Hace un tiempo dialogaba con un usuario en uno de los grupos de Facebook al que me suscribí como parte de una investigación del que ahora trabajamos en su informe que -en el terreno científico-, también había creencias. Al calor de un hilo en torno a este tema, mientras él sostenía que no, pues el método científico observa, experimente, verifica y comprueba para poder demostrar, por lo que no puede haber creencias, sostenía, yo le comentaba que el mismo Thomas Kuhn sostenía, que un nuevo paradigma -cuando reemplaza al anterior-, lleva implícito un cambio en las creencias a las que pueden comenzar a adscribir las comunidades científicas. Incluso Pascal y Jasper, llegaron a decir que la confianza en el método científico y la creencia de poder conocer el universo, lleva implícito un acto de fe.
Un par de semanas después, en una actividad escolar, una estudiante comentaba que una teoría no comprobada tenía como base la creencia y expuso su razonamiento, particularmente interesante y viable, pues efectivamente, aun cuando la razón opere, una creencia es una pieza mental, sostiene Ramón María Nogués (2010), a partir de la cual se da forma a la fe y las relaciones que las personas establecen con el mundo y sus semejantes, en razón de lo cual, las creencias son dispositivos de mediación a partir de las cuales podemos expresar las realidades internas más significativas que nos definen como personas pensantes y emocionales. Al respecto, en el Diccionario de Filosofía de Dagobert D. Runes (1981), estas piezas mentales implican la aceptación de la existencia de objetos o la aceptación como verdad de una proposición.
Es decir, así como una creencia puede vincularse a lo religioso o espiritual, para profesar la fe en una entidad divina o celestial, no dista mucho de la profesión de fe que puede depositarse en una entidad pagana, paranormal, oculta o mística; incluso en una personalidad o figura política, en el contexto de la sociedad del conocimiento y la era digital.
De allí que no sorprenda que hoy día, las redes sociales, los canales de video, se hayan convertido no solamente en medios o canales de comunicación masiva, sino en espacios para recrear, reproducir y difundir contenidos, donde la circulación de narrativas de distinto cuño, diseminan y socializan creencias a las que vienen adscribiéndose millones de ciudadanos, de usuarios, en particular los jóvenes.
Así, lo mismo hay pastores de iglesias cristianas, que gurús y todo tipo de personalidades que aprovechando las creencias van cultivando y erigiendo espacios de socialidad digital en donde los usuarios venidos a comunidad de creyentes, depositan en ellos su confianza y fe. Por ello no es sorprender que de las creencias al adoctrinamiento religioso, ideológico o político hay apenas una frágil línea roja ligada que, en muchas ocasiones, han aprendido a cruzar sus límites para dialogar o «ponerse al servicio» de una pluralidad y hibridación de objetos de fe: sectas, comunidades religiosas, creyentes en lo oculto, en conspiraciones, en fenómenos paranormales, en el fenómeno OVNI, en el misticismo, en entidades celestiales, conjugan un universo plural, heterogéneo y diverso que descubren su razón y su misma alma, para hacer visible aquello de lo que está hecho en términos de sus creencias; donde la evidencia que las legitiman más que en la razón se circunscribe a la emoción, antes que al intelecto se lían a un pensamiento mágico y teológico, en los términos que Augusto Comte lo llegara a plantear.
Por eso, no deja de sorprender que los feligreses de la Luz del Mundo (tan cercano al partido en el poder en México), pese a la evidencia de las tropelías que han hecho los líderes de esta comunidad, se nieguen a creer, pues se pone en entredicho la creencia en su apóstol; lo que se repite en el caso del padre Maciel y los Legionarios de Cristo, quienes no creían que su líder era un depredador sexual, como tampoco quienes eran parte del séquito de seguidores de Keith Rainiere y su Nxivm; tan igual a los jóvenes bailarines de 7M film quienes no consideran que Robert Shinn, el líder de la Iglesia Shekinah, los explote y abuse de sus creencias. Ni qué decir de quienes disculpan el exterminio de Israel en Gaza, creyendo que es el pueblo elegido de Dios. Incluso aquí tienen cabida aquellos que han creido que Bad Bunny es un es el nuevo rey de pop.
