Universidad Veracruzana

Blog de Lectores y Lecturas

Literatura, lectura, lectores, escritores famosos



Palabras de Felipe Garrido

Hoy toca

Por Felipe Garrido

Doña Adriana Landeros, querida Juana Inés; muy apreciado señor rector, doctor Raúl Arias Lovillo; amigos de nuestra Universidad Veracruzana; señoras y señores:

Sor Juana, Juana Inés, cimiento de nuestras letras, uno de los poetas de cabecera de Germán Dehesa, llamó a un retrato “engaño colorido”, fruto de “falsos silogismos de colores”; un malogrado intento de vencer al tiempo y al olvido; una flor delicada al viento, un resguardo inútil contra el destino, un afán caduco y, escribió la monja, repitiendo casi al pie de la letra un verso de Góngora, “bien mirado,/ es cadáver, es polvo, es sombra, es nada”.

A partir de la experiencia y la razón –Sor Juana fue una mujer indeciblemente racional-, es posible que esto sea cierto; que nosotros y nuestras obras finalmente seamos polvo, sombra, nada. Pero por suerte, como dice Ernesto Sábato, “por suerte, el hombre no es casi nunca un ser razonable, y por eso la esperanza renace una y otra vez en medio de las calamidades”.

Escribir es siempre un acto de esperanza.

“Trato de vivir…”, escribió Germán cuando informó a sus lectores del cáncer que una semana después lo mataría, el 2 de septiembre de 2010. “Trato de vivir sobre las puntitas de los pies, pues en mis delirios, imagino que si casi no hago ruido, la enfermedad no se va a percatar de mi presencia y me permitirá colarme a la vida, que es donde me gusta estar.” Irracionales como somos, cada día, aunque estemos mortalmente enfermos, los hombres nos dejamos ganar por nuestro absurdo, inquebrantable y furioso impulso de vivir por siempre.

“Voy terminando –continúa Germán-. Este artículo y sólo este artículo -advierte-. Yo tengo que guardar reposo por algunos días, pero muy pronto volveré a vestir mi uniforme azul y oro –era puma hasta el tuétano- y a sembrar el pánico por todas las canchas de la república…” Uno quisiera, Germán y nosotros, que el balón jamás dejara de rodar.

Hablar por la radio, hacer una película, presentarse en la televisión, El Unicornio, La Planta de Luz o cualquier otro foro, fueron para Germán distintas formas de escribir, de hacerse escuchar.

Pintar un cuadro, por eso mismo que dice Sor Juana, es otra forma heroica de oponerse al tiempo y al olvido. Es una fortuna que aquí, en la USBI de Xalapa, al llegar a la biblioteca de Germán Dehesa nos dé la bienvenida la espléndida pintura que hizo de Germán el maestro Enrique Estrada. Aquí, en este lienzo, en este engaño colorido, nos sale al paso Germán Dehesa de cuerpo entero, en plenitud; la mirada inteligente, el gesto confiado y desafiante.

Desafiante es una palabra que le cuadra excepcionalmente bien a Germán. Tal vez ésa fue su vocación esencial. La de alzar la voz allí donde casi todos callaban. La de exponer lo que muchos pensaban y quizá murmuraban, pero no se atrevían a decir. La de mantenerse firme en sus convicciones. Lo hizo por todos los medios a su alcance; de manera sobresaliente, durante casi diecisiete años, sin aflojar el paso ni bajar la guardia, a partir de la aparición del diario Reforma, a fines de 1993, desde su columna, Gaceta del Ángel.

Durante ese tiempo, como lo recomendaba a sus alumnos que querían hacerse escritores, lo mismo se ocupara de política que de deportes, literatura, derechos humanos o las vicisitudes de su familia, Germán se encueró en público virtualmente todos los días. Su vida y sus escritos llegaron a ser una misma cosa.

Los lectores adoraron esa manera de mezclar lo público y lo privado, de hacer propia la voz de otros y dar voz a lo que muchos sabían y pensaban. Germán abrió las puertas de su casa, y el pueblo lo adoptó como a un familiar.

