Núm. 9 Tercera Época
 
   
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que tuvo acceso a los papeles privados de la familia, señala con cuidado y de manera muy plausible que la visión de la existencia que subyace en El origen de las especies, con su sobrio estoicismo acerca del papel de la muerte y la destrucción en la creación de nueva vida, estuvo motivada en el caso de Darwin por la experiencia de la muerte de su hija.

          Annie enfermó en 1850 de lo que parece haber sido una forma de tuberculosis. Sus aterrorizados padres pasaron meses probando todas las fútiles terapias que la gente utilizaba en el siglo XIX, de forma muy parecida a los tratamientos dilatorios contra el cáncer que se observan hoy. Al final nada ayudó y Annie murió a la edad de 10 años, después de una larga vigilia. Con el corazón destrozado, Darwin escribió un memorial de 10 páginas que encerró bajo llave en el cajón de su escritorio. Está escrito a la manera naturalista de sus mejores textos: “Ella bailaba bien y le gustaba mucho hacerlo. Le agradaba leer pero no mostraba un gusto particular por algo específico. Tenía un hábito muy singular que, presumo, la llevaría a algún interés en el futuro, pues sentía un gran placer en buscar palabras o nombres en los diccionarios”. Este inventario de actividades no carecía de emoción: “Debe haber sabido cuánto la amábamos –concluye– y sin duda podría haber adivinado aun ahora cuán profunda y tiernamente la seguimos amando”.

Tras la muerte de Annie, Darwin abandonó los vestigios que le quedaban de su fe cristiana, e incluso su reciente preferencia por la teología unitaria y se convirtió, esencialmente, en un estoico. Creía que lo único que teníamos era la contemplación de la inmensidad del tiempo y un gran repertorio de sentimientos. En la muerte de Annie a la edad de 10 años no había ningún significado inherente salvo el reconocimiento de que la muerte es la regla de la vida. La serenidad sólo podría encontrarse en la contemplación de la inmensa indiferencia del universo.

          Randal Keynes ha mostrado que, en los años que siguieron, mientras Darwin trabajaba en El origen de las especies, se sintió obsesionado9 por la muerte de Annie. En algunas de sus tempranas observaciones había escrito acerca “de la horrorosa pero tranquila guerra de los seres orgánicos que pasan a habitar los pacíficos bosques”; pero después de la muerte de Annie estas palabras parecen inadecuadas. Entonces escribió: “Nada es más fácil que admitir en palabras la verdad universal de la lucha por la vida; lo verdaderamente difícil –así lo he descubierto– es tener en mente esta conclusión todo el tiempo… Solemos ver la cara alegre y brillante de la naturaleza y olvidamos que los pájaros que cantan a nuestro alrededor viven de insectos y semillas y, por ello, están continuamente destruyendo la vida”. Es esta visión de la vida la que ilumina el famoso pasaje al final de El origen de las especies, donde Darwin escribe acerca de “los intrincados surtidores” de la existencia, “cubiertos con muchas plantas de diversas clases, con pájaros cantando en los arbustos, varios insectos volando alrededor, y lombrices arrastrándose por la tierra húmeda”, todo siendo operado a través del proceso ciego e inherente de la selección natural. “De esa manera, producto de la guerra de la naturaleza, del hambre y de la muerte nace el objeto más preciado que nosotros somos capaces de concebir: la creación de animales más desarrollados en la cadena del conocimiento.” Continúa: “Hay una cierta grandeza en esta concepción de la vida con sus diferentes fuerzas dando aliento a nuevas formas de vida o a una sola; y mientras el planeta ha seguido girando de acuerdo con las leyes fijas de la gravedad, de unos principios tan sencillos han evoluciona- do y siguen evolucionando las formas más hermosas y maravillosas”.

          Darwin no estaba especialmente preocupado por los problemas de algunos darwinianos de hoy en día: fácilmente pudo ver a través del rompecabezas del diseño ostensiblemente inteligente (un ojo que trabaja bien evolucionó a partir de ojos que trabajaban menos bien). Dado que no sabía mucho de genes, el gran vacío que había en el centro de su argumento, es decir el funcionamiento de las leyes de la herencia, fue un aspecto que nunca resolvió. Empero, estaba obsesionado por el problema del tiempo: ¿qué edad tenía la Tierra? ¿Ha transcurrido suficiente tiempo para que la evolución se produzca? Mientras los hombres desenterraban los huesos que mostraban lo arcaico de la vida, ¿qué lecciones podían aprenderse? ¿Cómo podría uno imaginar el tiempo de una manera que tuviera sentido en nuestras propias vidas y emociones?

          En la obra de Darwin el tiempo se mueve en dos velocidades: existe el gran abismo temporal en el cual las generaciones cambian y los animales se transforman y evolucionan, y luego está el tiempo que dura el aliento del pequeño insecto, el tiempo del latido del corazón del colíbrí y el tiempo de la breve existencia de nuestros hijos que nacen, crecen y a veces mueren antes que nosotros. Darwin escribió uno de los documentos fundacionales de la psicología del desarrollo, una serie de notas detalladas sobre los primeros 12 meses de vida de su hijo. El espacio entre el breve, pero hondamente sentido, tiempo de la vida humana y el tiempo sin límite de la naturaleza llegó a ser el tema implícito en la teoría de Darwin. La religión siempre había reconciliado el paso ordinario de la temporalidad humana con el paso de un tiempo inmemorial, pretendiendo que uno era, de cierta manera, preludio para el otro: un preludio o un prólogo o un juicio o un tratamiento. Los artistas del periodo romántico, en una época de secularización constante, pensaron que a través de una vaga trascendencia podrían unir ambos tiempos. Desde luego, no lo lograron. Nada ni nadie podría hacerlo. La tragedia de la vida no es que no haya un Dios, sino que las generaciones a través de las cuales la vida evoluciona son tan cortas que poco cuentan para apreciar un cambio. No hay una disposición especial en la muerte de un gorrión, pero intentemos decirle eso a los gorriones. El reto humano que Darwin sentía y que su obra presenta todavía es el de ver ambas concepciones temporales con verdad, sin intentar humanizar el tiempo inmemorial, pero tampoco descontando el tiempo humano; tomar ambos en consideración sin descuidar ninguno de ellos.

          

 

9 Habitado por un fantasma, en el sentido de perseguido por un recuerdo o secreto, y en referencia al párrafo inicial donde se habla de Hamlet. [N. de la T.]

 
 
 
     
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