- Martha González, Patricia Zamudio y Carlos Garrido, participaron en la mesa de diálogo “Música y migración en México”
- La actividad se realizó en el marco del Foro Música, Historia y Ciencias Sociales, organizado por el IIH-S y el CIESAS-Golfo

Los ponentes coincidieron al decir que la música no solo acompaña a la migración, también la transforma
Paola Cortés Pérez
Fotos: Omar Portilla Palacios
04/07/2025, Xalapa, Ver.- La música no sólo acompaña los procesos migratorios, sino que también los transforma, es memoria, identidad, herramienta de organización y un puente entre el desarraigo y la reconstrucción, compartieron participantes en la mesa de diálogo “Música y migración en México” del Foro “Música, historia y ciencias sociales: Una mirada desde Veracruz”.
El evento académico, que reúne a investigadores, docentes y estudiantes interesados en el tema, es organizado por el Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales (IIH-S) de la Universidad Veracruzana (UV) y el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS).
En la mesa de diálogo estuvieron: Martha González, académica de la Claremont College; Patricia Zamudio Grave, investigadora del CIESAS, Unidad Golfo, y Carlos Garrido de la Calleja, investigador del IIH-S.
Martha González, músico y activista cultural, compartió la experiencia del Colectivo Poder Comunitario en Los Ángeles, California, Estados Unidos, con énfasis en el uso de la música como una herramienta para la organización social y la visibilización de las luchas de comunidades migrantes, especialmente vendedores ambulantes.
También habló del trabajo de Margarita González, poeta migrante y organizadora comunitaria, quien, a través de formas poéticas tradicionales como la décima espinela, expresa las experiencias de resistencia y dignidad de quienes sobreviven en contextos de precariedad.
“Margarita les escribe a los vendedores ambulantes, a quienes hacen cultura en las calles, y yo les canto”, contó la investigadora al explicar cómo la música es parte integral de las movilizaciones sociales y no un simple ornamento. La práctica artística, sostuvo, “es sagrada y útil, porque denuncia y transforma”.
Carlos Garrido reflexionó sobre la función emocional y social de la música en cada etapa del proceso migratorio: desde la salida, el tránsito, el cruce, hasta el retorno o la remigración.
“La música en migración nos permite recordar quiénes somos, nos permite volver a ser y también dejar de ser”; subrayó que en contextos universitarios la música puede ser una vía poderosa para sensibilizar sobre la realidad de estudiantes desplazados por violencia, migrantes de retorno o personas en situación de refugio. “¿Para qué la música? Para resistir, para celebrar, para sanar, para vivir”, destacó.
Finalmente, Patricia Zamudio abordó su experiencia personal como migrante en Estados Unidos y cómo su identidad se reconstruyó a través de la música norteña, un género que había dejado atrás en su juventud y que redescubrió en contextos migrantes.
Desde las calles de La Villita en Chicago hasta los bailes en El Chamizal, relató cómo la música le permitió reconocerse como sinaloense y como parte de una comunidad diversa pero unida por sus sonidos y ritmos.
“La música me hizo sinaloense, me dio una identidad cuando la migración me había fragmentado”, confesó conmovida.
También señaló que ciertos géneros musicales son estigmatizados o invisibilizados en los círculos académicos, y cómo eso refleja jerarquías sociales que es necesario cuestionar.
La mesa concluyó con un intercambio de experiencias entre el público y los ponentes, en donde quedó claro que la música es una herramienta viva de memoria, comunidad y transformación, especialmente en contextos marcados por el desarraigo y la búsqueda de pertenencia.
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