Núm. 9 Tercera Época
 
   
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¿Qué podemos entonces concluir de estos hechos y consideraciones? ¿Despliega el macho sus encantos con tanta pompa y pique sin ningún propósito? ¿Tenemos justi? caciones suficientes para creer que la hembra acepta los coqueteos y escoge al macho que a ella le atrae mayormente? No es probable que ella delibere conscientemente, pero sí puede ser que se sienta atraída o excitada por el pájaro más hermoso, o el más melodioso, o el más galante. Tampoco debemos suponer que la hembra estudia cada raya o mancha de color, por ejemplo que la pava real admire cada detalle de la espléndida cola del pavorreal… Sin embargo, después de escuchar cómo el macho faisán de Argus cuidadosamente luce las elegantes plumas de sus alas llenas de diminutas manchas con círculos en varios tonos, erigiéndolas en la posición correcta para conseguir el mayor efecto; o bien, otra vez, cómo el gorrión macho exhibe alternativamente sus alas doradas con manchas como estrellas, en fin, después de escuchar todo esto, nosotros no debemos sentirnos tan seguros de que la hembra no ponga atención a estos detalles de belleza. Podemos juzgar, como se ha venido remarcando, que existe el ejercicio de una selección sólo si establecemos una analogía con lo que pasa por nuestra propia mente y si pensamos que el poder mental de los pájaros, excluida la razón, no difiere fundamentalmente del nuestro.

          Tras haber evitado meticulosamente las comparaciones a lo largo de cientos de páginas llenas de detalles ornitológicos, el libro completo fluye hacia lo que podríamos llamar la vida salvaje. La belleza y la melodía, el despliegue de galantería y elegancia, así como la elección femenina del macho; todo esto, se afirma, es tan parte de la naturaleza como poner huevos. Y al final hay una firme insistencia: estamos en el mismo continuo mental que los faisanes y los pavorreales. Se ha evitado la analogía y, de repente, la más perturba- dora analogía de todas se afirma triunfalmente y sin pedir disculpas: ellos son nosotros y nosotros somos ellos. Este es el método de Darwin: una aparente y modesta fidelidad a la simple acumulación de hechos cristaliza abruptamente en una visión del mundo.

          Llamar novelística a esta actitud no es afirmar un parecido cosmético; es observar lo íntimamente unidas que pueden estar la narración de una historia y la búsqueda de la verdad. Tanto Trollope como Darwin trabajan en un estilo que se mofa de lo épico: los actos de criaturas pequeñas, humildes y cómicas, de archidiáconos y gusanos, son utilizados no sólo para ilustrar los trabajos heroicos y cósmicos, sino también para mostrar que éstos son un aspecto de ellos mismos. El Barchester de Trollope es un pueblito, pero los actos de sus habitantes no son pequeños, pues toda clase de pasión, tragedia y angustia puede encontrarse dentro de estas estrechas comarcas provincianas. El doctor Grantly es un héroe griego y la señora Proudie es tan grandiosa como Clitemnestra si les ponemos la atención correcta. Los campos ingleses son pequeños y sus criaderos de perros son acogedores, pero para Darwin contienen las claves de toda la creación. La delicia que encontramos en el trabajo de ambos es la vastedad del cosmos en una bolsa de té. (El propio lema de cauto empirismo que utilizaba Darwin: “Sólo se logra algo por medio de la persistencia y la tenacidad”, corresponde a un personaje de The Last Chronicle of Barset [La última crónica de Barset]). 6 No obstante, el exceso de empirismo nunca se queda en una inundación de datos, Darwin poseía el don de cualquier buen novelista de hacer que la historia parezca avanzar gracias únicamente a las descripciones. La trama parece crecer a partir de simples observaciones y no algo impuesto por la voluntad del escritor aunque en realidad la trama existió primero, como generalmente sucede.

          Gillian Beer, en su influyente estudio (Las tramas de Darwin), publicado en 1983, identifica ciertas ideas básicas acerca de la variación, el propósito y el desarrollo que Darwin aprendió de los filósofos que lo precedieron y que compartió con los novelistas de su tiempo. Nadie que haya leído el libro de Beer puede volver a leer Middlemarch sin considerar esta novela como una especie de espejo o aplicación práctica de El origen de las especies. Darwin y George Eliot eran amigos y en una ocasión, por curiosidad, asistieron juntos a una sesión espiritista. La escritura de Darwin, como buena parte de la de Eliot, toma argumentos especulativos y los hace parecer un registro de datos empíricos. No obstante, el hombre que escribió los cuadernos de notas, con sus airadas provocaciones, continúa asomándose incluso en el trabajo de la eminencia de largos bigotes. La habilidad de Darwin para parecer piadoso al tiempo que intenta demoler toda piedad puede observarse en su forma más acabada cuando escribe la que podría ser la oración más explosiva en inglés, que aparece en el último capítulo de El origen del hombre…: “Así, nos enteramos de que el hombre desciende de un cuadrúpedo peludo provisto de una gran cola y con orejas paradas, probablemente con hábitos arbóreos y habitante del Viejo Mundo”.

          Hoy día esta oración nos dejaría perplejos por su audacia, y sabemos cuál fue su efecto en 1871. Sin embargo, no nos queda sino admirar lo armoniosamente situada que está dentro del libro, tras cientos de páginas con detalles acerca de la selección natural, de las colas de los pavorreales y los bigotes de los mamíferos, gracias a lo cual no es presentada como una tesis que necesita demostración, pese a que eso es exactamente lo que era, sino como una conclusión que se impone inexorablemente al autor. Y luego está el malicioso uso de las palabras: lo “peludo” del cuadrúpedo –innecesario para el argumento que se quiere ofrecer, pero necesario para crear una imagen perturbadora–; la dinamita implícita en el uso de esa cola y de esas orejas paradas con su específica invocación a lo diabólico, así como el uso del verbo doméstico “provisto”. 7 Existen, por supuesto, miles de maneras en que esa oración podría haber sido escrita para minimizar el daño a los creyentes, por ejemplo: “Estos primates, cercanos en organización y estructura al hombre, pueden haber tenido sus primeros orígenes entre los cuadrúpedos nativos del Viejo Mundo que vivían en árboles”. No obstante, una década después de El origen de las especies escribe, en cambio, la oración-mortero la oración que haría el menor ruido al salir pero el máximo daño al llegar a su objetivo. He ahí a tu abuelo: en cuatro patas, con orejas paradas y la cola balanceándose entre las ramas.

6 La frase es “It is dogged as does it” y la pronuncia Isabella, un personaje de Trollope. [N. de la T.]
7 En inglés To furni sh, proveer y abastecer el hogar. [N. de la T.]

 
 
 
     
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