Núm. 2 Tercera Época
 
   
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Fernando Vilchis
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  Julio Cortazar  

Cortázar, desde luego, introdujo en sus relatos elementos muy suyos. La función social a la que hice mención, verbigracia, concierne al papel reactivador que le toca cumplir a la literatura en el entorno que la ha propiciado, estimulando en los lectores la curiosidad y la apertura hacia una “segunda realidad” que lo incite a la acción, a desprenderse de la pegajosa tela de araña de la rutina. Acorde con este propósito, el fantástico cortazariano lejos de invocar mundos alternos, finca su razón de ser en la realidad cotidiana del hombre común. Por eso los artilugios fantásticos pertenecen a la esfera de los objetos conocidos: puertas, ventanas, puentes, escaleras, cristales, fotos, peceras. Son vías de acceso a otra dimensión más profunda e inquietante que la triste, opaca e insulsa cotidianidad.

De ahí que Cortázar insista en un “fantástico abierto” que obligue al lector a involucrarse en las peripecias del relato y le permita ver el mundo con ojos asombrados, hacerle entender que no hay una sino muchas realidades.

Recordemos, a propósito de las intenciones de Cortázar, que la preocupación de implicar a los receptores en la lectura la comparten todos los practicantes del género, prueba reciente son los comentarios de Sergio Pitol vertidos en El mago de Viena (2005) a propósito de Chéjov: “El cuento moderno —dice— a partir de Chéjov, tenga o no un final preciso, requiere la participación del lector, éste no sólo se convierte en un traductor sino también en un partícipe, es más, un cómplice del autor” (el subrayado es mío). El lector, entonces, es parte de la estructura de los textos breves, pues le compete llenar los vacíos de información que el autor implícito ha dejado a la perspicacia de cada quien. El virtuosismo de Cortázar radica precisamente en permitir la libre discusión del significado de sus cuentos, que por eso asimilan varias interpretaciones a la vez y dan pie a múltiples acercamientos críticos. Ahí están para corroborarlo “Casa tomada”, “Reunión con un círculo rojo”, “Historia con migalas”, “La puerta condenada”, “Axolotl”, “La noche boca arriba”, “Las babas del diablo”…, muestra mínima de la vasta bibliografía del gran cronopio.

Por lo que se ha visto, y pese a las heterogéneas tendencias literarias cultivadas por los cuentistas, todos coinciden en aseverar que la intervención del lector es fundamental en la medida en que es pieza indispensable de los engranajes del cuento e instancia imprescindible donde éste cumple y define su destino.

Desde Horacio Quiroga los narradores hispanoamericanos han creado un genuino arte de contar, resultado de la constante búsqueda de formas de expresión legítimas. Es cierto que hay invariantes de construcción que pertenecen a la naturaleza del
cuento, como la brevedad, la exactitud enunciativa y la tensión sostenida, pero también es verdad que los continuos hallazgos técnicos y la diversidad temática demuestran sin titubeos la dinámica del género. A falta de espacio me conformo con resumir, por lo menos, cinco atributos del cuento hispanoamericano actual vistos de pasada en estas notas: 1) argumento bifurcado en dos historias paralelas que convergen en el desenlace; 2) ambigüedad de los personajes y de las
acciones que desempeñan; 3) vacíos de información; 4) diversidad de procedimientos constructivos; 5) final abierto para la intervención del lector.

A despecho de la indiferencia que muestran por la narrativa corta algunos investigadores de la literatura, el cuento ha llegado a tan alto grado de complejidad que está a la par de la novela. Razón suficiente para insertar a manera de epígrafe el comentario de García Márquez que preside esta microhistoria.

En las páginas precedentes me he mantenido apegado a la noción de que el cuento no es una invención reciente, caprichosa o efímera, producto de la moda y las exigencias del gusto. Tampoco juego gratuito de la fantasía, carente de compromiso y valor estético. Es algo más: comunión con la colectividad. Según se ha podido ver, su abolengo llega hasta épocas remotas y continuará acompañando a los hombres en sus incesantes avatares. De ahí que la expresión coloquial: “Es cuento de nunca acabar”, utilizada para designar hechos que siempre están repitiéndose sin ninguna variación, tenga una connotación diferente si le cambiamos el sentido con que solemos usarla, aplicándola a la idea de que con dicha frase también podemos aludir a la permanencia en el tiempo de la voluntad de contar, que está en perpetuo movimiento gracias a los incesantes estímulos que nutren a la imaginación.bull

 

*Crítico y antologador. Maestro en Letras
Españolas por la Universidad Veracruzana con postgrado
en literatura polaca por la Universidad de Varsovia. Fue
director de La Palabra y el Hombre.

 
 
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