Núm. 15 Tercera Época
 
   
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¿Qué leen los jóvenes?
Víctor Hugo Vásquez Rentería

Víctor Hugo Vásquez Rentería es licenciado en Letras Espa-
ñolas por la UV, maestro en Literatura Latinoamericana por
la NMSU. Director-fundador de Énfasis Teatro. Ha publi-
cado, entre otros libros, Inventa la memoria. Narrativa y poesía
del sur de México y Póquer con dama. Cinco cuentistas mexicanos.

En 2011 aparecerá su libro Cuentos para niñas.

Para mi carnalito David, quien cuando tenía seis años,
intentó enseñarme a leer a mí, que tenía cinco

Acerca de los daños que causan la lectura y la escritura

Leer es peligroso. Maticemos: leer puede ser peligroso. Escribir es causa de menosprecio. Precisemos: escribir es otro de los nombres del ocio. Ya en ciertas infancias, señala el escritor español Antonio Muñoz Molina en su libro Las apariencias, nos “avisan que el mucho leer empalidece y debilita a la gente y la vuelve arisca y lunática…” (p. 75). Por su parte, el notable cuentista Agustín Monsreal, en un libro tan jocoso como irreverente, La banda de los enanos calvos, vierte el siguiente diálogo:

–Oye, ¿y tú a qué te dedicas?
–Soy escritor.
–Sí, sí ya sé que eres escritor, pero ¿en qué trabajas? ¿De qué vives? (p. 11).

¡Ah, caray!, pero ¿por qué es peligrosa la lectura? ¿Para quién? Para muestra basten tres botones.

          A la Tailandia de finales del siglo XIX llega la institutriz británica Ana Leonowens (Jodie Foster), contratada por el rey de Siam, el fogoso Mongkut (Chow Yun Fat), para que eduque a sus 58 vástagos. En una de las múltiples discusiones que tienen a lo largo de la película, Ana le reclama airadamente al rey que le haya dado a su hijo –de Ana– un cigarrillo para fumar y le pide que no influya de manera perniciosa en la educación que ella le inculca a su pequeño. El rey, en tono serio, le responde que él dejará de enseñarle cosas nocivas, siempre y cuando ella deje de hacer lo mismo con el hijo del rey, pues Ana le ha dado a leer al futuro heredero del trono La cabaña del tío Tom, novela antiesclavista de la autora estadunidense Harriet Beecher Stowe.

          A este respecto señala Alberto Manguel, escritor argentino radicado en Canadá:

No es casualidad que en los siglos XVIII y XIX se aprobaran leyes prohibiendo a los esclavos que aprendieran a leer, inclusive la Biblia puesto que (se argumentaba con justeza) todo aquel capaz de leer la Biblia puede leer también un tratado abolicionista (p. 59).

En el siglo XIV, cuenta Umberto Eco en su novela El nombre de la rosa que ante una serie de asesinatos que ocurren en una abadía del norte de Italia, el emperador manda a William de Baskerville a indagar la causa. Ésta se halla estrechamente ligada a la lectura de ciertos libros, los cuales no se encuentran colocados en los estantes de la biblioteca, sino resguardados en un área a la que sólo se tiene acceso mediante un permiso especial. ¿Qué contienen estos libros? Lo mismo que todo buen libro: conocimiento. Y esto lo saben muy bien las altas autoridades eclesiásticas que comandan la abadía, es decir, ese pequeño y poderoso mundo que tiene sus propias reglas y jerarquías. Y como sabemos, vuelvo a Manguel,

Una sociedad necesita impartir el conocimiento de sus códigos a sus ciudadanos, de modo que puedan desempeñarse activamente en ella; pero el conocimiento de ese código, más allá de la simple habilidad para descifrar un eslogan político, un anuncio o un manual de instrucciones básicas, permite a esos mismos ciudadanos cuestionar esa sociedad, desvelar sus males y tratar de remediarlos. El mismo sistema que permite funcionar a una sociedad ofrece el poder para subvertirla, para bien o para mal (p. 60).

          Cuenta la autora inglesa Mary Wollstonecraft Shelley en su más famosa obra que Víctor Frankenstein, obsesionado por la idea de la muerte, se dedica a hacer una serie de experimentos con los que intenta generar vida. De esta manera, se aboca durante meses de trabajo a crear un ser. Así, con sus conocimientos de física, la búsqueda de restos humanos en tumbas abandonadas, y descargas magnéticas, Víctor Frankenstein logra lo que parecía imposible: dar vida. Sin embargo, al ver la deformidad y fealdad del ser que ha creado huye de él, y cada que éste intenta hacerse escuchar, lo rechaza. Dolida, la creatura también huye. Pronto ésta, merced a una inteligencia asombrosa, aprende a hablar observando cómo lo hace una familia que vive en el bosque. En esta familia, el joven Félix enseña a la pequeña Safie a través de un libro, Ruins of Empires, lo cual le permite a la creatura no sólo descifrar periodos históricos y conocer la geografía y la política, sino también experimentar emociones y tener sentimientos. Éstos se intensifican cuando el infortunado monstruo encuentra en el bosque tres libros: Las vidas de Plutarco, El paraíso perdido de Milton y Las cuitas del joven Werther de Goethe. Éstos lo llevan del éxtasis al abatimiento más profundo, le hacen conocer sentimientos desprovistos de egoísmo así como deseos vivos que lo enfrentan al extrañamiento ante la muerte y el suicidio, lo llevan a confrontar el placer y el dolor, así como a la maravilla y el horror de ver al Dios omnipotente trabado en guerra contra sus creaturas, es decir, la imaginación, el desaliento, el goce y la pena, lo cual no es poco.

           Hasta aquí, lo concerniente a los peligros a que nos expone la lectura.

          Ahora veamos ¿quién menosprecia la escritura? ¿Cómo la menosprecia?

 
 
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