Universidad Veracruzana

Blog de Lectores y Lecturas

Literatura, lectura, lectores, escritores famosos



La trastienda de un ¿canon?

Cristóbal Ramírez

Hasta las cosas más sencillas dan quebraderos de cabeza. Veamos. El verano es tiempo de lecturas. ¿Pero qué elegir entre clásicos, novedades y títulos que crían polvo en las estanterías de casa? Gran pregunta. El País Semanal se lo cuestionó hace poco más de un mes. Y se puso manos a la obra: recabar la opinión de 100 escritores de habla hispana para que recomendaran los 10 títulos que más huella les han dejado. Y además, ordenados como en un ranking: 10 puntos para el primero hasta llegar a un punto para el último. El remate. Puso en el disparadero a más de uno.

Una tarea como otra cualquiera, podría parecer. Incorrecto. Ir detrás de 100 autores en julio es más difícil de lo que parece. La mayoría aceptó el reto encantados de la vida; otros, a regañadientes, porque el miedo a no ser precisos les atenazaba. Un porcentaje muy bajo se negó en rotundo: que no, porque la literatura no entiende de cánones ni modas. Vale, sólo era una propuesta.

¿Y qué criterio para todo esto? Ninguno. O todos. O los propios de cada uno. La idea era que cada escritor se sintiera libre para seleccionar los 10 volúmenes que le han amasado el cerebro.

He aquí una muestra de criterios. Antonio Gamoneda eligió los textos que rondaban por su casa cuando la guerra. Ana Rossetti se decidió por los que le descubrieron “el placer de la lectura”. Y subrayó: “Todo lo demás es presunción». A Félix de Azúa le calaron de pequeño la guía de teléfonos de Barcelona y el Diccionario Espasa-Calpe. La cubana Wendy Guerra aporta las “cosas prohibidas» que le prestaba “una mano amiga». Javier Cercas es irrebatible: «Libros leídos en torno a los 20 años, que es cuando con más ímpetu te cambian la vida».

Hay más de lo que podrá caber en esta página. Alejandro Zambra se permite una rebeldía: todos los textos que vota son de Georges Perec. Es que le descubrió una nueva sensibilidad, arguye. Y está el gran Francisco Ayala, que opta por una sola obra. Le da 10 puntos al Quijote. Los únicos puntos. Como si el resto de la literatura no tuviera sentido: “Lo leí de niño, lo leí de adulto, lo leí de viejo, lo leo de centenario. Es un libro perpetuo para mí, renovado siempre. Y he tratado de encajar mi obra literaria con el Quijote, no sé si usted se ha dado cuenta».

También hubo espera. Esto había que meditarlo, escoger, anotar, repensar, descartar, borrar … Todos los autores se tomaron su tiempo. Unos más que otros. Santiago Roncagliolo y Ray Loriga los tenían en la mente, en reposo. Sólo hizo falta vomitarlos. Venga, ya, en un minuto, de un tirón. Kirmen Uribe se reía con la ocurrencia de El País Semanal. Y contestaba a toro pasado: “yo lo he hecho intuitivamente, como un entrenador que elige a los cinco que van a tirar los penaltis». No fue lo normal. Algún que otro indeciso, víctima de temor súbito, se arrepintió en el último momento y quiso cambiar algún libro. Demasiado tarde.

Con los 1.000 títulos en la mano, tocaba el recuento. Ordenar, sumar, repasar. Pero había obras que empataban. Ante eso, la pauta es la siguiente: gana el que haya obtenido más dieces, o en su defecto, más nueves. O más ochos … Y si hay coincidencia absoluta de puntuación, la pauta es el orden alfabético del autor escogido. Entre tanta letra impresa, tantas páginas evocadas y tantos universos mezclados, hasta las operaciones aritméticas mutan. Aquí y ahora, 100 x 10 es igual a infinito.

Listado de los primeros 25 titulos

Listado de los segundos 25 titulos

Listado de los terceros 25 titulos

Listado de los últimos 25 titulos



Carlos Monsiváis: El gran murmurador

Por Luis González de Alba

Extraño caso el de Carlos Monsiváis: es uno de los autores más presentes de la literatura mexicana y, sin embargo, su figura es elusiva. ¿Quién es Monsiváis más allá del mito que él mismo ha fomentado? ¿Cuáles son sus contribuciones objetivas a la democracia y cuáles sus tropiezos? ¿Dónde descansa lo mejor de su obra? Álvaro Enrigue y Luis González de Alba visitan el agitado mundo Monsiváis.

