Prácticamente, desde tiempos inmemoriales, el deseo y la búsqueda del ser humano para contar con alguien que lo emule y asista en ciertos procesos o tareas que cotidianamente realizan los hombres. Se dice esto porque la mitología ha documentado relatos y narrativas en donde el pensamiento mágico, la inventiva en distintas culturas y grupos humanos que han poblado este mundo desde sus orígenes, han depositado su fe y sus creencias en alguien que los asista para explicar, entender algunos fenómenos naturales o bien para realizar algunas de sus tareas.
Desde el pensamiento religioso, al místico hasta alcanzar al racional, entidades, deidades, seres, personalidades, nos han venido acompañando para asistirnos en el entendimiento de aquello que se nos revela como frente a lo que desconocemos o tenemos la esperanza de delegar en alguien más. Específicamente, desde la racionalidad literaria y el género de la Ciencia Ficción, los autómatas y robots venían siendo los depositarios de ese mañana que imaginamos ideal o distópicamente, en espera que el futuro no nos alcanzara, como parece cada vez es más evidente, frente a un desarrollo tecnológico que desde siempre ha estado acompañándonos, pero ha sido en los últimos años, cuando hemos sido testigos del avasallamiento y determinismo desde el cual -cada vez más-, define lo que el mundo puede y debe ser.
Situados aquí, las TIC han llegado para permitir una transformación de la educación, particularmente en el ámbito de la enseñanza y del aprendizaje, siendo que hoy, tanto el docente como el estudiante, tienen a su alcance un menú de recursos digitales para favorecer sus tareas, en el entendido que esto puede ser posible, siempre y cuanto, ambos cuenten con ciertas habilidades ligadas a la llamada alfabetización digital.
Dicho esto, la Inteligencia Artificial Generativa (IAG), especialmente a través del uso de Chatbot, ha venido a revolucionar muchos ámbitos del quehacer humano y, en específico, en el académico, siendo que en lo educativo e investigativo, ha provocado un entusiasmo que -para algunos- puede ser extralimitado, si no se asume una mirada crítica o reflexiva, frente a lo que está detrás de las ventajas que, sin duda, ofrece esta tecnología.
Se dice esto al reconocer que, desde la presentación del ChatGPT, mostré mis reservas, preocupado por lo que dejarían de desarrollar quienes se están formando en la universidad, siendo que se ha privilegiado la praxis y lo diestro, por encima del saber y los proceso cognitivos que estos suponen.
Por ejemplo, sin ninguna duda y tal como lo vienen reflexionando muchos autores, la posibilidad de contar con IA para favorecer la administración de los tiempos en una investigación, así como la facilidad para el manejo de grandes volúmenes de información, incluido los niveles de análisis a donde puede conducir el empleo de este recurso, son procesos complejos que hoy pueden simplificarse; pero también, un estudiante en formación universitaria y para ser investigador, puede que nunca desarrolle competencias metacognitivas para saber planear, diseñar, modelar e intervenir en este tipo de procesos propios del quehacer investigativo.
Así, gracias al ChatGPT un texto especializado que suele costarle trabajo a un estudiante universitario poco acostumbrado a leer fuentes académicas con una complejidad teórica importante, podrá ser resumido y simplificado (con el detalle que ya no será la fuente original), lo que no lo exime de tenerlo que leer y comprender, pero desde un lenguaje más fácil y sencillo; por lo tanto, el pensamiento crítico y reflexivo podrá irse minando hasta que solo quedar en el recuerdo.
En ese contexto, la imaginación y el pensamiento creativo, ya tampoco se favorecerá, siendo que gracias a la IA y algunos de los software que se han venido desarrollando, ya disponen de la automatización para identificar aquellos constructos teóricos que le permitan asumir una perspectiva preliminar desde la cual dimensionar disciplinarmente un objeto de interés. Si a esto se le suma que ya pueden también, desde esta identificación de constructos, diseñar esquemas y cualquier otro tipo de herramienta para el tratamiento y la representación de información, cada vez más tendremos -asumo yo- estudiantes alfabetizados digitalmente, pero estrictamente en el desarrollo de habilidades para el hacer, no necesariamente para el pensar. Ni qué decir para producir un texto académico, pues ahora, gracias al empleo de la IA, un estudiante que no sepa escribir, ya estará en posibilidades de poderlo hacer asistido por esta tecnología.
Así que entre el sueño y la pesadilla, lo que se avecina y requiere, es una docencia que repiense el papel que como mediador y para el diseño de estrategias de aprendizaje efectivo, pueda desempeñar un docente que reconoce por experiencia propia, lo que la IA pude facilitar sí, pero también posibilitar para que un estudiante aprenda no solamente a hacer, sino también a pensar, en el marco del uso responsable de una tecnología que ha llegado para quedarse; por lo que la integridad académica debe ser una práctica cotidiana. Y esto, no es sencillo.




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