Universidad Veracruzana

Blog de Lectores y Lecturas

Literatura, lectura, lectores, escritores famosos



Repentinos antídotos para la pertinaz melancolía

Por Héctor Abad F. 

En las tardes de lluvia menuda y persistente, si el amado está lejos y agobia el peso invisible de su ausencia, cortarás de tu huerto veintiocho hojas nuevas de hierba toronjil y las pondrás al fuego en un litro de agua para hacer infusión. En cuanto hierva el agua deja que el vapor moje las yemas de tus dedos y gírala tres veces con cuchara de palo. Bájala del fuego y deja que repose dos minutos. No le pongas azúcar, bébela sorbo a sorbo de espaldas a la tarde en una taza blanca. Si al promediar el litro no notas cierto alivio detrás del esternón, caliéntala de nuevo y échale dos cucharadas de panela rallada. Si al terminar la tarde el agobio persiste, puedes estar segura de que él no volverá. O volverá otra tarde y muy cambiado ya.

Haces volteretas con el cuerpo y la imaginación para evadir la tristeza. ¿Pero quién te ha dicho que se prohíbe estar triste? En realidad, muchas veces, no hay nada más sensato que estar tristes; a diario pasan cosas, a los otros, a nosotros, que no tienen remedio, o mejor dicho, que tienen ese único y antiguo remedio de sentirnos tristes.

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¿Para qué sirve leer novelas y cuentos?

Por Mónica Lavín

La lectura no sirve para ganar más dinero, ni siquiera se puede anotar en el currículum: fulano ha leído La Iliada y La Odisea, Robinson Crusoe, Cien años de soledad y Pedro Páramo. Lee dos libros por mes, 15 por año. No es una información que se solicite, que se fomente, que tenga precio en el mercado de trabajo. Tal vez porque el mercado laboral no ha dado el peso suficiente al aprendizaje sutil que deviene de la lectura de ficción: formativo más que informativo. Nuestra formación lectora no es requisito para entrar a una carrera universitaria. La sicóloga no nos preguntará: ¿Cómo empezó su relación con los libros? ¿Leía a escondidas, subrayaba, los robaba en las librerías, los pedía prestados, los arrugaba, los despreciaba?

Qué inofensivos se han vuelto los oscuros objetos del deseo, a nombre de quien se edificaron hogueras atroces que arrasaron con palabras. Los libros a lo largo de la historia han sido quemados por una razón universal. La palabra porta ideas, atiza cabezas, incita, los libros son gérmenes subversivos. Se han censurado libros en nombre de Dios, de la moral, de la política. ¿Y esto no nos provoca? El propio Miguel de Cervantes escribió —sin duda alabando el poder de los libros— sobre el efecto que tuvieron en Don Alonso Quijano, e hizo mofa de la quema que llevaron a cabo el cura y el bachiller por considerarlos culpables de su locura. Así lo introduce el autor en el primer capítulo: Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso (que eran los más del año), se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aún la administración de su hacienda; y llegó al tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballería en que leer, y así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber de ellos […]

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El libro biblioteca

Por: Sergio González Rodríguez.

Días atrás, los gremios de la letra impresa recordaron que, durante los últimos 15 años, cerraron entre el 30 y el 40 por ciento de las librerías en todo el País, es decir, van en extinción.

 

La mala noticia que aquello representa encuentra sus causas principales, aparte de la adversa situación económica, en el crecimiento de las conductas promonopólicas de grandes empresas, en buena parte de índole multinacional, ya sea editoriales o de las que controlan la exhibición/distribución, así como la venta, de los libros en gran escala. Éstas han aniquilado poco a poco a las librerías, para reemplazarlas por almacenes en los que hay estantes con productos impresos.

 

El 90 por ciento de los títulos que circulan en México es de autoría extranjera, y entre ellos dominan no sólo la marea de los best-sellers y «novedades», sino los remates de inventarios que llegan de ultramar. El impacto de los escritores mexicanos en el exterior resulta mínimo, si no insignificante, al lado de las obras y autores extranjeros que circulan y se venden aquí. Esto debería ser motivo de un programa específico de divulgación de la literatura mexicana dentro y fuera del País, pero a nadie se le ocurre, entre los responsables institucionales, encargarse de esto.

 

Como se trata de un fenómeno que impacta en términos generacionales, los estudiantes desconocen ya la literatura mexicana, o tienen un nexo funerario con ella, y se familiarizan con los best-sellers y su concepto mercantil como un valor privilegiado. Así, nada extraña que los nuevos escritores tiendan a buscar la celebridad mediática o el espectáculo por encima del compromiso literario o cultural.

 

Los dogmáticos del libre mercado dirán que éste ordena tales transformaciones, y que quienes no sobreviven es porque no saben sobrevivir. Hasta la fecha, nadie ha podido demostrar la verdad de tal dogma, y sí se ha hecho más evidente día tras día el poder de los depredadores económicos y sus sirvientes.

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