El de la voz declara:

Que nunca le ha entendido a Carlos Monsiváis, ni cuando habla ni cuando escribe. Cuando habla, por problemas de fonética; cuando escribe, por su prosa pétrea, plúmbea, difícil de desembrollar; y que, cuando uno se toma esos trabajos, descubre que no valía la pena: no era sino otra cuchufleta muy alambicada.

Que siempre ha intentado leerlo, puntualmente y sin falta. Ha comenzado casi todos sus libros, y sus artículos también. No los termina porque lo derrota la creciente convicción de que toda esa retorcida sintaxis no es producto irremediable de dificultades conceptuales y sólo conduce a la gris planicie de otro chistorete. Es decir, el apuro del lector no proviene de la materia; no es que, digamos, trate uno de desentrañar un artículo de Feynman sobre el positrón o, ya de perdida, uno de Lacan o de esos franceses pesaditos tan alabados en universidades de Nueva York. No: el problema es que, una vez cumplido el arduo análisis, resultan escopetazos contra moscas o contra lobos ya muertos.

Que lleva casi cuarenta años tratando de desentrañar el significado de los siguientes párrafos en los textos más celebrados del Cronista: “La manifestación sería democrática. Tal era el carácter del Movimiento Estudiantil y todo se ajustaba a ese designio”. ¿A cuál designio? ¿Cómo es democrático un hecho que no comenzó a existir sino con esa manifestación, la encabezada por el rector de la UNAM? Otro más: “Unos días antes, el 22 de julio, dos pandillas, los Ciudadelos y los Arañas, obligaron al encuentro de estudiantes de las Vocacionales 2 y 5 con alumnos de la Preparatoria Particular ‘Isaac Ochoterena’. Al día siguiente el pleito continúa…” ¿Cuál pleito? ¿No era un encuentro de estudiantes?

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El viaje del elefante – Fragmento

Por José Saramago

No sopla viento, sin embargo la niebla parece moverse en lentos torbellinos como si el propio bóreas en persona, la estuviera soplando desde el más recóndito norte y desde los hielos eternos. Lo que no está bien, lo confesamos, es que, en situación tan delicada como ésta, alguien venga y se ponga a sacarle lustre a la prosa para añadirle algunos reflejos poéticos sin asomo de originalidad. A esta hora los compañeros de la caravana ya han notado la falta del ausente, dos se han declarado voluntarios para retroceder y salvar al desdichado naufrago, y eso sería muy de agradecer si no fuese por la fama de poltrón que le quedaría para el resto de su vida, Imagínense, diría la voz pública, el tipo allí sentado, esperando que apareciese alguien a salvarlo, hay gente que no tiene ninguna vergüenza. Es verdad que estuvo sentado, pero ahora ya se ha puesto en pie y ha dado valientemente el primer paso, la pierna derecha primero, para exorcizar los maleficios del destino y de sus poderosos aliados, la suerte y la casualidad, la pierna izquierda de repente dubitativa, y no era caso para menos, pues el suelo ha dejado de verse, como si una nueva marea de niebla hubiese comenzado a subir. Al tercer paso ya no consigue ver ni siquiera sus propias manos extendidas hacia delante, como para proteger la nariz del choque contra una puerta inesperada. Fue entonces cuando se le presentó otra idea, la de que el camino tuviera curvas a un lado y a otro, y que el rumbo adoptado, una línea que no sólo quería ser recta, una línea que también quería mantenerse constante en esa dirección, acabara conduciéndolo a páramos donde la perdición de su ser, tanto la del alma como la del cuerpo, estaría asegurada, en el último caso con consecuencias inmediatas. Y todo esto, oh suerte malvada, sin un perro para enjugarle las lágrimas cuando el gran momento llegase. Todavía pensó en volver atrás, pedir abrigo en la aldea hasta que el banco de niebla se deshiciera por sí mismo, pero, perdido el sentido de orientación, confundidos los puntos cardinales como si estuviese en un espacio exterior del que nada supiera, no encontró mejor respuesta que sentarse otra vez en el suelo y esperar que el destino, la casualidad, la suerte, cualquiera de ellos o todos juntos, trajeran a los abnegados voluntarios hasta el minúsculo palmo de tierra en que se encontraba, como una isla en el mar océano, sin comunicaciones. Con más propiedad, una aguja en un pajar.

