Universidad Veracruzana

Lengua Escrita y Matemática Básica

Línea de investigación



Eréndira: Oralidad y literacidad, y Los usos…

Oralidad y literacidad: de El pensamiento salvaje a Ways with words de James Paul Gee y Los usos de la escolaridad y la literacidad en una aldea zafimaniri de Maurice Bloch

He decidido abordar ambos textos, incluidos en la antología Escritura y sociedad Nuevas perspectivas teóricas y etnográficas, en un mismo comentario puesto que guardan estrecha cercanía con mi tema de investigación. El primero se encarga de hacer un análisis sobre las diferentes concepciones que se han tenido sobre la oralidad y literacidad desde el siglo pasado hasta nuestros días, mientras que el segundo se concentra en desvelar el papel que juegan la escuela y la literacidad para la población de una aldea marginada de la zona rural de Madagascar.

En oralidad y literacidad, Gee discute obras clave sobre el tema para llevarnos desde la distinción que se hacía entre sociedades primitivas y civilizadas a partir de criterios tan arbitrarios como el número de individuos, la organización social, la literacidad y el uso de tecnología. No fue hasta la publicación de El pensamiento salvaje por el antropólogo Levi-Strauss que se demostró que no había nada de primitivo en lo que la sociedad industrial había decidido denominar así. Por el contrario, se reconoció la existencia de dos formas distintas de conocimiento, maneras de pensar simplemente diferentes.

En su obra Prefacio a Platón (1960), Havelock sostiene que en la cultura homérica griega se privilegiaba una épica narrativa, que dadas las características del género, lograba transmitir valores y conocimientos a través de la creación de un estrecho vínculo oral entre el narrador y su audiencia. No obstante, según el mismo autor, la utilización de la lengua escrita, inaugurada por Platón, logró crear un fuerte efecto en la organización social y mover los poderes hegemónicos hacia la priorización de un lenguaje abstracto que se podía plasmar en textos sujetos de análisis lógico meticuloso. Más tarde, en 1977, en La domesticación del pensamiento salvaje, Goody relaciona esta transición hacia la cultura escrita con el desarrollo del individualismo, la democracia, un gobierno despersonalizado y demás factores que llevaron a la construcción de la ciencia moderna.

Estos planteamientos dieron surgimiento a diversos estudios en los que se intentaba desentrañar las diferencias entre las culturas orales y letradas teniendo como referencia sus implicaciones tanto a nivel cultural como cognitivo. Destacan por un lado estudios en los que conceptos tales como “oralidad residual” o “literacidad restringida” empiezan a dibujar también las implicaciones sociales de la literacidad. Por otro, también existe el reconocimiento de que el lenguaje ritualístico de las culturas orales es análogo a la tradición ensayística de la cultura letrada dominante.

A pesar de los intentos de algunos estudios, como los de Vygotsky y Luria, de asociar la literacidad con destrezas cognitivas más complejas, pronto se reconoció que no es la literacidad sino la escolarización la que privilegia cierto funcionamiento mental (Scribner y Cole). Más aún, la necesidad de alfabetización responde la las demandas del grupo social dominante (Street). Así pues, las diferentes maneras de utilizar el lenguaje, ya sea a través de la oralidad o del uso de la lengua escrita, depende simplemente de la manera de concebir el mundo de una cultura o grupo humano tal como lo demostraron Scollon &Scollon y Heath con sus respectivas obras.

Maurice Bloch ofrece un amplio ejemplo de esta situación en su ensayo. En él da cuenta de manera muy analítica de los usos e implicaciones que tiene la escolaridad y la literalidad en una aldea con contexto cultural y social radicalmente diferente al de la sociedad occidental, lo que nos permite darnos cuenta de que ambos términos pueden tener connotaciones y repercusiones muy diferentes, dependiendo del contexto en el que se utilice.

Para los pobladores de esta aldea la escolarización y la literacidad son apreciadas no tanto por sus ventajas prácticas, puesto que éstas no determinan el éxito o fracaso para un individuo en la aldea, si no por una valoración del conocimiento escolar en sí mismo. Este tipo de valoración es análoga a la que se lleva a cabo con el discurso de los ancianos el cual “no es referencial sino constitutivo; merece ser expresado y expuesto por sí mimo; es la sabiduría,” y por lo tanto, “no tiene valor práctico porque es sobre cosas que están en una escala diferente de la vida humana” (p. 265).

Así pues, los zafinamiri tienen una manera de organizar el conocimiento, de concebir el universo, muy diferente a la que podríamos tener nosotros, productos de una sociedad en la que el conocimiento ha adquirido un valor económico y se encuentra en constante cambio. No obstante, su capacidad analítica y potencial cognitivo no está en duda.

Llevar esta información al terreno de mi trabajo de investigación sobre las dificultades en lengua escrita de estudiantes de contexto otomí, me hace cuestionarme sobre lo que implica para ellos leer y escribir en español. De antemano sé que en el seno de la comunidad para muchos de ellos la escolarización no tiene demasiada importancia, puesto que han vivido toda su vida con los recursos que la tierra y sus escasos medios les proveen y sin necesidad de llevar su lengua oral otomí al terreno de la literacidad. No obstante, ha surgido la necesidad, sobre todo entre los más jóvenes, de ir más allá de los límites de la comunidad y buscar oportunidades en las grandes ciudades, donde la falta de literacidad y escolaridad resultan un contratiempo para lograr lo que ahora se considera el éxito en términos sociales: encontrar un buen trabajo o continuar estudiando.

Es por esta razón que es necesario aceptar la paradoja de la literacidad, como la llama Gee, y preparar a los estudiantes para poder moverse con destreza en un mundo en el que el uso de la lengua escrita es a la vez el medio marginalizante y liberador. Es necesario ser consciente de las dos caras de la literacidad para poder asumir el compromiso social, educativo y político que como maestro de lengua se tiene y no olvidar que la oralidad es tan importante para el ser humano como lo es la literacidad.

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