La brutalidad policiaca, la discrecionalidad depositada en manos del agente del MP y la falta de apoyo
institucional a los ciudadanos, han convertido al sistema de justicia en un viacrucis para el ciudadano y no
en un servicio orientado a garantizar los derechos del
mismo. A esto debe sumarse la opacidad del proceso
judicial subsiguiente, su lentitud y dificultad técnica,
que conducen a que los ciudadanos carentes de recursos económicos y de capital social no puedan hacer
una defensa efectiva de sus derechos y sean víctimas
de una nueva arbitrariedad en los tribunales.
Nada de esto se analiza en la propuesta de nuestros autores, siendo que la reforma del acceso a la
justicia es el paso número uno en la vía a la reconstrucción no sólo del sistema judicial, sino de la seguridad pública misma. Sin confianza en las instituciones
de justicia, los ciudadanos no harán uso de ellas; y el
Estado carecerá de toda seguridad procesal en tanto
las instituciones estén tan expuestas a la colonización
de los delincuentes, de las mafias de abogados y de
funcionarios públicos ineptos o poco profesionales.
La ciudadanía empieza por la garantía de los derechos civiles, hoy denegados para la inmensa mayoría
de la población.
Sobre la gobernabilidad
Aguilar y Castañeda proponen una serie de reformas
políticas para romper la parálisis vigente: en lo electoral, la segunda vuelta presidencial, la reelección y las
candidaturas independientes. Para dotar al Ejecutivo
de iniciativa: referéndum, poderes de veto y de decreto presidencial y establecimiento de una “ley guillotina”, es decir, de plazo máximo al Congreso para
analizar y aprobar/rechazar algunas leyes de especial
interés del Ejecutivo.
Es imposible analizar una a una las propuestas en
este espacio. Baste señalar que en esencia son las mismas que posteriormente ha propuesto el presidente
Calderón, y que han estado en el debate público desde diciembre de 2009. Tomadas independientemente, las propuestas parecen viables y necesarias, pues
ayudarían a construir mayorías parlamentarias (aunque favorecerían un régimen de dos partidos y casi
eliminarían a los demás) y dotarían de mayor poder al
presidente, hoy día maniatado por el Congreso. Cada
propuesta puede ser también criticada. Pero hay dos
problemas centrales aquí: por un lado, estas reformas
no funcionarán, o funcionarán mal, si no se llevan
a cabo antes, o al mismo tiempo, otras reformas no
planteadas en el texto. Por otra parte, faltan otras medidas adicionales en el paquete básico.
Empecemos por esto último. Aguilar Camín y
Castañeda no proponen otras formas de participación ciudadana en la vida pública, las cuales abrirían
ventanas de oportunidad a la acción organizada de
sectores de la sociedad civil. La iniciativa popular de
ley, que sí incluyó Calderón, no está contemplada, ni
el plebiscito, ni la revocación de mandato. Estas formas de participación ciudadana, con la excepción de
la última, ya están contempladas en 19 leyes estatales ya vigentes, si bien casi nunca han sido utilizadas,
precisamente porque la clase política no desea abrir
espacios fuera de su control. En ese sentido, nuestros
autores son sinceros: proponen el referéndum (que es
la aprobación o rechazo por la ciudadanía convocada
a las urnas, de una ley o de una iniciativa de ley) para
que el presidente pueda pasar por arriba del Congreso en casos de extrema necesidad, y no como forma de participación ciudadana, la cual no es de su interés,
como no lo es tampoco del presidente Calderón. Sin
embargo, nada se pierde con abrir otras puertas que
en un momento dado le pueden otorgar cierto poder
político a la ciudadanía.
Sobre las reformas faltantes: dadas las restricciones de espacio, me limito a enunciarlas. Sin ellas, las
reformas propuestas, tanto por Aguilar/Castañeda
como por Calderón, no ayudarán a democratizar la
vida política.
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