En los días que siguieron a su muerte, cientos de mensajes, en todo el país, llegaron a los más de cincuenta diarios donde aparecía su columna. Hombres y mujeres, desolados por la pérdida, lo veían como un pensador, un guía, un activista… pero, antes que eso, por encima de eso, como un amigo, padre, hermano, novio… Un ejército de novias lo seguía, todos los días, en el diario, en la radio, en la televisión.

Germán nos dejó once libros publicados –recopilaciones de sus columnas casi todos-. Estrenó seis obras de teatro. Tuvo, para que cada quien las recuerde, incontables presentaciones en antros, plazas, escuelas –él diría que ésas son otra clase de antros- y demás sitios semejantes. En 2008, el rey de España, Juan Carlos I, le entregó el premio de periodismo Don Quijote; en 2010, el jefe de gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, la condecoración de Ciudadano Distinguido.

Es tiempo de escuchar a Germán. “El viejerío” –ustedes recuerdan el pequeño escándalo que suscitó Diego Fernández de Cevallos cuando llamó así a las mexicanas- es una entrega de la Gaceta, en mayo de 1994. Tras citar a Paz (“árboles bien plantados mas danzantes”) y a Yáñez (“archipiélago de mujeres”), Dehesa pasa a personajes más populares:

Yo nunca me referiría a ellas como “el viejerío”; pero, en verdad y con la mano puesta en el corazón (o en alguna otra víscera), les puedo decir que a mí ni me espanta ni me parece relevante ni motivo de deschongue el que un compatriota designe al total de las mujeres de mi país como “el viejerío”.

López Velarde las llama “mujerío” y nadie le aventó la bronca. Pedro Infante les decía “chorreadas” y no hubo periodicazo. Ya puestos en eso, suena mucho más horrible “sector femenil” y nadie dice nada. Con el hipócrita añadido de que la mayoría de los que se desgarraron los trajes de terlenka con eso de que “el viejerío a su casa” tienen a su vieja en su casa viendo Marimar, pariendo cual conexas (de grandes orexas) y lidiando a la suegra bigotona e indestructible. O sea.

En aquella entrega, por cierto, Germán comenzó a recordarnos, cada viernes, que “hoy toca”. El mes siguiente, Germán viajó a Washington para asistir al partido del Mundial de los Estados Unidos en que México perdió 1-0 con Noruega. Leo, de su crónica sobre el viaje:

Desde el abordaje flotaba en el ambiente esa disposición, entre bélica y vandálica, que ingenuamente llamamos “júbilo nacional” y que puede ser más lesiva que un alzamiento chiapaneco. Era como si la futbolística masa presintiera que más le valía celebrar antes del partido, porque después no habría mucho motivo. El capitán Zavaleta nos informó que haríamos una escala en Monterrey para recoger a diez regios que se incorporarían a la expedición (¡uuuleero!, gritaron el Huarachingtón y sus mexjúligans). De México a Monterrey, las cosas fueron relativamente tranquilas. De Monterrey a Washington las pasiones se desataron. Cero comida, cantina libre y el despapache más orgiástico que me ha tocado presenciar en un avión. “Quiero llegar al estadio bien borrachote”, declaró a voz en cuello el ya citado Huarachingtón. Un cuate hacía magia en el pasillo. Los regios estrechaban vínculos eróticos con las capitalinas. El organizador del viaje pensaba en suicidarse y el capitán Zavaleta no veía la hora de llegar. Canito [su hijo Ángel] comentó: “¿Tú crees que nos dejen internarnos en los Estados Unidos?” Mi pronóstico era negativo. Me equivoqué. En la aduana el Huarachingtón le gritó al oficial: “¡Apúrale, inch’ negro; ya llegaron tus primos de Zacatecas!” Sorpresiva y misteriosamente nos dejaron pasar.

A fines de 1994, la Unión Nacional de Voceadores se negó a vender Reforma. Dehesa dio cuenta de lo que siguió:

Ni que estuviera yo chimuela, diría mi tía Rufina, que fue pionera de las luchas en lodo. Si los voceadores no quieren vender nuestro periódico, pues con la pena que nosotros sí queremos y lo vamos a hacer. Con el incentivo adicional de que ya me dijo el director que si agarro un buen crucero (Granados Chapa ya se agandalló el mejor) es muy posible que obtenga yo ganancias suficientes como para comprar la carriola con jacuzzi que quiere la Hillary. Y hablando de la prolífica matrona, me acaba de notificar que ella es de la estirpe de las soldaderas y que, nada más faltaba, ella me acompaña a vender los periódicos.

