Universidad Veracruzana

Blog de Lectores y Lecturas

Literatura, lectura, lectores, escritores famosos



El globo…

Celina Márquez

En mis cursos de Taller de Lectura y Redacción siempre he pedido a mis estudiantes que escriban su autorretrato, antes de comenzar con este ejercicio les digo que yo a mis cerca de 40 años jamás he podido escribir el mío… curiosamente ayer en Wall Mark mientras estaba en la caja esperando pagar, salía un niño con un globo, en su cara marcada por visibles huellas de una anemia atroz, se depositaba una sonrisa que iluminaba el mundo, su madre le preguntó de donde había sacado ese globo a lo que el niño respondió que se lo había encontrado tirado, sin más recordé que cuando yo estaba muy niña, fui con mi abuelo al DF a esperar a mi mamá, ella había viajado a Estados Unidos a visitar a mi tío, recuerdo que en Chapultepec mi abuelo me compró un globo que a mí se me escapó de las manos… lloré mucho por ese globo, lo veía alejarse en el cielo lentamente y me dio una tristeza infinita; tuve y sigo teniendo esa extraña sensación de haber perdido algo en ese momento; irremediablemente ese globo, un presente para mí único e inigualable, se llevó algo de mí que tal vez nunca recuperé del todo… el niño con su felicidad envuelta en globo me lo recordó…



Anton Chéjov a Olga Knipper

Yalta,
1 de septiembre de 1902

Querida, querida mía,
De nuevo recibo una carta tuya extraña. De nuevo culpas a mi pobre cabeza de todo y de cualquier cosa. ¿Quién te dijo que yo no quería volver a Moscú, que me había ido para siempre y que no iba a regresar esta primavera? ¿No te escribí simple y llanamente que al final volvería en septiembre y viviría contigo hasta diciembre? Y bien, ¿no lo hice? Me acusas de no ser franco, pero olvidas todo cuanto te digo o te escribo. No sé qué debería hacer con mi mujer ni como tendría que escribirle. Dices que tiemblas al leer mis cartas, que ha llegado el momento de que nos separemos, que hay algo que no logras entender en todo esto… Me parece, querida, que la culpa de todo este lío no es ni tuya ni mía, sino de algún otro, de alguien con quien habrás hablado. Alguien te ha hecho desconfiar de mis palabras y de mis sentimientos; todo te parece sospechoso, y yo no puedo hacer nada contra eso, nada en absoluto. No intentaré disuadirte ni convencerte de que tengo razón, porque no sirve de nada. Escribes que soy capaz de vivir contigo en completo silencio, que solo necesito a la amable mujer que hay en ti y que como ser humano te sientes extraña y ajena a mí. Querida, eres mi esposa, ¿cuándo vas a entenderlo? Eres la persona que esta más cerca de mí, y la más querida; te quiero infinitamente, aún te quiero, y tú te describes como una mujer amable que se siente aislada y sola… Bien, que sea como tú quieras si no hay otro remedio.

Estoy mejor de salud, pero he pasado una tos muy fuerte. No ha llovido nada y hace calor. Masha se va el cuatro y llegará a Moscú el seis. Me dices que le enseñaré tu carta a Masha. Gracias por la confianza. Por cierto, Masha no tiene la culpa de nada. Tarde o temprano te darás cuenta tú misma.

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El teléfono es muy frío

Por Juan Villoro

El principal medio de comunicación de los mexicanos es la comida. El correo, el fax, internet y la telefonía se consideran recursos preparatorios para llegar al guiso humeante. Eso sí, cuando la reunión dura menos de dos horas se declara inexistente.

La comida rápida nos sume en la más aguda depresión. Comer de prisa es una derrota social. Pero hay algo que nos parece peor: comer a solas. Nos resistimos a ser los únicos inquilinos de una mesa y caer en la condición de los descastados que son vistos por los otros con cara de misericordia: «¡a su edad y sin nadie que lo acompañe!»

Recuerdo la tarde dramática en que un conocido remoto se acercó a la mesa donde comía con varios amigos y confesó como si hubiera contraído una sospechosa enfermedad en Polinesia: «me dejaron plantado». Sus ojos pedían rescate y le dimos asilo. La reunión fue un desastre: el entenado profesaba una cosmogonía ajena a la tribu que partía el queso en la mesa.

