Por Juan Villoro
El principal medio de comunicación de los mexicanos es la comida. El correo, el fax, internet y la telefonía se consideran recursos preparatorios para llegar al guiso humeante. Eso sí, cuando la reunión dura menos de dos horas se declara inexistente.
La comida rápida nos sume en la más aguda depresión. Comer de prisa es una derrota social. Pero hay algo que nos parece peor: comer a solas. Nos resistimos a ser los únicos inquilinos de una mesa y caer en la condición de los descastados que son vistos por los otros con cara de misericordia: «¡a su edad y sin nadie que lo acompañe!»
Recuerdo la tarde dramática en que un conocido remoto se acercó a la mesa donde comía con varios amigos y confesó como si hubiera contraído una sospechosa enfermedad en Polinesia: «me dejaron plantado». Sus ojos pedían rescate y le dimos asilo. La reunión fue un desastre: el entenado profesaba una cosmogonía ajena a la tribu que partía el queso en la mesa.