Núm. 2 Tercera Época
 
   
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Fernando Vilchis
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Del esencialismo estratégico a la acción afirmativa

Para los movimientos multiculturalistas, el afianzamiento normativo de estas nuevas identidades ha pasado por una fase de “re-esencialización” de diferencias originalmente construidas. De forma paralela al inicio de la institucionalización educativa, académica y luego política del multiculturalismo, es sobre todo en el contexto de los estudios étnicos y culturales donde las diferencias “raciales”, “étnicas” y “culturales” se utilizan como argumentos en la lucha por el acceso a los poderes fácticos. En esta estrategia, nuevamente se acude al prototipo del feminismo, cuya noción de “cuotas” de acceso al poder es retomada por el multiculturalismo para generar un sistema altamente complejo de trato diferencial de grupos minoritarios. El
objetivo de esta política de “acción afirmativa”, aplicada primero en los órganos de representación y toma de decisiones de los propios movimientos y posteriormente trasladada al ámbito académico y educativo, consiste en paliar las persistentes discriminaciones que por criterios de sexo, color de piel, religión, etnicidad etc. sufren las minorías a través de una deliberada política de “discriminación positiva”.

A finales de los años ochenta las elites académicas de estas diferentes comunidades sexuales, étnicas y culturales, que originalmente habían impulsado a los nuevos movimientos sociales, logran asentarse en una gran mayoría de los espacios educativos y académicos sobre todo anglosajones. Es a partir de entonces cuando el multiculturalismo y la “acción afirmativa” —como su expresión político-institucional más visible— se establecen como un discurso hegemónico en gran parte de la opinión pública, sobre todo anglosajona. A partir de ahora, muchos de los protagonistas de estos movimientos se dedicarán a defender las “cuotas” de poder conquistadas dentro de las instituciones públicas no sólo frente al antiguo anti-multiculturalismo asimilacionista de la “derecha histórica”, sino sobre todo frente a dos corrientes críticas, articuladas desde posiciones políticas muy próximas al primer multiculturalismo como movimiento social. En primer lugar, se trata de aquellos que coinciden con el multiculturalismo institucionalizado y hegemónico en la necesidad de superar el anárquico anything goes (Feyerabend) del pensamiento postmoderno, pero que —a diferencia del multiculturalismo “oficializado”— insisten en la necesidad de distinguir entre identidades subjetivas, por una parte, y relaciones de poder objetivamente existentes en el seno de la sociedad, por otra. La segunda corriente, crítica con la ya institucionalizada “política de diferencia”, cuestiona dos de los principales postulados del multiculturalismo: por un lado, su elección del ámbito educativo y académico anglosajón como campo preferencial de actuación y reivindicación, y, por otro lado, su insistencia en la necesidad de construir comunidades delimitables y portadoras de identidades discernibles.

Ante las críticas formuladas desde estos ámbitos, tanto académicos y educativos como políticos, al trato diferencial y su algo artificial distinción entre discriminaciones “negativas” versus “positivas”, el multiculturalismo reivindica la diferencia normativa
entre las discriminaciones históricamente sufridas por los miembros de un colectivo estigmatizado, por un lado, y las discriminaciones que a nivel individual puede generar la política de “acción afirmativa” para determinados miembros del grupo hegemónico, por otro. Transferida de su inicial contexto feminista y su análisis de las diferencias de género al nuevo contexto multicultural, para ser efectiva la política de cuotas requiere de cierta estabilidad en las “fronteras” y delimitaciones establecidas no sólo entre la mayoría hegemónica y las minorías subalternas, sino asimismo entre cada uno de dichos grupos minoritarios. Con ello, paradójicamente, cuanto más éxito tiene el movimiento multiculturalista en la praxis social, más profundiza en una noción estática y esencialista de “cultura”. Subsumiendo diferencias “raciales”, “étnicas”, “culturales”, “subculturales” y relativas a los “estilos de vida”, el nuevo concepto multiculturalista de “cultura” se asemeja cada vez más a la noción estática que la antropología había generado en el siglo xix y que pretendía definitivamente superar a finales del siglo xx y comienzos del xxi.

Peligros comunitaristas

La evidente culturalización detectable en los discursos públicos que en los años ochenta giran en torno a cualquier problema social y educativo constituye, a la vez, el principal logro y el mayor peligro de los movimientos multiculturalistas. Al tratar a las minorías como “especies en vías de extinción” (Vertovec) y diseñar políticas exclusivamente orientadas hacia su “conservación”, el multiculturalismo aplicado a la intervención educativa y social corre el riesgo de “etnificar” la diversidad cultural de sus destinatarios originales. La apropiación de este tipo de discurso esencialista de la diferencia por parte de los grupos hegemónicos genera nuevas ideologías de supremacía grupal que basan sus privilegios en un culturalismo difícil de distinguir del “nuevo racismo cultural”. A menudo autores, sobre todo europeos, critican la indirecta confluencia entre la tendencia segregacionista del multiculturalismo recién institucionalizado en Estados Unidos y un incremento de la xenofobia y el racismo; ambos coinciden en relativizar la vigencia universal de los derechos humanos más allá de las —supuestas o reales— diferencias culturales.

Cuando el discurso multiculturalista pasa así del ámbito meramente académico a adquirir una creciente influencia en la opinión pública, sobre todo norteamericana y británica, a finales de los años ochenta e inicios de los noventa surge un debate político y pedagógico acerca del futuro de las sociedades occidentales. La confluencia de los “discursos de la diferencia”, por un lado, con cambios cualitativos en la composición y por tanto la autopercepción de las clásicas sociedades
de inmigración, por otro lado, impregna este debate de un fuerte carácter normativo: ¿hacia dónde deberían evolucionar las sociedades contemporáneas de composición multicultural? Al inicio de la confrontación se percibe un fuerte maniqueismo entre posiciones universalistas y particularistas a ultranza.

 
 
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