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Episcopado de la Primera República Federal validó la Independencia

  • Siempre defendió la autonomía de la Iglesia, expuso el historiador Sergio Francisco Rosas Salas

 

 

La pretensión del Episcopado mexicano fue una Iglesia libre en un Estado libre

 

Karina de la Paz Reyes Díaz

 

30/10/2017, Xalapa, Ver.- Entre 1824 y 1834, los años de la primera República Federal, los obispos mexicanos nombrados a partir de 1831 sostuvieron un proyecto de Iglesia católica independiente y soberana del poder civil, protegida constitucionalmente por un Estado nacional, también independiente y soberano de cualquier otra potestad, explicó el historiador Sergio Francisco Rosas Salas, del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego” de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP).

El académico presentó la conferencia «El episcopado mexicano y la nación católica: un proyecto del país en la 1ra. República Federal (1824-1834)», el viernes 6 de octubre, en el marco del Seminario de Historia Intelectual/Historia Cultural, cuya sede es el Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales de la Universidad Veracruzana.

Los acercamientos de Sergio Francisco Rosas a este tema se derivan de su tesis doctoral, donde exploró la figura de Francisco Pablo Vázquez, primer ministro plenipotenciario del México independiente ante la Santa Sede.

Rosas Salas destacó que investigaciones al respecto datan de la década de los setenta y se hicieron con fuentes disponibles en aquel periodo. No obstante, con los archivos diocesanos por fin abiertos a consulta pública, las bibliotecas de fondo antiguo –que en aquel entonces tampoco estaban disponibles y permiten rastrear las raíces intelectuales de estos movimientos– y los archivos locales, es posible ofrecer nuevas perspectivas de la relación Iglesia-Estado-sociedad, mismas que “marcarán el derrotero de la vida política, social y cultural del país en esa época”.

Tal postura liberal defendió principios básicos, por ejemplo, que la Iglesia sólo podría ser gobernada por las autoridades eclesiásticas, pero al mismo tiempo exigía la protección del Estado mexicano, con base en el Artículo 3 constitucional.

Dicho artículo, detalló, estipulaba que la nación establecía el culto del catolicismo, con exclusión de cualquier otra religión, y que la Iglesia sería protegida con leyes sabias y justas.

De acuerdo con el investigador de la BUAP, la propuesta afianzó un proyecto eclesial que marcó las relaciones entre Iglesia-Estado-sociedad entre la Independencia y la Reforma Liberal, cuando Benito Juárez, en el puerto de Veracruz, decretó finalmente la independencia entre ambas potestades en 1859.

 

Sergio Francisco Rosas Salas participó en el Seminario de Historia Intelectual/Historia Cultural

 

“Pero también sirvió para que la jerarquía eclesiástica mexicana ofreciera su completo apoyo a la Independencia y al nuevo proyecto nacional. Se trató de un proyecto de Iglesia independiente y soberana del poder civil, pero profundamente defensora de la Independencia de México, aspecto especialmente importante en dos sentidos: en cuestión de política y relaciones culturales (porque siempre tuvieron que estar pendientes de Europa, pues la Independencia fue reconocida hasta 1836 por España y la Santa Sede).”

Remarcó que se trataba de una visión distinta de Iglesia, pues más adelante se gestó un franco enfrentamiento con el Estado, cuyo ejemplo cumbre es el periodo del conflicto armado denominado la Cristiada (1926-1929).

En su exposición, Rosas Salas fijó cuatro grandes problemáticas del tema: la primera fue la definición del patronato, toda vez que era una atribución del rey de España, para obtener beneficios eclesiásticos y recaudar el diezmo. “El clero mexicano dirá, acabada la Independencia, ‘se acabó el patronato’ ”.

Para el investigador, se trata de uno de los elementos centrales, pues la raíz de tal pensamiento es liberal: “Pareciera que la Iglesia quedó como el gran actor conservador; sin embargo, las nuevas investigaciones apuntan a que este sector estaba en contacto con los grandes pensadores de ese momento en Francia y Holanda. El abate de Pradt (Dominique-Georges-Frédéric Dufour de Pradt) es el gran modelo que está en discusión y yo he ubicado sus libros en las bibliotecas de Guadalajara, la Palafoxiana de Puebla y la Nacional, y no están uno o dos tomos, sino obras completas”.

El segundo problema es el reconocimiento de la Santa Sede, pues no fue fácil que Roma aceptara la Independencia de México; el tercero, es el nombramiento de la nueva jerarquía eclesiástica, pues en 1829 murió el obispo de Puebla y último del virreinato de la Nueva España, Antonio Joaquín Pérez Martínez.

“Después de la Independencia no habrá más nombramientos eclesiásticos, precisamente porque no hay definición del patronato y porque no se ha reconocido la Independencia”, precisó. “Si ahora nos puede parecer un problema sencillo, en ese entonces era un asunto mayúsculo para una nación católica”, añadió.

Asimismo, citó que la misión de Francisco Pablo Vázquez se enfocó en la obtención de obispos y lo consiguió en 1831, nombrando lo que se conoce como la primera generación de los obispos mexicanos: Francisco Pablo Vázquez, obispo de Puebla; Juan Cayetano Gómez de Portugal, de Michoacán; José Miguel Gordoa, de Guadalajara; Fray José María de Jesús Belaunzará, de Linares, Nuevo León, y fray Luis García de Chiapas.

“Ellos defendieron las posturas ya esbozadas ante la Reforma Liberal y éste es el cuarto gran problema”, subrayó el conferencista, pues entre 1833 y 1834 las autoridades civiles, impulsadas por el vicepresidente Valentín Gómez Farías, promovieron una reforma que tenía como objetivo fortalecer el poder civil frente a cualquier otra corporación, lo que implicó un enfrentamiento directo con la Iglesia.

“Todos estos problemas configuran una discusión que obligó a definir no sólo la relación entre la Iglesia y el Estado, sino al Estado y la Iglesia misma.”

Finalmente, citó que fueron tres los momentos definitorios de tales problemáticas: la jerarquía eclesiástica defendió ampliamente la Independencia; el rechazo que encabezó Francisco Pablo Vázquez a la intervención del poder civil en asuntos internos de la Iglesia entre 1825 y 1826; y la respuesta conjunta del nuevo Episcopado mexicano ante la primera reforma liberal de Valentín Gómez Farías.

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