Núm. 2 Tercera Época
 
   
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Fernando Vilchis
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Edgar Allan Poe

 
     

La nómina es demasiado extensa para concentrarla en unos cuantos nombres, aunque la lectura de los relatos de algunos de los maestros más reconocidos puede servir de ejemplo para demostrar la variedad de corrientes que en adelante seguirá el cuento. Inclusive en la producción de un mismo autor coinciden en ocasiones varias direcciones estéticas: del realismo a lo fantástico o de lo sentimental a lo macabro. Son los casos, entre muchos, de Hoffmann, Poe, Mérimée, Nerval, Gógol, Gautier, Dickens, Andreiev, Maupassant, Chéjov, L’Isle Adam, Stevenson, Le Fanu, Kipling, Henry James, y un larguísimo etcétera. Cada autor modelará su identidad artística de acuerdo con el grado de originalidad obtenida en la práctica de una escritura de inequívoco sello personal, que lo proyectará en el campo de las letras con la categoría de clásico. Porque el cuento consigue, en efecto, ascender a la categoría de arte en cuanto es objeto de reflexión de poéticas y teorías que consolidan las leyes y las estrategias inherentes a la dinámica y estructura que lo constituyen.

La crítica coincide en afirmar que fue Edgar Allan Poe (1809-1849) quien estableció en su conocido ensayo sobre el primer volumen de relatos de Nathaniel Hawthorne: “Review of Twice-Told Tales” —aparecido en el Graham’s Magazine de mayo de 1842—, las normas que formalizarán en adelante los elementos de composición del “cuento canónico”, denominado así por el estricto apego a las reglas establecidas en ese agudo análisis. Para el autor norteamericano, cuya influencia es perdurable según consta en Horacio Quiroga y Julio Cortázar, por citar dos nombres ilustres de la cuentística hispanoamericana, tres son los requisitos para la ejecución de un cuento que aspire a la calculada proporción de su arquitectura interna: la brevedad y la unidad de efecto e impresión. De la conjunción de
estos elementos resulta, en consecuencia, que el cuento así concebido debe mantener una sola línea argumental en estrecha alianza con una situación única que apunte hacia un desenlace imprevisto.

La teoría de Poe sentó las bases para definir en lo sucesivo la estructura básica del cuento literario que hasta entonces había sido soslayada en el terreno de la preceptiva, quizá porque el relato breve seguía catalogándose en el rubro de las formas menores osubsidiario de discursos literarios mayores. Cierto, las propiedades que Poe codificó pertenecían a la tradición enriquecida por los continuadores de Boccaccio y Chaucer. Sin embargo, sólo hacía falta que un escritor con cualidades de teórico codificara los rasgos dispersos en multitud de obras, para que el cuento alcanzara por fin la dignidad de género en la historia de la literatura occidental.

Poe sacó sus conclusiones de la experiencia que tuvo en las diferentes revistas donde colaboraba publicando cuentos y artículos de variada especie. La necesidad de extremar la condensación de los textos por las limitaciones de espacio que le imponían los editores y la obligación de mantener en vilo el interés del público, so pena de perder el empleo, hizo de su escritura un modelo de síntesis y efectividad de donde extrajo los principios de composición que desarrolló en la teoría que hasta hoy es válida, aun cuando el cuento ha sufrido continuas mutaciones desde la fecha en que la dio a conocer. Prueba de esta excelencia es que la producción de Poe ha mantenido la fuerza original pese a los embates de las modas y los experimentos, como lo prueban “El corazón delator”, “William Wilson”, “La caída de la casa Usher”, “Berenice”, “Ligeia”, “Los
crímenes de la calle Morgue”, por mencionar algunos títulos célebres de este escritor visionario que exploró con minuciosidad los tenebrosos laberintos de la mente mucho antes de que el psicoanálisis incursionara en esos dominios.

En términos generales, las ideas que sostuvo relativas a la brevedad y a la unidad de efecto e impresión siguen vigentes. En cambio, el énfasis en una sola historia y en el desenlace impactante padecieron cambios significativos desde los últimos tres lustros del xix, cuando surge Antón Chéjov (1860-1904), el genial escritor ruso que descubrirá técnicas inéditas para escribir cuentos.

En una carta fechada el 10 de mayo de 1886, Chéjov hace una serie de recomendaciones a su hermano mayor, Alexander, también literato, con el propósito de orientarlo en los azarosos caminos de la literatura, y que constituyen el centro medular de la poética del eminente cuentista, para esos años dueño de un sólido prestigio en los círculos culturales de Moscú y Petersburgo. De acuerdo con la práctica del propio oficio, él resumía en seis las condiciones que un texto debe tener para alcanzar el nivel óptimo de calidad: 1) ausencia de falsa palabrería; 2) objetividad total; 3) veracidad en las personas y los objetos; 4) brevedad extrema; 5) omisión de lugares comunes en la escritura; y 6) sinceridad. Fiel a estas observaciones, Chéjov construye sus admirables cuentos con el mínimo de acciones y la extrema carga emocional que corre impetuosa bajo el ritmo cansino de la vidacotidiana, como podemos comprobarlo en algunas de sus piezas más representativas: “La novia”, “La dama del perrito”, “Ionitch”, “Historia anónima”, “El profesor de ruso”, “Casa con desván”, “El beso”, “El estudiante”.
Y la lista puede seguir, conscientes de que su obra de madurez es un sólido sistema narrativo en el que cada relato es autónomo a la vez que mantiene relaciones internas de correspondencia con el conjunto, formando un todo orgánico que trasluce el espíritu ensimismado y melancólico del alma rusa en la decadente sociedad zarista. Los cuentos de Chéjov son el espacio de confluencia del mundo íntimo con el público.

 
 
 
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