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Despedida

Por Alejandro Aura

Así pues, hay que en algún momento cerrar la cuenta,Alejandro Aura
pedir los abrigos y marcharnos,
aquí se quedarán las cosas que trajimos al siglo
y en las que cada uno pusimos nuestra identidad;
se quedarán los demás, que cada vez son otros
y entre los cuales habrá de construirse lo que sigue,
también el hueco de nuestra imaginación se queda
para que entre todos se encarguen de llenarlo,
y nos vamos a nada limpiamente como las plantas,
como los pájaros, como todo lo que está vivo un tiempo
y luego, sin rencor, deja de estarlo.

¿Se imaginan el esplendor del cielo de los tigres,
allí donde gacelas saltan con las grupas carnosas
esperando la zarpa que cae una vez y otra y otra,
eternamente? Así es el cielo al que aspiro. Un cielo
con mis fauces y mis garras. O el cielo de las garzas
en el que el tiempo se mueve tan despacio
que el agua tiene tiempo de bañarse y retozar en el agua.
O el cielo carnal de las begonias en el que nunca se apagan
las luces iridiscentes por secretear con sus mejillas
de arrebolados maquillajes. El cielo cruel de los pastos,
esperanzador y eterno como la existencia de los dioses.
O el cielo multifacético del vino que está siempre soñando
que gargantas de núbiles doncellas se atragantan y se ríen.

Lo que queda no hubo manera de enmendarlo
por más matemáticas que le fuimos echando sin reposo,
ya estaba medio mal desde el principio de las eras
y nadie ha tenido la holgura necesaria para sentarse
a deshacer el apasionante intríngulis de la creación,
de modo que se queda como estaba, con sus millones,
billones, trillones de galaxias incomprensibles a la mano,
esperando a que alguien tenga tiempo para ver los planos
y completo el panorama lo descifre y se pueda resolver.
Nos vamos. Hago una caravana a las personas
que estoy echando ya tanto de menos, y digo adiós.

Tomado de www.alejandroaura.net/wordpress



Cantos rodados, 19

Por Alejandro Aura

Luego ya no sé bien porque los años se me hicieron meses
Que se me han hecho semanas que se forman en la cola a esperar
La siguiente, a ver qué trae.
Pero me puse listo con los días de gracia, cuando pasaban los efectos
De los medicamentos y podía comer y beber y charlar y todo
Y entonces llenaba las cazuelas y venían a la casa mis amigos.
Unos taquitos dorados de pollo no van a incomodarle a nadie.

El trabajo en las manos de mi socio, y yo de asueto y abusivo.
Al cabo estar enfermo no es tan fácil. El sol hoy muy temprano
Me mandó mensajero, que si quería yo ir con él a dar la vuelta,
Que estaba por salir en su coche de lujo y el lugar del copiloto
Tiene vistas muy bonitas.
Sí, -le mandé decir- pero a qué horas me regresas
Porque quedé con cuates de ir a un restaurante chino.
-¿Te imaginas el caos que se armaba si en pleno julio me les desaparezco
para venirte a dejar a la hora de la comida? -me contestó el ingrato-.
Y yo ni modo de quedarme solo a la mitad del cielo y buscar por mi cuenta
Cómo regresarme, si por mi cuenta ya no puedo nada, necesito ayuda.

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A veces me digo que yo no sé nada de teatro: Rascón Banda

Javier Galindo Ulloa

 

Victor Hugo Rascón Banda -Uruáchic, Chihuahua, 6 de agosto de 1948/DF, 31 de julio de 2008- me concedió una entrevista para hablar acerca de la reedición de su libro Volver a Santa Rosa (Editores Mexicanos Unidos, 2004): él mismo se comunicó conmigo por teléfono para acordar la cita en su casa, ubicada en una calle de la colonia de San Miguel Chapultepec.