No sé si lo hace por espíritu de solaridad, o porque piensa que, en una de esas, me levanta una clienta con todo y tambache y no vuelve a saber de mí. El caso es que mañana, queridos conciudadanos, verán a una rubia y embarazada señora vendiendo periódicos por calles y plazas de la capital. Creo que Bebeto jamás imaginó que, a los cinco meses de gestación, iba a andar vendiendo periódicos.

Germán hizo chistes incluso sobre su enfermedad; dijo que iba a sobornar a los médicos para que lo dejaran vivir más tiempo. Hay una excepción, sin embargo; hay un espacio vedado al humor. Su columna remataba con una sección titulada “¿Qué tal durmió?” Al principio la pregunta iba dirigida a las autoridades incapaces de resolver los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez; luego tuvo otros blancos; en especial dos gobernadores: Arturo Montiel y Mario Marín.

Germán pasa sin despeinarse de la familia Burrón a Cortázar, de Paquita la del Barrio a Villaurrutia, del Santo a Pellicer… ¿De dónde sale este hombre que se confiesa dividido en dos?

Soy tímido de nacimiento –dice en una entrevista publicada en Fractal-. A mí me obligaban o intentaban obligarme a recitar el poema a los niños héroes de Amado Nervo, delante de una bola de seres muy extraños: hombres viejísimos, como de cuarenta años, y mujeres con lunares peludos; me parecía que no merecían escuchar aquellos versos por mi boca.

Aunque quiera esconderlo tras su ironía, Germán nos deja ver que su madre lo acercó a la poesía. Y enseguida descubre la otra vertiente, la que lo lanzó a la calle:

Mi caso [como ser dual] se acentúa por ser hijo de un veracruzano alegrísimo, desmadroso, vital, con una capacidad para resolverlo todo en una broma, en un chiste, en una ocurrencia, en encontrarle siempre el lado luminoso aun a lo más siniestro, y militante del Partido Comunista Mexicano. Por otro lado, estaba el carácter de mi madre, que era una señora decente y con una brutal propensión al aburrimiento, a la condición sufridora, dramática.

A Germán le gustaba ver y oír a Harapos, Mario García, un actor que filmó películas como Los cacos, Santo y el águila real, Calzonzin inspector, Tívoli, Bellas de noche, Somos del otro laredo, y ver y oír a Harapos le gustaba tanto como leer a Shakespeare y a San Juan de la Cruz. Le gustaba la sabiduría del barrio. Le encantaba ver qué se traía la gente, y oír sus argüendes, sus fabulaciones, sus historias.

“No opto –escribió Germán- por la literatura ni por la vida; trato de ir de la literatura a la vida, de hacerme mejor lector en la medida en que vivo más, y de hacerme mejor vividor en la medida en que la lectura ilumina mi vida.”

¿Dónde aprendió a contar, a cautivar al público, a mantener viva su atención?

Germán tiene una hermana médica, Margarita, la menor. Y tuvo un hermano, el mayor, que padeció parálisis cerebral. Germán le contaba cosas, le leía. Y su hermano le apretaba la mano. Mientras más interesado estaba, con más fuerza la oprimía. Si se aburría, la mano se iba aflojando y finalmente lo soltaba. En esa misma entrevista de Fractal, Germán contó:

la enfermedad de mi hermano me dio el dominio de la palabra, me dio la lectura, me dio el diálogo, me dio el manejo de las tensiones. No me cuesta ningún trabajo hablar en público porque sigo hablando con mi hermano y siento otra vez cuándo me va a soltar la mano, a qué hora hay que pasar a otro tema. Mi columna se llama Gaceta del Ángel: mi hermano se llamaba Ángel Dehesa y era un enviado de Dios, me trajo todos esos dones y derramó oro sobre mi cabeza.

