Núm. 7 Tercera Época
 
   
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          En este texto, dedicado al poeta colombiano Álvaro Mutis, Paz se refiere a la fragmentación del mundo, a la existencia de la realidad como si fueran “espejos rotos donde el mundo se mira destrozado” (L.B.P., op. cit., p. 198). La aparición de una mujer de agua señalará la posibilidad de integrar al hablante lírico en el concierto del mundo. Pero para ello es también necesario buscar la anulación del tiempo cotidiano a fin de restablecer el tiempo intemporal de los comienzos, cuando el hombre era la expresión de la plenitud y no de la fragmentación contemporánea. Esta es la búsqueda de un arquetipo, el de la palabra total, la del comienzo de todo en el mismo sentido en que el protagonista de Los pasos perdidos de Alejo Carpentier busca en el territorio virgen de América las señales que hacen pasar la palabra primera hacia el nacimiento de la música:

Todo era de todos
                               Todos eran todo
Sólo había una palabra inmensa y sin revés
Palabra como un sol...
                                        (L.B.P, op. cit., p. 194)

          Paz es, como otros poetas de su siglo, un nostálgico tenaz, un hombre de retruécanos, que rechaza el intelectualismo exacerbado de la gente y de los deseos de su tiempo, un ser que busca la pureza última del silencio primero, pero que no puede separarse de ese intelectualismo para expresar la otredad cíclica del cosmos y de ese hombre. De allí la tendencia apocalíptica de sus frases poéticas:

Llegó la música y nos arrancó la lengua
La gran boca de la música devoró los cuerpos
Se quemó el mundo
Ardió su nombre y los nombres que eran su atavío
                                                                (Op. cit., p. 199)

          De allí a la práctica del mito del eterno retorno no hay sino un paso y éste aparece marcado por símbolos recurrentes y muchas veces opuestos. Uno de ellos es la oposición piedra/agua que, para algunos críticos, significa el rechazo de la civilización materialista del Occidente. Es tal vez por eso que la oposición dialéctica se acentúa con sus largos años de diplomático en la India y el lejano Oriente. Es curioso observar que la experiencia es diametralmente opuesta a la terrible alienación existencial que ella produjo en Pablo Neruda, también visitante alienado en el Lejano Oriente. En Paz se yergue un pensamiento íntegro y elevado en busca de la totalidad y la pureza, el manantial mismo de la vida humana. Dice, en Libertad bajo palabra (p. 102), “como una piedra blanca reposa la mujer/ como el agua luna en un cráter extinto”.

          Piedra de sol está proyectado como el acto de un caminar tranquilo al comienzo, el cual contiene la búsqueda de una plenitud imposible de días tranquilos, pero detrás del cual acecha la desdicha y los presagios de una realidad que se desvanece, como si ésta y sus avatares se escaparan de las manos del hablante. Tiene razón la crítica tradicional en atribuir esta poesía ritmada a una base romántico-iconoclasta; es sólo una mirada la que puede sostener al mundo, con mares y montes, como sostén del yo perdido (como un ciego). En este largo poema, Piedra de sol, es el recorrido del cuerpo de la mujer el que dará consistencia a los fragmentos de ese cuerpo y a un buscar infinito y sin sentido (“a la salida de mi frente busco / busco sin encontrar, busco un instante”).

          La inmaterialidad inicial de la mujer es muy distinta a la de Neruda, que siempre une a los elementos concretos de la naturaleza los de la mujer; aquí, los tigres beben sueños, la frente aparece ligada a la luna, a la nube y al pensamiento. Lo más interesante es la insistencia en la presencia del agua, elemento líquido, no fundacional sino diluyente, como hemos observado con anterioridad:

...tu falda de cristal, tu falda de agua
tus labios, tus cabellos, tus miradas,
toda la noche llueves, todo el día
abres mi pecho con tus dedos de agua,
sobre mis huesos llueves, en mi pecho
hunde raíces de agua un árbol líquido...
                            (L.B.P., versos 60-66, p. 336)

Para Paz, la poesía no existe o sólo se vislumbra en los intersticios del silencio o de la frase murmurada y es inestable; perseguirla es una faena dolorosa y casi imposible:

portada la poesía
es la hendidura el espacio
entre una palabra y otra
configuración del inacabamiento
                                      (L.B.P., p. 84)

En el gran poema Blanco, creación experimental cercana a los automatismos surrealistas y de enorme importancia en el desarrollo de este inacabamiento, se comienza con un blanco, que es búsqueda y fracaso, deseo de superación de los lenguajes habituales de la poesía, establecimiento poético durable, pero al mismo tiempo transitorio: “el árbol de los nombres / real irreal / son palabras / aire son nada....” (Blanco, p. 16).

 

 
 
 
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