 

Con un aspecto aún demacrado y arropado con una bata de dormir y boina, Rascón Banda empezó a decir que aquel libro se publicó inicialmente en 1996 en la editorial Joaquín Mortiz, pero se agotó muy pronto y los editores ya no quisieron reimprimirlo.

-Aun así -continuó el dramaturgo-, nunca lo vi en librerías. Como yo no era un escritor de novelas, ni su hijo consentido como José Agustín, Jorge Volpi, o Carlos Montemayor, pues ya no les interesó mi libro, más cuando dicha editorial se vendió a Planeta. Ahora la editora Sonia Miró se arriesgó a publicarlo dentro de una colección juvenil.

En esta entrevista, que se conservaba hasta hoy inédita, el autor de Voces en el umbral y Playa Azul expresa los motivos que lo llevaron a escribir las 13 historias que integran Volver a Santa Rosa.

 

-¿Cómo se originó la escritura de sus relatos?
-Yo siempre he contado mi vida a cualquier amigo que se deje. Uno de ellos fue el actor Víctor Carpinteiro, que me motivó a escribir estas historias de infancia y con quien hice un pacto: yo las escribiría durante el día y él las leería en voz alta en la noche. Fue como el caso de Scherezada, que tenía que contar una historia para poder vivir. Ahora estoy escribiendo la continuación de Volver a Santa Rosa, de cuando aún siendo niño llegué en avioneta a Chihuahua, donde conocí los automóviles y la televisión; sobre todo, las nuevas palabras. Cuando estudiaba la secundaria tuve muchos incidentes relacionados con mi ignorancia del lenguaje. A mí me gustaba, por ejemplo, sentarme en la primera fila de adelante, donde me daba directamente la luz del sol cuando leía un libro. Entonces, el maestro de español me decía: «Te vas a quedar ciego, cierra por favor las persianas.» Y yo lo que cerraba eran los párpados. «iNo, las persianas!», me volvía a decir; pero yo juntaba las piernas. Y me di cuenta después de lo que me decía hasta que otro compañero se levantó a cerrar aquellas cosas que parecían láminas.

 

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Mentiras transparentes, hermanos

Por Felipe Garrido

Cuando don Atanasio Argúndez y Ávila, aquel juez que creía más en la justicia que en las leyes, supo que Víctor Hugo y Alejandro habían muerto en alguna ciudad de la Costa –él no las conocía; no le gustaba salir de la isla–, estaba componiendo un poema a la dulce Rita. “De junco y capulí” acababa de escribir, y se había sentido incómodo porque esas palabras ya las había leído en algún lado. Antes de que pudiera cambiarlas le llegó la noticia y sintió que un peso enorme bajaba sobre su espíritu atribulado y que ya no podría seguir escribiendo. Recordó tardes que había pasado con sus hermanos; alguno jugaba a que era una mujer enloquecida por la soledad o un ejecutivo enloquecido por el poder, y el otro decía cosas como “abro enormemente los párpados y abarco toda la luz; el sol me enciende las venas de los ojos…” También jugaban a esconderse. Muy bien se habían escondido ahora, dijo don Atanasio, y sintió cómo la sombra bajaba sobre su alma.

Tomado de www.lajornada.unam.mx



Alexander Solyenitsyn (1918-2008): Crítica a la cultura occidental

Karla Zanabria / agencias

El domingo 3 de agosto, a consecuencia de una falla cardiaca, murió a los 89 años el escritor ruso Alexander Solyenitsyn, Nobel de Literatura 1970. “Trabajó como cualquier otro día. La muerte vino rápidamente, al anochecer”, comentó Stepan Solyenitsyn, hijo del autor, que naciera el 11 de diciembre de 1918 en Kislovodsk.

Alexander Solyenitsyn fungió como capitán de artillería en el frente en la Segunda Guerra Mundial; durante las últimas semanas de la guerra fue arrestado por haber escrito, en una carta dirigida a un amigo, «ciertas afirmaciones irrespetuosas» sobre Stalin. Siete años vivió preso en mi campo de trabajos forzados.

Durante su cautiverio comenzó a escribir, memorizando su trabajo de forma que no se perdiera, si era incautado. El tema central de su obra era el sufrimiento y las injusticias que padecían los prisioneros en el gulag, una abreviatura soviética para referirse al conjunto de campos de trabajos forzados.

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