Almodóvar y sus mujeres

La primera ocasión que vi una película de Pedro Almodóvar (1949-), fue siendo estudiante universitario. En lo que era mi clase de Taller de Cine I, el profe nos habló de una película que estaba causando revuelo en el mundo, por lo que decidió «¡Bajarla de la antena!», para que la viéramos en clases. Eran días cuando las antenas parabólicas se habían sumado al paisaje urbano de algunas ciudades. Así que en una de nuestras clases pudimos ver a Carmen Maura y a la imperdible Rossy de Palma, ser parte de un universo femenino desde el que se nos hablaba de las venturas y desventuras que tras una separación vivía la protagonista y un puñado de amigas, a la luz del un tono gozoso, locuaz que su director le imprimía a la trama.

Creo recordar que, cuando aquella película se hizo con el premio Oscar, a la mejor película en habla no inglesa, mi amigo El Cubano -siendo yo en aquel momento el titular de Taller de Apreciación Cinematográfica y del Cine Club de la Universidad Cristóbal Colón-, me propuso un ciclo con las películas underground de Almodóvar, es decir, los viejos filmes que -por entonces- de manera clandestina, algunos habíamos podido ver: Pepi, Lucy, Bon y otras chicas del montón (1980), Laberinto de pasiones (1982), Entre tinieblas (1983), ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984) y Matador (1986); propuesta que me entusiasmo, pero que sabía teníamos que contar con la licencia de nuestra autoridades, quienes vieron con buenos ojos aquel ciclo, no sin recomendarnos que fuéramos responsable con el tratamiento que al final dábamos a cada historia. La campaña de promoción llevó a tener un buen número de asistentes, no sin llamar la atención que esas películas se programaran en la universidad.

Por otro lado, recuerdo que cuando se programó la película La ley del deseo (1986) aquí en Veracruz, fue en el Cine Victoria, donde solían exhibir películas pornos. Y ni modo, tuvimos que acudir a verla y, por supuesto, no dejó de llamar la atención que -entre el público asistentes- nos encontráramos a algunos profesores e intelectuales jarochos, quienes no podían dejar pasar una de las pocas oportunidades para ver aquella cinta de Almodóvar.

Ya para entonces, el cineasta manchego, había demostrado un oficio que -con el tiempo- iría madurando, para hacer de su arte un universo desde el cual reflexionar sobre los dilemas, contradicciones de la naturaleza humana, siempre al pendiente de aquellos fenómenos locales con aliento universal, de los que podía ser testigo para sentarse a contar historias, siempre de la mano del lugar que en estas narrativas podían jugar la mujeres.

Esto llevó considerarlo como un director que, junto a Woody Allen (1935- ), incluso Bergman (1918-2007), sabía contar historia femeninas desde un oficio y sensibilidad, como pocos. En lo personal, considero que Pedro Almodóvar, no sólo ha confirmado con el tiempo esa cualidad, sino que ha dado grandes obras como para considerarlo el mejor en ese terreno. No por menos, el propio Joaquín Sabina, en su Yo quiero ser una chica Almodóvar (1992), ya trazaba aquellos elementos propios de una cultura pop que caracterizaban a su cine. De entonces a la fecha.

Director de cintas como ¡Átame! (189), La flor de mi secreto (1995, Todo sobre mi madre (1999), Hable con ella (2002), entre un puñado de películas, ha llegado a la plataforma Netflix y Amazon Prime, para permitir a los aficionados al cine, disfrutar de algunas de sus cintas más memorables. Así, hace unos días se entrenó Madres paralelas (2021), en la que nuevamente cuenta una historia «propia» de mujeres, para indagar, explorar, observar los dilemas, avatares, contradicciones y solidaridades que vive un par de protagonistas que comparten al unísono su embarazo, excusa que lo posibilita colocar en el mismo entramado narrativo a otro par de generaciones para -juntas- abordar la herida que aún no cierra la España de hoy: la guerra civil y los desaparecidos del franquismo.

Más allá de lo que han opinado los críticos de cine, quienes suelen ir en busca de aquello que está más en ellos y sus creencias, antes que en la película misma, por la imposibilidad que suele haber para revelar lo que el director de una cinta hizo y se propuso (no lo digo yo, sino Gadamer desde su hermenéutica), estamos ante una película que no se requiere adjetivar, sino sólo sugerir para poder ver, pues la forma en que Almodóvar y su sello hacen para que, cada elemento que en Mujeres paralelas se muestre, sea parte de un engranaje bien aceitado, en cuyo discurso se revela una postura política del director frente a una pequeña parte de este mundo que nos ha tocado vivir. (No por menos, tengo más de 30 años que no leo una crítica de cine, con fines informativos ni de orientación).

En lo personal me ha gustado, y en la segunda oportunidad que he tenido de verla, la lectura ha sido más razonada que emocional, como fue en la primera vista; lo que me ha permitido descubrir otras cosas. Bien vale la pena echarle un ojo. Por cierto, el embarazo de ambas y las hijas (una más de las generaciones que en el filme se asoman) producto de éste, son un punto de inflexión, pero no donde se agota los alcances de la historia, creo yo. Vean si no.

Comentarios
Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *