La pintura

Entramos al monasterio por la puerta que lo conecta al Museo de Arte Sacro; unas escaleras conducían directamente hasta el segundo piso, donde encontramos el pasillo embaldosado de las celdas. —¿Quién no desea mirar, aunque sea por un momento, la vida monacal de los hombres? —. A través del ojo de la cerradura vi una pintura, un puma en posición de ataque. El animal se destacaba en un fondo azul y sus dientes eran amarillos y fieros; sus ojos rojos parecían relámpagos. Supe entonces que la bestia se relamía con un pincel oscuro todas las noches.

Un vigilante nos reprendió por haber entrado sin permiso: irrumpir en la clausura es grave para la vida espiritual. La transgresión de la clausura religiosa, hace siglo y medio, era causa de excomunión. Afuera la ciudad seguía en sus ocupaciones banales.