Núm. 2 Tercera Época
 
   
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Fernando Vilchis
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Partiendo de estos principios, el expresionismo se abocó a una discusión y reestructuración del orden de la vida siguiendo estancias espirituales de creación y destrucción, génesis y apocalipsis. Un firme propósito de renovación trascendió incluso la espiritualidad para convertirla en una mística religiosa propia de unos cuantos, como es el caso de Johannes Itten y de Walter Gropius, quienes, herederos y partícipes del expresionismo, adoptaron en la Bauhaus los preceptos del mazkadismo.6 La propia Bauhaus en su nacimiento fue presentada bajo el emblema de una catedral, obra elaborada por Feininger que representaba la hermandad entre las artes y la unidad espiritual.

Dadá por su parte presentaba intenciones de reacomodo espiritual: que el arte debía mostrar una nueva moral y una nueva fe.7 El ascetismo tomado por el poeta dadá Hugo Ball al final de su vida puede verse como una condición de recogimiento espiritual llevada al límite en un tiempo que excluía al arte y a la oración, en fin, dos actividades espirituales. No es casual que tanto en el expresionismo como en dadá el rumbo tomado haya sido el místico-espiritual. Ambos dotan de amplio sentido a la conciencia del hombre, ya sea por medio de un estallido de reclamos o por un
derroche de ironías, el arte debería estar sujeto a la emoción, la cual constituye uno de los rasgos primario de la esencia humana. De la emoción parte el deseo de refugio, esperanza y redención; circunstancias propias del endeble periodo entre guerras. Goeritz, presente en este desolado panorama en el que la promesa de la modernidad se contrapone a la incertidumbre, forja desde sus inicios la postura ética que determinará su obra posteriormente: el credo en la salvación.

Werner Mathias Goeritz Brünner nace en la ciudad de Danzing, Alemania, en 1915, y a los cuatro años se traslada a Berlín. En 1931 se inscribe en la carrera de medicina de la cual estudia sólo un año. Posteriormente, ingresa en la Escuela de Artes y oficios (Kunstgewerbeschule) de Berlín-Charlottenburg donde transcurren sus estudios de historia del arte, doctorándose con una tesis sobre Ferdinand von Rayski, pintor del siglo xix. En 1941 huye de la hecatombe propagada por la II Guerra Mundial y se refugia en Tetúan, provincia de Marruecos. Después de pasar cuatro años en territorio africano viaja a España, país en el que despertará su conciencia artística con plenitud. De 1949 hasta su muerte en 1990, Goeritz vive en México produciendo su obra mejor lograda. En sus primeros trabajos, aquellos realizados en Marruecos, es clara la influencia de los pintoresexpresionistas, sobre todo en la temática trabajada: la ciudad. Delaunay, Klee, Feininger, Kirchner, Meidner, Heckel, Grosz, Kandinsky, Macke y Beckman, plasmaron la vida nerviosa citadina, proporcionando en el mayor de los casos visiones de agonía. Goeritz mantiene vivas estas imágenes e irrumpe en una “geografía emocional, en la mirada de Europa vista desde el otro lado”.8 Las vistas de ciudad plasman una intención de reordenamiento del territorio, aquel en el que Goeritz dijo sentirse sobre un vacío temporal. En una carta a su madre, el autoexiliado escribió: “Me siento como andando a través de un pasado remoto, en un extraño ambiente bíblico y no se cómo coordinar esta nueva realidad con aquella otra de la cual estoy huyendo”.9 La disidencia territorial de la que habla Goeritz revela la presente fisura trazada en las líneas de la historia. Una nueva guerra había comenzado y no había restricción al anunciar que era la peor de todas. La obra Gibraltar en noche de guerra (1942), imprime en el cielo la angustia generada por el fuego de la batalla, arrojando deliberadamente restos de paisaje. A su arribo a la ciudad de Granada, España, Goeritz desarrolla su primera serie de acuarelas y dibujos con impronta religiosa. Se trata de trabajos cuyo tema es la muerte de Cristo. Dolor y tormento están presentes en estas obras y por su composición recuerdan a la crucifixión del retablo de Isenheim (1512-1516) de Mathias Grünewald, pieza que tuviera suma relevancia en la plástica expresionista. Goeritz concilia en estas obras sus influencias artísticas y se une, por medio del arte, a la reciente muerte de sus compatriotas caídos. De 1946 a 1948 trabaja con una estilización de la línea y sus creaciones se ven marcadas por las inquietudes espaciales de Joan Miró, pintor español que compartió por ese entonces, junto a un número considerable de artistas (Goeritz incluido) la creación del hombre nuevo, un hombre que surgiera sin el peso trágico de la historia y con el alma purificada.

La oportunidad para Goeritz de realizar una conciencia renovada para el hombre nuevo, surge en 1948 cuando radica en la provincia de Santander y funda la llamada Escuela de Altamira, que consistía en un grupo de personas abocadas al arte y que tenían como convicción la transformación del alma humana. El contacto con las cuevas de Altamira lo llevaron a concretar la posibilidad de un ser libre y renovado, el espíritu que debía de nacer de entre las cenizas del desastre. Ida Rodríguez Prampolini, una de las primeras alumnas de la Escuela de Altamira, recuerda: “Las palabras que más empleaba eran: prístino, sano, nuevo, contemporáneo, niño, nuevos prehistóricos, juego, lírico y, sobre todo, futuro. La certeza de un futuro común del hombre en paz y armonía surgía de la certeza de que todos los hombres son artistas”.10

 

6 De esta fijación por la secta se desprende el hecho de que Itten se haya uniformado como monje y el registro de tal se encuentre plasmado en la famosa fotografía donde se le observa a él delante de uno de los cuadros realizados en la Bauhaus. Elaine S. Hochmann, La Bauhaus. Crisol de la modernidad, Paidós, Barcelona, 2002, p. 172.

7 Ida Rodríguez Prampolini, El arte contemporáneo. Esplendor y agonía, Pormaca, 1964, p. 56.

8 Natalia Carriazo, “Mathias antes de Mathias. Influencia expresionista en Goeritz”, Los ecos de Mathias Goeritz, Catálogo de la exposición, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, México, 1997, p. 31.

9 Cita tomada de Olivia Zuñiga, Mathias Goeritz, Intercontinental, México, 1963, p. 14.

10 Ida Rodríguez Prampolini, “La Escuela de Altamira”, Los ecos de Mathias Goeritz, Catálogo de la exposición, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, México, 1997, p. 50.

 
 
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