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Carta de Dylan Thomas a Caitlin MacNamara

Linda, adorable, lejana Caitlin querida,

¿Estás mejor? Le pido a Dios que no estés triste en ese horrible hospital. Cuéntamelo todo, cuándo saldrás otra vez, dónde estarás en Navidades y que piensas en mí y me quieres. Y cuando estés de nuevo en el mundo seremos personas prácticas, andaremos por ahí, haremos cosas, nos comprometeremos con Aquella Gente, buscaremos un lugar con baño y sin cucarachas en Bloomsbury, y seremos felices. Es esto -pensar en las pocas, sencillas cosas que queremos, y saber que las vamos a conseguir a pesar de que tú ya sabes Quién y de sus humores y rencores- lo que nos mantiene con vida, creo. Me mantiene con vida. No te quiero para un día (a pesar de que le vendería el alma al diablo para verte ahora mismo, mi cielo, aunque solo fuera un minuto, para besarte una vez, y ponerte una cara graciosa): un día es lo que dura la vida de un mosquito. Yo te quiero para toda la vida de un animal loco y grande como un elefante. No he salido en toda la semana; he tenido un resfriado horrible, con tos y ojos llorosos, demasiado cargado de flema y aspirinas para escribirle a una chica en el hospital, mi carta habría sido triste y desesperada, e incluso la tinta habría transmitido gripe y tristeza.

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Hospital de día

Por Alejandro Aura

La sala del hospital. La que se llama Hospital de Día. Aquí, desde hace dos años y medio, recalo cuando me van a calafatear. Una enfermera con una bandeja de cartón desechable trae todos los frasquitos y las agujas, tripas y cuanto más se requiera para la atención de este navío dañado. Menos mal que he vuelto porque hoy fue la peor de mis mañanas de enfermo. ¿Será porque sabía que hoy recomenzaba el tratamiento? ¡Sepa Dios! Dormí en una pedacería infame y pedregosa y cada mendrugo estaba interrumpido por la tos, pero con el adorno de que se plantaron dolores que no solían o que habían venido a solas y hoy se presentaron juntos como elefantes prendidos de la cola con la trompa. La tos decidió coger como territorio toda la caja toráxica e irradiar desde el punto interno en donde los adivinos suponen que está el tumor hacia el resto de mi infeliz persona, excluidas las extremidades que van por otro carril: en las ingles una protesta como de cansancio injustificado. Cansancio, ¿de qué? Y en el pecho, pero con intereses especulativos hacia adentro, un malestar de hartazgo que va más allá del dolor y se emparienta con una ira novedosa que apenas ha comenzado a sacar sus garras.

Pero antes de venir hacia aquí no podía escribir nada, no tenía ánimo ni voluntad, ni vocación, ni entidad, ni cuerpo, ni alma, era una pura enfermedad clamando por atención. Como si no fuera suficiente lo de los pulmones, los intestinos se sumaron a la protesta: más molestosos que muchachos obesos en plena adolescencia, no me dejaban en paz. Nos duele, llévanos al baño. Aquí nos vamos a quedar haciéndonos tontos porque no teníamos ganas de venir, y así estuvimos hasta que les di un sopapo. Ahora estoy enchufado. Una tripita de plástico con una aguja adormecida en el calor de una vena de mi brazo izquierdo está introduciendo suero, carboplatino, etoposido, que es la nueva droga, y ve tú a saber qué otros líquidos asociados que llevan consigo los comandos entrenados para dar la batalla. Habemos doce o quince pacientes sentados en sillones reclinables, cada uno con sus bolsitas de líquido sostenidas en perchas a propósito. Unos dormitan, otros leen el periódico, otros charlan con sus acompañantes; otros, nada.

Yo percibo el intenso verde con que está pintada esta sala con la conseja de que el color verde tranquiliza los nervios. Aunque el color naranja de los sillones reposet no ayuda mucho a la armonía y belleza que almas enfermas agradecerían. Bah, es lo de menos; también puede uno cerrar los ojos y dormir, soñar que la quimioterapia son los bálsamos con que los señores encantadores curan a los amadises cuando les hace falta restañar la vida para seguirla ofreciendo en la defensa de las damas desprotegidas, de los reinos atacados injustamente, de los desvalidos en los vastos campos de la política en donde los endriagos se mueven a sus anchas y hacen destrozos y tropelías sin cuento, así en este país como en tantos otros que conocemos. O puede uno tranquilamente, porque hay al menos dos horas de por medio, ponerse a escribir su página para comunicarle a la humanidad los pormenores de la bitácora del día.

Tomado de www.alejandroaura.com