Los equipos de futbol abanderan causas que los trascienden. Manuel Vázquez Montalbán se refirió al Barcelona como el «ejército desarmado de Cataluña»; cuando el catalán era un idioma perseguido, se hablaba a gritos en el estadio Camp Nou.
En el Mundial de 1986, Argentina se enfrentó a Inglaterra. Cuatro años después de la guerra de las Malvinas, el partido fue visto como una disputa de la soberanía por otros medios. Cuando Maradona anotó su primer gol con un discreto puñetazo, el locutor uruguayo Víctor Hugo Morales exclamó: «A los ingleses, ¡hasta con la mano!».
Hay muchas maneras de politizar el futbol. Recuerdo un partido entre Estados Unidos y Rusia que vi en compañía de mi amigo húngaro Mihály Dés. Como el deporte reclama preferencias, escogí a Rusia por la misma razón por la que él escogió a Estados Unidos. No conocíamos a los jugadores, pero teníamos sólidos prejuicios sobre los países que representaban. Yo esperaba que los rusos vengaran nuestra invasión de 1847 y Mihály que los gringos vengaran su invasión de 1956. Aunque era absurdo suponer que los futbolistas sudarían por otros motivos que su gloria y su salario, politizamos el juego para entretenernos más.
Menciono esto porque la diosa Chiripa decidió que la final del futbol mexicano rindiera homenaje al PRI. El fin de semana en que Enrique Peña Nieto recibirá la banda presidencial, habrá un cotejo interescuadras del grupo Atlacomulco.
El Toluca, equipo de larga tradición, enfrenta al benjamín de la Liga, los Xolos de Tijuana. Las tribunas de la Bombonera se han distinguido por recibir a dos hordas extremas. En una de las cabeceras se instala la «Perra Brava», hinchada de torsos desnudos y exquisito frenesí, que se adorna con tridentes y collares de chorizo. Esta entregada multitud contrasta con el palco donde el gobernador de turno y varios de sus antecesores estrenan camisetas rojas. En los campos sin presupuesto, un equipo se quita las camisas para distinguirse del otro. En la Bombonera, el pueblo no lleva ropa y los poderosos llegan bien planchados.
Peña Nieto le va al Toluca, equipo que contó con la admiración de otro ex gobernador de la entidad, el profesor Carlos Hank González, que resumió en un aforismo la conducta de su partido: «Un político pobre es un pobre político».
Lo interesante es que el dueño de la oncena rival es Jorge Hank Rhon, hijo y discípulo del profesor. En un artículo brillante, Heriberto Yépez desentrañó las razones por las que Arnold Schwarzenegger y Jorge Hank Rhon fueron elegidos para gobernar dos bastiones de la frontera entre México y Estados Unidos. No se ignoraba su falta de preparación, su arribismo ni su escaso trato con los escrúpulos, pero fueron percibidos como seres poderosos, antihéroes capaces de imponer su ley en un territorio urgido de orden.
Dueño de un zoológico privado en el que figuran tigres blancos, empresario en el giro de los casinos, los hipódromos y el futbol, custodio del folklore dispuesto a vestir a empleadas públicas con trajes regionales, Hank Rhon es un Berlusconi fronterizo cuyo patriarcal y extravagante estilo de vida forma parte de su descarada ambición política.
Nacido en Toluca, es compadre a Fernando Castro Trenti, conocido como El Diablo. Después de gobernar Tijuana, Hank Rhon buscó la gubernatura de Baja California Norte y Castro Trenti fue su coordinador de campaña. Hoy en día, El Diablo es su contendiente para el mismo puesto. Y en un giro digno de El hijo desobediente, el jefe xolo también se opone a los diablos del futbol nacional, el equipo de su padre y de la ciudad donde nació. En términos políticos no hay gran diferencia entre el PRI del norte y el del centro, pero no deja de ser curioso que el weekend presidencial atestigüe esta disputa entre sus fuerzas básicas.
Como el azar ha trabajado horas extra, los entrenadores disponen de estrategias asociables con Hank padre y Hank hijo. El Ojitos Meza es el líder institucional de los Diablos y El Turco Mohamed, el líder heterodoxo de los Xolos.
Las mascotas de los equipos aluden a dos regiones ultraterrenas. Los Diablos administran el infierno y los xolos son los perros que acompañaban a los mexicas en su viaje al más allá. ¡El averno compite con el inframundo! ¿Hay partido más priista? El reinstalado Partido Oficial se prepara para su competencia favorita: no tendrá otro rival que él mismo.
El Congreso rigurosamente vigilado para la toma de posesión brinda una metáfora de la cercanía de Peña Nieto con el pueblo y la final es la puesta en escena de un país donde no hay forma de anotar sin beneficiar a Atlacomulco.
Hank Rhon declaró que el triunfo de los Xolos puede ayudarlo a conseguir la gubernatura. Para Peña Nieto, la victoria de los Diablos sería un regalo de bienvenida. El PRI juega su partido.
Más allá de esta fantasía política, que gane el mejor.
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