Núm. 2 Tercera Época
 
   
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Fernando Vilchis
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  Jorge Luis Borges  

Me conformo con enunciar dos de sobra conocidas: el cuento-ensayo, donde conjunta dos géneros en apariencia disímiles, y la trama bifurcada, donde hay dos historias entrelazadas: una visible, otra sigilosa u oculta. En el primer caso, Borges omite la diferencia genérica para fundir en un solo texto dos posibilidades argumentativas; en el segundo, la verdadera diégesis no es la que captamos de primera intención sino la que emerge en el desenlace del cuento para desconcierto y sorpresa del lector. Respecto a esto último, cito algunos títulos consagrados: “El sur”, “Las ruinas circulares”, “La forma de la espada”, “Tema del traidor y del héroe”, “Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto”.

Son obras insuperables que han cambiado la concepción del cuento y la percepción del lector, acostumbrado a mantener distancia o recelo hacia la literatura. Los cuentos de Borges, por el contrario, exigen la completa entrega de quien los lee para descifrar, aunque sea en parte, el contenido polisémico de los mensajes que ocultan.

Encapsulados en los dogmatismos ideológicos, los intolerantes pasaron inadvertida la universalidad de Borges. Víctimas de la estrechez mental y la falta de sensibilidad literaria, no comprendieron que con él concluía el servilismo a un lenguaje anacrónico, afecto a los formulismos y a la adjetivación recargada, y despuntaba la creación de un idioma innovador e ilimitado hasta entonces desconocido en los dominios de la prosa, salvo las contadas excepciones de Alfonso Reyes, Macedonio Fernández y Pablo Palacio. Ahora sabemos que Borges se adelantó a la literatura posmoderna con los originales recursos que usó en la concepción de sus cuentos, en los cuales encuentro seis puntos esenciales: 1) disolución de las fronteras entre los géneros literarios; 2) articulación de dos historias, la expuesta y la soterrada; 3) conformación del relato mediante procedimientos intertextuales, intratextuales, metaficcionales y metaliterarios; 4) cancelación de los códigos del realismo por la apertura irrestricta hacia lo fantástico; 5) reformulación de la literatura en cuanto artificio del lenguaje; y 6) transformación del personaje “individual” en arquetipo de índole atemporal.

Los rasgos anotados padecerán cambios, revestimientos y transformaciones en los cuentistas sucedáneos, sean o no practicantes de lo fantástico, sin demérito del modelo que los fraguó. Antes bien, enriqueciendo los hallazgos recibidos. Esta continuidad fecunda es una demostración palpable de que el magisterio de Borges es iterativo como los sueños recurrentes de los magos de “Las ruinas circulares”.

Deseo concluir esta microhistoria haciendo un comentario, a manera de cierre, sobre Julio Cortázar (1914-1984), a quien le debemos el iluminador ensayo titulado: “Algunos aspectos del cuento”, donde expone no sólo “la dirección y el sentido” de su arte sino una poética inspirada, según precisa, en “la certidumbre de que existen ciertas constantes, ciertos valores que se aplican a todos los cuentos, fantásticos o realistas, dramáticos o humorísticos”. El trabajo mencionado circuló por primera vez en la revista Casa de las Américas, de Cuba, en el número doble 15-16 de febrero de 1963. Atenidos a la fecha de redacción, 1962, el ensayo apareció treinta años después de “El arte narrativo y la magia”, en los inicios de la revolución cubana. Es decir, en una situación histórica contraria a la que prevalecía en los años en que Borges desconfiaba de los métodos del realismo y los cuestionaba. Sin embargo, el cambio radical de las circunstancias, y el hecho de que Cortázar hubiera escrito el texto para una conferencia que dictó en un auditorio repleto de jóvenes revolucionarios, no invalidó en sustancia las ideas que Borges avisoraba acerca de la autonomía literaria. A decir verdad, las precisó y profundizó, remitiéndose a lo largo de la disertación a la práctica personal de escritor como soporte de sus argumentos.

Éstos atañen a la estructura del cuento y al desempeño de la literatura en la sociedad, función que Borges soslayaba. De acuerdo, pues, con los lineamientos trazados en el ensayo aludido, son tres los “elementos invariables” en los cuentos de cualquier tendencia: significación, intensidad y tensión. Palabras más palabras menos, caben en dichos términos las poéticas que he venido comentando. La significación, por ejemplo, atañe a la repercusión de un cuento en la sensibilidad y la mente del lector por encima de los estrechos márgenes que constriñen la minúscula historia contada. La intensidad, en cambio, concierne a la depuración de comentarios innecesarios, detalles accesorios o vocablos superfluos que entorpezcan el avance de la intriga y obstruyan el efecto ostensible o encubierto del cuento. En consecuencia, la tensión es el acercamiento gradual a la intención clave que recorre el trasfondo de la narración. Para conseguirlo, el narrador debe suprimir a cualquier precio digresiones que anulen o debiliten la atmósfera que el cuento va propiciando.

Las constantes advertidas por Cortázar sintetizan o recapitulan los razonamientos de las poéticas de Poe, Chéjov, Quiroga y demás cuentistas que han reflexionado sobre los principios estructuradores que intervienen en la constitución del género. Por tanto, si confrontamos las sucesivas poéticas difundidas desde las consideraciones teóricas de Poe, confirmamos que hay opiniones coincidentes respecto a que el cuento es un sistema codificado con leyes propias que definen su peculiar naturaleza dentro de otros discursos literarios. Mientras que las diferencias pertenecen a un orden distinto: corresponden al orbe imaginario de cada escritor y a la forma de transmitirlo. Empero, los mecanismos esenciales del cuento, permanecen.

 

 
 
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