– mueven la cabeza hacia arriba y abajo; o bien, luego de la respuesta, quienes están involucrados en el diálogo hacen como los familiares del pequeño joven asiático cuando éste le confiesa a su familia de mexicanos: “Tengo que decirles algo. Creo que soy adoptado”. Y todos, movidos por la gravedad de la declaración, nerviosos, se ponen a hablar de las virtudes del producto que anuncia el comercial en cuestión; es decir, cambian de tema.

          ¿Qué me hace entonces continuar escribiendo? La certeza, de veras lo creo, de que las respuestas que suelen seguir a “¿Qué leen los jóvenes?” son, debieran ser, el inicio de una discusión más amplia, más abierta, menos empeñada en imponer una visión única del mundo, en pretender que el “no leen” o “no leen nada” es un juicio irrebatible. ¿Por qué creo que debería ser el principio? Sencillo. Regreso a la pregunta que a lo largo de estas líneas habré de repetir varias veces más: ¿Qué leen los jóvenes? Si pretendo, si aspiro a responder algo medianamente sensato, a tratar de solucionar el problema que subyace en la interrogante, debo matizar.

          “Depende. Varía.” Fue lo primero que recuerdo que pasó por mi descubierta cabecita cuando me invitaron a participar en una charla que diera respuesta a la interrogante.

          ¿Cuáles jóvenes? Fue la duda que posteriormente me asaltó. ¿Mis alumnos de la Facultad de Idiomas o los de Letras Españolas? ¿Los que estudian traducción o docencia? ¿Los que asisten a la prepa o a la secundaria? ¿Los que truncaron o no pudieron seguir estudiando cualquiera de los niveles anteriores o que, incluso, sólo tienen la primaria y, ahora a sus 15, 18 o 25 años deben trabajar? ¿Los del Tec de Monterrey, la UNAM o el Poli? ¿Los punketos o los skatos? ¿Los darketos o los emos? ¿Los del Cetis 134 de Banderilla o los del colegio Siglo XXI campus Las Ánimas? ¿Los de la colonia Ferrer Guardia o los de Coapexpan? ¿Los que tienen para comprar los libros o los que los leen en fotocopia, prestados o en alguna biblioteca?

          Complicado y vasto, pensé. Esta es una tarea para el INEGI, volví a pensar. También recordé que si, por una parte, las generalizaciones mucho tienen de injustas, algo suelen tener de ciertas. Decidí no desdeñarlas, no del todo.

          Lo primero que me interesaba era saber ¿por qué leen lo que leen los jóvenes? Y después, ¿por qué lo leen de la manera en que lo leen? Al hurgar en las posibles respuestas se debe contemplar lo mismo a la familia, que a la escuela, el entorno y, por supuesto, el libre albedrío, la voluntad, la personal capacidad del joven para elegir.

          O como dicen que dijo el filósofo español José Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mis circunstancias”. De éstas, de las circunstancias, parte en buena medida lo que me interesa.

          Antes diré una serie de obviedades: no todos los jóvenes han tenido los mismos maestros, ni los mismos padres o parientes; tampoco el entorno ha sido uno solo y, por supuesto, cuando de gustos y pareceres se trata, la diversidad se multiplica. Sin duda. A todos, maticemos, a muchos de nosotros, quiero, deseo creer, nos han dicho lo importante que es leer a tal o cual autor; o lo bueno que es este u otro grupo; o lo guapa o guapo que es perengano o zutana; o lo excelente que es ese o aquel equipo de futbol. Entonces, ¿por qué no todos hemos leído a Juan Rulfo o coincidido de manera unánime en lo buena novela que es Pedro Páramo? ¿Por qué no todo mundo advierte la calidad musical del Lupe Esparza unplugged, o bien, buena parte de los mayores de 30 abominan de Marylin Manson, y otros más grandecitos ni siquiera saben quién es? ¿Por qué no todas son novias del mismo wey o todos de la misma wey? ¿Por qué no todos le iban al Chelsea cuando lo dirigía Mourinho y algunos sin el menor pudor ni recato declaran que le van a los super poderosos potros del Atlante, ajá, esos que dirige el profe Cruz?

          Elección, albedrío, gusto… llamémosle como más nos lata, pero tengamos en cuenta que éste no surge de la nada, es determinado por las ya mencionadas circunstancias. Créanme, es necesario insistir en esto si se desea aventurar una respuesta inicial, primero a ¿Qué leen los jóvenes? y, sobre todo, a ¿por qué leen lo que leen? Aquí hay varias posibilidades.

 
 
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