Núm. 14 Tercera Época
 
   
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LEONOR ANAYA
CERÁMICA
 
 
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Ecos y sombras de una luminosidad
expresiva
La cerámica de Leonor Anaya

Leticia Mora Perdomo

I

          Se dice que hay escritores cuya extraordinaria sensibilidad, excepcional dominio de su material de trabajo y constante reflexión sobre sus procesos creativos los alejan de un público numeroso que busca la gratificación inmediata y la fácil emoción del libro de moda en el mercado. La dificultad que presenta la lectura de la obra de estos escritores se compensa con la constante admiración que produce el dúctil manejo de la lengua, el extraordinario tejido de tramas que iluminan la experiencia, lo oculto que el arte revela; ecos y sombras de ese constante hacer visible la vida que se escabulle en su nombrar y es la materia del arte. Estos escritores admirados por otros escritores y por lectores atentos son los llamados escritores de culto. Caso parecido –pero en la cerámica– es el de Leonor Anaya. Su trabajo se busca y se colecciona; muchos artistas, tan diversos en su medio de expresión como en su técnica, exhiben las piezas de esta artista en sus hogares como obras atesorables en su museo privado: objeto de contemplación e inspiración cotidiana. Leonor Anaya se antoja una artista de artistas, tal vez por la “procesión de antorchas subterráneas” (para utilizar un verso de Olga Orozco) que su obra convoca para conducirnos a una luminosidad reveladora. Zapatos, serpientes, mar, torsos, magueyes, olas, cuadernos; una y otra vez nos golpea el reconocimiento de un motivo fácilmente identificable para escabullirse en un significado oculto; contemplamos la naturaleza de un pez, pero ¡cuidado!, ¡es un zapato!; ¡un torso es un maguey! La vida interior cifrada en imagen se transforma en un sueño donde la cotidianidad muta su cara tocada por la fantasía. La materia de este barro y esta porcelana (dos de sus materiales de trabajo), transfigurada en imagen, es el fuego de la imaginación y la analogía. Memoria y fantasía se amasan con libertad creadora en las delicadas piezas que Leonor Anaya entrega al fuego. Transfiguradas por éste, las contemplamos en suaves tonos de la tierra, verde musgo y azul de noche de tormenta, sin adivinar que es cobalto y óxido; imaginamos zapatos que calzaría una princesa romana o una sensual Lolita de nuestros días. En otras ocasiones, imaginamos una frágil jovencita al contemplar un corsé de apretada cintura atravesado por espinas de maguey, espinas que reve lan su hechura; esto es, si su material fuera la tela y no hubiéramos sido engañados por las puntadas de grafismo y engobe que hilvanan su contorno. Barro, costura, femineidad, fragilidad, palabras de un mundo femenino que seduce y esclaviza, que encanta y duele; la emoción de frente a la razón; el futuro confrontado en los vestigios de un pasado. Realidad y fantasía. Ecos y sombras cuya resonancia parece haber surgido en algún vestigio del pasado. ¿Qué arcana verdad desentierra la obra de esta singular creadora?

II

          Leonor Anaya nació en Xalapa, Veracruz, en 1952. Creció en un ambiente artístico; estudió grabado con el maestro Rafael Villar y cerámica con el maestro Kiyoishi Kishimoto, en la Facultad de Artes Plásticas de la Universidad Veracruzana. Afirma la artista:

   
 

Taller de la artista

 
          Yo considero a Kishimoto como mi maestro en cerámica. Él nos enseñó a manejar el torno y los esmaltes, y aunque yo no ocupo esos recursos, la mística y la disciplina de trabajo la aprendí con él. ¿Sabes que horno en japonés es “Kama”, que quiere decir “quemar la belleza”?

          En 1972, teniendo apenas 19 años, viaja a Japón y participa en varias actividades culturales en la Escuela de Arte en Kanazawa. Esta experiencia, desde el haber viajado a bordo de un barco confinada varios días a la inconmensurabilidad del mar hasta las visitas a los museos o a las ferreterías en busca de herramientas de trabajo, la marcaría profundamente. Ha recibido la beca para creadores con trayectoria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes del Estado de Veracruz en dos ocasiones: en 1997, para la realización del proyecto Mayahuel, su inagotable presencia, y en 2003, para Estos zapatos no son para caminar. Su obra se encuentra en las colecciones del Museo Universitario de la Benemérita Universidad de Puebla, en el Jardín de las Esculturas del Instituto Veracruzano de Cultura y en el Museum of Latin American Art de Long Beach, California, además de diversas colecciones particulares. Ha participado asiduamente en exposiciones individuales y colectivas en galerías y museos del país y del extranjero. Recién egresada, participó en el Primer Salón de la Plástica Joven. Posteriormente se seleccionó su obra para la exposición colectiva La Plástica Contemporánea en Veracruz, que se presentó en el Museo de Ciencias y Arte de la Ciudad de México bajo la coordinación de la UNAM y la Universidad Veracruzana. Otras exposiciones importantes son las que se han articulado alrededor de sus series como Mayahuel, su inagotable presencia, en 1998; Vestigios, en el año 2000; Cuadernos de mar, fragmentos y otros recuerdos, en 2002; Estos zapatos no son para caminar, en 2003, y recientemente, en 2009, se inauguró uno de sus últimos proyectos, Entre susurros y

 
 
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