nunca jamás en la vida ha de negarse el tiempo, la finitud; uno mismo es otro que devuelve el eco, uno es la mirada ajena bañada de olas; nunca ha de abrirse paso uno por las mares para escapar del miedo.

ni siquiera en el insomnio ha de esperar el ancla, la escollera, la red lanzada como un signo en el océano; ahí donde río y risa viven parados, leves, y donde no hay, ciertamente, pausa en el sueño.