Lo anterior, poco se distingue de los millones de mexicanos que asumen que quienes gobiernan este país, son honestos, cuando la evidencia documentada demuestra exactamente lo contrario. Claro, la emoción adoctrinada por mentiras millones de veces dicha, han construido «una verdad» a la que se adhieren millones de mexicanos, sin ser conscientes del pensamiento ingenuo del que se han aprovechado algunos líderes políticos. Así en Brasil y otros países de América Latina que en los últimos lustros se han aprovechado del desencanto de la población para promover un cambio, pero terminando por reproducir las mismas prácticas de quienes detentan el poder político de una nación.
De allí que entre millones de usuarios y jóvenes se profesen creencias en productores de contenidos a quienes se les llaman influencers y lo mismo hablan de política, que de cultura, que de moda o cualquier ocurrencia que les procure un relato vendible en el mercado digital de las creencias, donde lo emocional y el sentimiento, junto a prácticas y hábitos poco reflexivos, hacen difundir narrativas a las que se acogen millones de jóvenes que andan en busca del sentido de vida que de explicaciones frente a aquello que desconocen, no alcanzan a comprender, poco informado están o recién han descubierto.
Es cierto, en toda creencia al referirse un dispositivo mental, hay una presencia del razonamiento, no necesariamente lógico, pero razonamiento al fin; un elemento constituyente que, si bien en nuestra condición fisio-bio-química no nos hace falta, si nos definen en nuestra complejidad y contradicción humana desde lo sociológico que antropológico o histórico.
Así las cosas en este mundo, donde la imagen y un relato poco más o menos bien articulado, termina por hacer creer en realidades muchas veces distintas o distantes a la concreta y empírica, por los recursos de los que se vale para legitimarse, para permitir que un pastor le diga a sus feligreses que ha hablado con Dios, quien le ha dicho que puede vender lotes en el cielo para garantizar su descanso celestial, que las decenas de periodistas mexicanos siguen creyendo que la actual presidente es científica, cuando para serlo tiene que estar adscrita a una institución educativa (en la UNAM, parece está de licencia desde hace años), a un centro o instituto de investigación, por dedicarse a la política, es imposible que levante proyectos de investigación y produzca conocimiento (y miren que en Google Académico hay un artículo firmado por ella del 2018 como segunda autora); como también, millones de usuarios de redes sociales que han asumido la creencia que el 3I-Atlas, es una nave nodriza que llegará a la tierra en octubre próximo. Ni qué decir de aquellos que han hecho suyos esos relatos en los que se asegura -de vez en vez- que está por llegar el fin de los tiempos; incluso, quienes piensan que hay una elite que domina al mundo; sin que se anteponga la duda ante la falta de evidencia y la sospecha de estar ante narrativas que persiguen diversos fines, entre los que pueden reconocerse lo político, ideológico, incluso económico. Esta idea igual se alimenta de algunas creencias.
En fin que, si como dice Javier Urra (2019), las sectas y el fanatismo se relacionan con personas y organizaciones que se mueven con el engaño, el fanatismo y el fundamentalismo, justificado su actuar en nombre de Dios, así en la política, en aras de un proyecto ideológico se adoctrina y se compran las voluntades por el lugar que la fe depositada en una líder carismático y que sabe muy bien explotar lo emocional y el sentimiento, genera condiciones de adoctrinamiento sectario; así también aquellos usuarios de redes sociales que ante el descrédito de la verdad y su institucionalidad, se cobijan al amparo de narrativas donde toda la culpa sobre una catástrofe natural, un acontecimiento extraordinario, recae en una élite que, desde el «estado profundo», ha controlado al mundo históricamente.
Así las cosas. Esto es en lo que creo.




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