Cuando no se entiende el por qué de un determinado fenómeno, entonces la magia es la mejor explicación. La magia es rápida, es sencilla y al mismo tiempo es omnipotente. No tiene límites, ni imposibles y su mejor alimento es la imaginación, las esperanzas del humano y las coincidencias. Cuando algo muy deseado ocurre por casualidad, se crea la idea en la mente de que pudiera volver a ocurrir; y en caso de no repetirse, siempre encontramos el consuelo de que nuestro destino era otro.
Querer predecir los eventos futuros para buscar el confort es algo que humanos y animales solemos hacer, y cuando no lo logramos nuestro pensamiento se vuelve un infierno de angustia y ansiedad. La rata que recibe choques eléctricos de manera azarosa sufre más estrés que aquella a la que un sonido previo le avisa la llegada inminente del choque. De hecho, aprender a predecir los posibles escenarios donde hay comida, refugio, y sexo funciona como una táctica de sobrevivencia en la naturaleza y es el mecanismo principal por el cual ocurre el aprendizaje. Los humanos siempre intentaremos aprender a predecir eventos importantes para nuestra vida, como la persona con la que nos casaremos, el trabajo que tendremos, la fidelidad de nuestra pareja, el futuro de nuestros hijos, o el día en que moriremos. De hecho, los casinos son un buen lugar para observar los rituales de predicción que muchos adultos despliegan. Aunque la ciencia puede predecir con cierto rango de confianza que en el juego de azar la casa nunca pierde, o que fumar puede matarnos, o que un mal noviazgo lleva a un mal matrimonio, la omnipotencia de la magia nos permite creer que ganaremos el premio mayor, que no moriremos de cáncer y que después de casarse la persona va a cambiar.
La magia es como un político en campaña interesado en ganar tu voto, que promete todo, pero nunca cumple nada. La ciencia es como un político muy serio, sensato, que no te promete imposibles pero que cumple lo prometido, porque así ha sido probado.