Algo está cambiando en la educación superior. El profesor Sebastian Thrun deja Stanford para abrir su propia universidad abierta al mundo. Los investigadores en Reino Unido se rebelan contra el monopolio de las editoriales que manejan la publicación de investigaciones académicas. Harvard presiona a estas mismas compañías para que bajen sus precios y anima a sus investigadores a compartir su trabajo en plataformas abiertas. Jimmy Wales colabora con el gobierno británico para que todos los estudios científicos financiados por el contribuyente estén accesibles en la web de forma gratuita.
El viento cambia de dirección y conduce hacia una mayor apertura en las universidades. Las instituciones académicas y los negocios que giran en torno a ella ya no pueden evadir el impacto de internet por mucho que lo hayan conseguido hasta ahora. Los cambios disruptivos que proporcionan la Red y la cultura abierta que trae consigo hacen que este cambio sea imparable.
Vayamos por partes:
A principios de enero, Tim Gowers, un matemático de la Universidad de Cambridge se desahoga en su blog personal contra el sistema de publicaciones académicas. Una diatriba que va camino de convertirse en el J’accuse del mundo académico actual.
En su post denuncia lo que considera prácticas abusivas de compañías como Elsevier, que controlan muchas de las publicaciones responsables de difundir el conocimiento científico en el sector académico. Tal y como funciona el sistema actual, los investigadores envían artículos a estas publicaciones que son revisadas y editadas por profesionales de ese mismo ámbito. La compañía escoge lo que considera los mejores y los publica en sus revistas y base de datos digitales.
Toda esta información se revende a las universidades que, en el caso del Reino Unido, supone un coste de 250 millones de euros al año, una décima parte del dinero que aporta el estado a la investigación.
El problema tiene varios frentes. Primero está el precio. Suscribirse a algunas de las publicaciones más caras puede llegar a costar 18.000 euros al año.
Segundo. Los científicos, en cambio, no cobran nada por ello. Pero que te publiquen en este tipo de medios es un factor determinante a la hora de escalar rangos en la jerarquía catedrática y tener acceso a más fondos para investigar.
Además, buena parte de esta información está financiada por los contribuyentes. Conocimiento que se cierra detrás de un muro de pago y que lucra a una compañía que, según The Guardian, opera con márgenes de más del 30%.
La distribución de esta información se complica porque solo aquéllos que tienen acceso a estas plataformas pueden leerlo. Las compañías se convierten en los guardianes de lo que tiene éxito y lo que no, en contraste con un sistema abierto donde entran en juego otros factores. La propiedad intelectual de los textos también se queda en sus manos. Para más inri, Elsevier apoya la polémica ley SOPA, denuncia Gowers.
Los investigadores que trabajan por su cuenta tampoco se pueden permitir acceder a estas plataformas cerradas que no facilitan la búsqueda semántica ni la manipulación de la información para hacer más eficiente el proceso de investigación. En definitiva, en opinión de Gowers y muchos de sus coetáneos, el sistema está completamente quebrado.
En su momento de catarsis, el matemático de la Universidad de Cambridge, se encuentra con el respaldo de miles de profesionales. Su artículo recibe más de 400 comentarios y a raíz de la protesta se crea un boicot a Elsevier, que cuenta ya con más de 11.000 firmas de profesionales del ámbito académico. El científico es inequívoco. “No los necesitamos”, sentencia su post.
Las editoriales responden diciendo que son un importante pilar del mundo académico y que su trabajo aporta mucho valor. Pero crecen las opiniones que dicen que acabarán como la enciclopedia británica por mucho que sigan ganando mucho dinero.
Harvard también se enfrenta a las editoriales
La semana pasada, la Universidad de Harvard se unió a esta rebelión e instó a sus investigadores a compartir sus investigaciones de forma gratuita en la Red.
El director de la biblioteca de Harvard resume muy bien la incoherencia de este sistemaen declaraciones a The Guardian. “Todos nos enfrentamos a esta paradoja. Nosotros, la facultad, hacemos la investigación, escribimos los artículos, los editamos, formamos parte de los consejos editoriales. Todo lo hacemos gratis y luego recompramos el resultado de nuestro trabajo a unos precios escandalosos“.
El anuncio fue especialmente significativo porque proviene de una de las universidades más ricas del mundo (con un fondo de inversión valorado en más de 30.000 millones de dólares). Sin contar la influencia y el efecto dominó que esto podría tener sobre otras universidades. Leer más…