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Cree Bonifaz Nuño en la fe y el honor

La fe es como el honor, hay que tenerla, dice

Por Silvia Isabel Gámez

Ciudad de México (4 de noviembre de 2008).- Tiene en su armario 20 chalecos de colores. Este viernes lleva uno con «manchitas» azules, verdes y blancas. A Rubén Bonifaz Nuño la ceguera no le ha restado porte. Cada año, el poeta suele encargar dos trajes en primavera y dos en invierno, para desquitarse, dice, de cuando no tenía más que un suéter y un pantalón.

Era un muchacho muy pobre. Siempre usé ropa remendada. Y como ya sentía desde entonces el gusto por las mujeres, me daba mucha vergüenza que me vieran así, por eso fue triste mi juventud».

¿Calló muchos amores?

Muchísimos. Como las mujeres nunca me hacían caso, no tenía límites en enamorarme.

Poeta mayor, fundó en 1973 el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, cuya biblioteca lleva su nombre. Para Bonifaz Nuño, la UNAM ha sido, «más que mi casa, mi todo». Como traductor, considera a La Iliada de Homero «la cima» de su trabajo, pero en su nómina de más de 20 autores grecolatinos manifiesta su predilección por el poeta Cayo Valerio Catulo, de quien alaba su descaro y su pasión infinita por una mujer.

¿Fue usted un hombre de grandes pasiones?

Que yo recuerde, sí, pero puro recuerdo. Eso es también vivir.

No, eso de que recordar es vivir no es cierto. Recordar es hacerse tonto un momento nada más.

Tuvo una infancia feliz, rodeado de sus perros, animales que han sido siempre, dice, objeto de su amor. Nació en Córdoba en 1923, debido a que su padre, telegrafista, había sido destinado a esa ciudad, pero desde pequeño creció en el Distrito Federal.

Su primer libro tiene la fecha del 12 de noviembre de 1929, el día en que cumplió seis años: Al Polo Norte, de Emilio Salgari.

¿Recuerda qué le produjo su lectura?

Cómo no. Asombro, curiosidad, deleite, temor, tristeza. Recuerdo el final y todavía me dan ganas de llorar.

Y cita con esa voz que Agustín Yáñez comparó con la de un «iluminado» al oírle decir sus versos: «‘Asustado, llamó a Sandoe, pero nadie le contestó…'».

La poesía ha sido su mayor placer, dice Bonifaz Nuño. Un refugio desde donde nombrar lo que duele, y también una fiesta, un gozo permanente de libertad.

Mañana recibirá un homenaje por sus 85 años de edad en el Munal, donde el INBA le entregará la Medalla Bellas Artes. Amigos como Juan Gelman y Marco Antonio Campos acudirán para celebrar al humanista y al poeta.

«Me siento más que reconocido, porque se reconoce algo que existe, y a mí me han imaginado muchas veces, me han celebrado méritos que no creo tener», afirma Bonifaz Nuño, a quien un día de lluvia el poeta guatemalteco Carlos Illescas le dedicó una frase, según el aludido, «bastante babosa»: «Al mal tiempo, Bonifaz». Fue tan celebrada que ahí quedó, como parte de su leyenda, lo mismo que su melena rebelde.

Bonifaz Nuño recuerda los sábados y domingos en que pasaba cuatro o cinco horas tecleando feliz en su Olympia, dejándose llevar por la poesía, fumando y tomando café. «Hasta 12 cigarros en una mañana», dice asombrado, ahora que el médico sólo le permite cuatro diarios.

«Gutiérrez Nájera dice en un poema: ‘Yo escucho nada más y dejo abiertas de mi curioso espíritu las puertas; los versos entran sin pedir permiso’. Los versos entran solos, absolutamente».

Los críticos han señalado en su obra una obsesión: la del hombre amenazado por fuerzas que desconoce.

Desde mis primeros recuerdos está ese temor, esa amenaza del mundo de alrededor. En este momento siento la amenaza del hambre sobre mi gente, una amenaza exterior contra la que no puedo tener más defensa que el pensamiento, la esperanza, el miedo.

¿Hay en usted un hombre de fe?

Por supuesto. Si no tuviera fe, no viviría. La fe es como el honor, hay que tenerla. Y no hablo de fe en Dios, hablo de fe en el hombre.

En 1953 publicó su primer poemario: Imágenes. Pero su libro más importante, considera, es Los demonios y los días (1956, reeditado por el FCE en 2006), en el que exploró nuevas rutas poéticas.

«Ningún provecho nos ganamos/ con pasárnosla aquí gimiendo». ¿Es usted un hombre optimista?

No, al contrario. La inutilidad física no permite el optimismo.

¿Y antes?

Sí, claro. Me hace preguntas que se responden por sí mismas. Si perseguía a las mujeres, piense si no era optimista.

Disculpe. Fui torpe.

No es torpe. Es que yo tengo más tablas que usted.

Sus amigos saben de su afición por los juguetes. «Todavía tengo algunos avioncitos, barquitos. Los usaba como adorno en los libreros». Y le festejan también su gracia para los chistes. «Hice uno que se volvió famoso: ‘Me gusta la lucha de clases porque la vamos ganando’… pero ya no lo creo».

¿Está satisfecho con lo logrado?

No, la ambición debe ser un estímulo continuo. Cuando uno está satisfecho, ya no es ambicioso.

¿Qué ambiciona ahora?

En este momento, nada. Pero cuando escribía, ambicioné ser el mejor poeta. Mejor que Quevedo, mejor que Góngora… Hasta la última poesía.

Tomado de La Jornada