Núm. 14 Tercera Época
 
   
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tanto del Che como de las guerrillas latinoamericanas que la izquierda europea comenzaba a mitificar –y a veces a mezclar en un caos de ideologías que en Latinoamérica divergían principalmente entre modos de acción rurales y urbanos, ya fuera que siguieran el modelo de los diarios del Che, o el de Los condenados de la tierra, de Fanon.

   
 

Alejandro Magallanes

 

          El film se mostraba, a través del ensayo de una orquesta que jamás lograba ponerse de acuerdo –no por falta de talento, sino de solidaridad y espíritu cooperativo, acompañada a su vez por excesos de virtuosismo individualista–, como una metáfora aguda de la ingobernabilidad de la joven izquierda italiana (o europea) –quizás en una alusión directa a las Brigadas Rojas que sembraban el terror en la Italia de esos tiempos– y del caos de gobernabilidad que esto producía, pero sin caer en ningún momento en la crítica reaccionaria, sino desde una sátira madura que no ocultaba que, para estos jóvenes postsesentistas, el Che se volvía un objeto estético a quien se imitaba en la indumentaria descuidada más que en la ideología. La sutileza de la crítica radica precisamente en que ésta no se monta sobre el lenguaje, sino sobre la gestualidad, la escenografía y la música –de Nino Rota–, prescindiendo casi completamente del diálogo.

          Ya en la cinematografía masivo-popular y musical norteamericana, cuesta reconocer al Che en el personaje que, con la dirección de Alan Parker, interpreta Antonio Banderas. Pero no es difícil reconocer el camino por el cual se intenta integrar la historia: la ciudadanía y la preocupación social, diversamente interpretadas, hacen que esa comunión de personajes –Evita y el Che– que para un argentino (tanto si fuera peronista como si fuera militante de izquierda) resulta chocante, forzada y arbitraria, 2 se vuelva plausible ante ojos internacionales y, así, Guevara-Banderas es el admonitorio crítico del accionar progresivamente fascistizado de Evita.

          En la verosímil Buenos Aires filmada en Budapest por razones de costo, 3 el film logra captar tanto la fascinación del mito de Eva como el melodrama sórdido del resentimiento social que en él se cobija, y los riesgos a los que el sentimiento –y el sentimentalismo– arrastran; esas dos imágenes difíciles de conciliar para ojos extranjeros, sólo otra legendarización podía integrarlas y unificarlas críticamente.

          Es en ese mito donde el inverosímil Che artístico se potencia, atemporal, construido sobre una modelización que queda al margen de su liderazgo en la guerrilla cubana, pero respetando su intolerancia ante la injusticia de la que da cuenta su propia historia; a partir de allí se pueden explorar sintéticamente las aristas de la contradicción ideológica nacional argentina como para explicarlas a un público foráneo de una manera accesible y totalizadora, ya que –en la visión de Parker– Argentina ha parido al Che como al otro extremo de una ideología revolucionaria.

          Desde otro ángulo y probando que la imagen del Che da para todo –incluso para dedicar el libro explícitamente a “los gusanos”–, aparece el ya mencionado texto de Symmes, que apunta a la búsqueda de un Che prístino, aún al margen de la guerrilla y del marxismo, en el momento fundante de la constitución de su realidad histórica y su leyenda política –el mismo Che que contemporáneamente nos está mostrando el brasileño Walter Salles en su ya mencionado film Diarios de motocicleta, pero en éste claramente historizado, incluso a través del modelo de la motocicleta elegida.

          Para hallar a ese Che y presentarlo tanto a los cubanos anticastristas de Miami como al gran público americano, Symmes no sólo sigue en una modernísi ma moto el mismo itinerario que Guevara recorriera por Latinoamérica en 1952 con su amigo Alberto Granados en una rudimentaria motocicleta, viaje durante el que, como se ha señalado repetidamente –y como se hace evidente en el film de Salles–, surge la conciencia social que caracterizaría sus años futuros, sino que también, a imitación hiperrealista de los jóvenes de entonces, produce un diario de viaje que funcione como remake de aquel original que había tenido fines científico-antropológicos más que hedonistas.

          No oculta su objetivo: “Había venido a Sudamérica para encontrar un Guevara juvenil, original, quizás el hombre joven que precede las diversas incrustaciones de la leyenda, el Ernesto que estaba antes del Che” (p. 25), sólo que parte del extendido prejuicio maniqueísta propio de cierto mainstream norteamericano –la existencia del ser prístino, “preideológico”– y el transcurso del viaje irá haciéndole descubrir que las cosas no son tan lineales como encontrar un Che joven, “bueno” e incontaminado ideológicamente, para oponerlo al lúcido guerrillero de los años futuros.

          En su obstinación por encontrar esa figura “original” aun a pesar de los inconvenientes que se le presentan, Symmes contrasta los diarios de Granados y de Guevara intentando probar que los propósitos de ambos eran diversos, ya que mientras el primero –Granados, quien organiza el viaje– tenía claros motivos políticos, el segundo, es decir, el Che, según él, sólo quería “divertirse un poco”; de este modo, la estatura política de Guevara se desvirtúa al ser mostrado como el ingenuo joven pervertido por la ideología ajena.

2 Evita provenía del populismo de derechas, radicalmente antintelectual y afascistado; el Che, de la intelligentsia profesional burguesa con lecturas progresistas.
3 La paridad del peso argentino con el dólar en esos días encarecía absurdamente la filmación en Buenos Aires; eso hizo que sólo se filmara en Argentina la escena del balcón, y algunas de la pampa.

 
 
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