Germán –dos años más joven que yo- estudió en mi secundaria y mi preparatoria, el Instituto, y el Centro Universitario, México los dos, los dos de maristas. Nos conocimos adolescentes, cuando Germán comenzó a noviar con Conchita Christlieb, amiga muy cercana de María de los Ángeles, una de mis hermanas, y más tarde su primera mujer, madre de Juana Inés, Ángel y Mariana Dehesa. Tanto Germán como yo enseñamos allí, en aquella prepa, literatura mexicana, y asistimos a la Facultad de Filosofía y Letras, de la UNAM, y comenzamos más o menos al mismo tiempo a escribir en revistas y diarios, y nos hicimos, uno y otro, maestros en la UNAM, y fuimos miembros del consejo directivo de IBBY-México, todo esto casi al mismo tiempo, como si jugáramos a estar en los mismos lugares, con los mismos intereses, pero nunca juntos, sino más bien relevándonos.

Nos ayudamos siempre que pudimos, y eso fue muchas veces. Mientras estuve en el Fondo de Cultura Económica, en Literatura del INBA, en Rincones de Lectura, de la SEP, le conseguí libros para bibliotecas y grupos de lectura que le pedían auxilio. Cada vez que le hice llegar alguno de mis libros, o que le pedí ayuda para apoyar algún proyecto, Germán lo comentó, por escrito, o me entrevistó en la radio o en la televisión.

Entre todo eso que hicimos, nunca juntos pero siempre casi al mismo tiempo, hay algo que quiero destacar porque tiene mucho sentido hacerlo aquí, en medio de todos estos libros. Uno y otro, Germán y yo, nos esforzamos por hacer lectores a nuestros alumnos. Innumerables veces, Germán y yo hablamos y escribimos sobre la urgencia de formar lectores. Dice Germán –entresaco sus palabras de una entrevista de Círculo de Lectores:

El problema básico son los lectores. ¿Para qué más autores, más libros, más esfuerzos por reunir bibliotecas si no hay quien lea, quien se acerque a los libros?

Lo nuestro tiene que ser la formación de lectores y la única manera de formar al lector es mostrándole que leer es la segunda forma de recreo que tiene el ser humano. La primera se cumple entre hombre y mujer y no voy a dar detalles. La otra es la lectura.

Tú olvídate, tú métete a un libro como quien se mete a una fiesta. Si en la página 70 no te interesa, no sabes ni de qué se trata, tienes todo el derecho de largarte; no todos nacimos para los mismos libros.

El buen lector siempre terminará leyendo poesía. Los poetas son las cumbres. En México, donde la palabra es tan violentamente prostituida por los medios de comunicación y, sobre todo, por los políticos, es necesario generar anticuerpos. Y esos anticuerpos son los poetas. Son los que devuelven a las palabras su pureza original; las alivian y las vuelven otra vez mágicas. Por eso hay que leerlos, disfrutarlos.

Somos lo que leemos.

La Universidad Veracruzana (UV) comparte esta convicción. De ahí la Colección del Universitario que dirige Sergio Pitol; de ahí el Programa Universitario de Formación de Lectores que con tanto denuedo impulsa el rector Arias Lovillo; de ahí la feria que hoy en la tarde se inaugura; de ahí el interés de la UV en conservar en este edificio la biblioteca de Germán Dehesa –tan veracruzano de corazón que veía el Paraíso en Tlacotalpan, donde reposarán sus cenizas-, al lado de la que fue de su abuelo, alguna vez gobernador del estado, don Teodoro Dehesa.

El acto que hoy nos convoca es una extraordinaria muestra de generosidad. Al decidir doña Adriana Landeros, junto con los cuatro hijos de Germán –Juana Inés, Ángel, Mariana y Andrés- que es aquí donde deben quedar los libros de Germán Dehesa, lo dejan a nuestro alcance, nos lo entregan en todos estos libros con los cuales él mismo se fue dibujando, sin proponérselo, sin darse cuenta tal vez, a lo largo de su vida.

Pero Germán nos diría que no tenemos porqué ponernos tan solemnes. Hoy es viernes. Hoy toca.