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Ser dichoso, ser divino y ser bueno: Esta barca sin remos es la mía, de Carlos Pellicer

Por: Antonio López*

La poesía, un género a veces incomprendido por la magnitud en que nos sumerge. Aun así, Carlos Pellicer supo cómo hacer de esta su único lenguaje, logrando que quien lo leyera, entrara en comunión con su vida.51b85f65cf7e050b2b2997c303e9914b

Nacido en Tabasco en 1897, atravesó por la desdicha del abandono de su padre, quien se enlistó en el ejército carrancista cuando la revolución empezó. En su madre y su segundo hermano (el primero murió siendo muy chico) encontró cobijo de las adversidades, que a menudo tocaban a su puerta, y en las rimas depositó el gran amor que sentía hacia Dios, Latinoamérica, su madre y a final de cuentas, todo lo humano.

Esta barca sin remos es la mía es un compendio que permite conocer al Pellicer de todas las épocas. De 1915 destaca el poema En medio de la dicha de mi vida, pues nos introduce a esa melancolía sonriente que siempre llevó consigo. En 1949, año en que muere su madre, Doña Deifilia, escribe Nocturno a mi madre, el reflejo de una voz que palpita al recordar a su creadora. “Estoy pensando en ella con tal fuerza que siento el oleaje de su sangre en mi sangre” exclama.

Los Sonetos dolorosos y Sonetos postreros, escritos a mediados de los años cincuenta, dejan ver la etapa en que se consagró y perfeccionó el arte de hablar con el corazón. De aquí deriva el poema que da título al libro. “Todo ha perdido ya su jerarquía” murmura el poeta, para luego sentenciar “Estoy lleno de nada”.

Las Reincidencias aparecen ya al final de su ciclo, como una llama todavía ansiosa por asuntos siempre pendientes, como el amor y la soledad. “Todos los sueños estaban despiertos; y la vida con los ojos cerrados y la muerte con los ojos abiertos” son las últimas líneas que se pueden leer.

Al recorrer este libro una y otra vez, el lector volverá a sorprenderse, y comprenderá de lleno al autor, quien poseía una sensibilidad en sus palabras que adquiría numerosos tonos. Además, fue un viajero constante que nunca olvidó sus orígenes: el azul del mar que su madre le llevó a conocer cuando era pequeño, y al cual retornaba siempre que podía, literal y figuradamente. Su inquebrantable fe en Dios también lo acompañó en todos los paisajes; devoto y fiel, supo que en esta vida no había más que hacer el bien. “Ser dichoso, Señor, no es ser divino, pero ser bueno, sí”.

Con esas palabras deja su recuerdo, y demuestra que ante la poesía, nadie puede quedar indiferente.

* Alumno de segundo semestre de la Especialización en Promoción de la Lectura

Pellicer, C. (2008) Esta barca sin remos es la mía. México. Editorial UV.