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«A los 21 años tuve la necesidad casi fisiológica de la escritura»

Por: Silvina Espinosa de los Monteros

A unos días de haber recibido la Medalla Belisario Domínguez, otorgada por el Senado de la República el 7 octubre de 1994, Jaime Sabines concedió esta entrevista en la que habló sobre el dolor, la enfermedad, la poesía y su incursión en la política. Un par de años más tarde, en 1996, ofrecería un magno recital en la Sala Nezahualcóyotl por su 70 aniversario.

Jaime Sabines está sentado en la sala de su casa del Pedregal dispuesto a charlar. Con intermitentes accesos de tos debido al intenso consumo de tabaco pero con buen humor para aminorar el inventario de los últimos tiempos, el poeta recuerda lo que hace unos cuantos días le dijo un escritor paisano suyo: «Don Jaime, ya sabemos que usted resistió 33 operaciones en cuatro años y medio, ¿qué le parece peor: esas visitas al quirófano o las 178 entrevistas que le han hecho esta semana?» El autor de poemas como «Los amorosos» o «Tarumba» sonríe y ataja de inmediato: «Obviamente, esta semana».

-¿Qué ha pasado con Jaime Sabines de cinco años a la fecha?

-Uy, es una historia muy larga. Me fracturé la pierna izquierda el 12 de noviembre de 1989, era mi primer año como diputado por el Distrito Federal. Un día antes había llegado a Chiapas para asistir al informe del gobernador. Al día siguiente fui a visitar a mi cuñada y en su casa di el porrazo, ridículo en cierta forma, porque es un lugar que conozco muy bien. Me llevaron a un hospital de Tuxtla y, yo de terco, dije que me operaran de una vez ahí. Hasta eso el médico lo hizo bien, pero en el quirófano me metieron siete bacterias distintas y la pierna se me infectó. A los 14 días me vine a México. En el Hospital Metropolitano me operaron 11 veces en 42 días. Me quitaron seis bichos, pero los que se quedaron para siempre fueron los estafilococos dorados. ¡Qué dorados de Pancho Villa ni qué nada! No salieron con antibióticos por vía oral, ni por venoclisis, ni con las demás operaciones sino hasta hace dos años, que incineraron el pedazo de hueso que me cortaron. Desde la mitad del fémur hacia arriba. Pero a esas alturas ya había padecido peritonitis, me habían quitado pedazos de intestino y puesto una bolsa de colostomía. ¡Una cosa tremenda! Luego me quitaron el hueso, pero no me podían poner la prótesis porque también tenía una infección en la pared abdominal. Afortunadamente en enero me cerraron la colostomía y acabaron con aquella infección. A mediados de año por fin me pusieron la prótesis y ahora estoy aprendiendo a caminar con muletas. Una pesadilla de cinco años de la que voy saliendo.

-¿Ha escrito durante ese tiempo?

-No, casi nada, sólo ha habido tiempo para quejarse, estar molesto, aullar de dolor y padecer.

-¿Qué diferencia existe entre los dolores espirituales y los físicos?

-Son distintos. El dolor espiritual también te desgarra el alma; si lo llegas a soportar y pasa, el hombre crece humanamente; en cambio, con el dolor físico es al revés: no te mejora en ningún sentido, te hace un animal que grita, te aplasta contra el suelo, es abyecto… inútil… Ya se la he mentado todo lo que tenía que mentársela.

-Hace algunos años José Casahonda Castillo dijo que la suya era la poesía de la sinceridad, ¿no será precisamente también la del dolor?

-Bueno, la sinceridad existe frente al dolor y frente a todas las reacciones humanas. El eje de mi poesía ha sido el dolor pero también la presencia de la muerte, la esperanza, la soledad; tantos temas que han insistido a lo largo de la vida de un hombre. No es que uno insista en los temas, son los temas los que insisten en uno.

-¿Con la enfermedad ha transformado su visión del mundo?

-No, no creo. La decisión sobre mi vida personal, tal vez sí; es decir, he hecho reflexiones de ya no volverme a meter en cosas que no van conmigo…

-¿Como qué?

-Como la política. Quisiera ya estar en salud para ponerme a escribir y dedicar el resto de mi vida a la poesía, si es que puedo agarrar un segundo aire… -Sabines se abstrae, parece pensarlo-. Quién sabe, vamos a ver…

-¿Decidió separarse de la política?

-No, no -respinga-, no es una decisión, es una reflexión que he hecho durante este tiempo. Primero, el accidente me separó de la Cámara de Diputados; después, pensé que debía dedicarme a lo mío. Todavía me jalan, me invitan y lo que deseo es tener la fuerza suficiente para decir no. Ojalá la tenga porque realmente lo que quiero es escribir. Ya no más distracciones.

-¿Ha cambiado su relación con Dios?

-Hace poco más de un año, cuando escribí el poema «Me encanta Dios», andaba quejándome y molesto. Pensaba: «Si algo hice ya lo pagué y me sigue debiendo», entonces llevaba ya veintitantas operaciones; sin embargo, de un jalón escribí eso y fue como nuestra reconciliación. Ahora nos amamos y nos respetamos mucho. Me ha dejado en paz y yo también a él.

-De haber podido elegir, ¿le hubiera gustado dedicarse a un trabajo distinto al de la poesía?

-No sé, nunca me lo he preguntado. A los 21 años elegí ser poeta. Antes no. Cuando ves ya tienes el impulso vital, la necesidad casi fisiológica de escribir.

-Ha dicho que es destino.

-Es destino.

-¿Simplemente lo asumió?

-Lo asumí y también la responsabilidad que conlleva. Es decir, pues ni siquiera eso, son palabras que uno dice después. Simple y sencillamente quise serlo. Estudié y me dediqué a escribir y escribir, a leer y leer, y a escribir otra vez. No hay otra manera… y a vivir plenamente, que es lo que primero necesita un poeta.

-En el homenaje por sus 60 años de vida dijo que no sabía si sobreviviría a tanta celebración. Ahora, ocho años después, le han dado la Medalla Belisario Domínguez. ¿Cómo ve: lo resistirá?

-Bueno, cuando cumplí los 60 fue una semana agobiadora pero no asistí a muchos actos ni hubo tantas entrevistas. Poetas y escritores hablaban de mí mientras pensaba: «No me voy a ir a sentar ahí como un santón, ¿verdad?» Ahora ha sido distinto, he vivido el asedio de los periódicos y la radio. ¡Ah, qué bárbaro! No sabía que hubiera tantas estaciones en la Ciudad de México. Afortunadamente ya estoy saliendo de esto. Dentro de una semana, ni quién se acuerde de mí.

Tomado de: El Financiero; Miércoles, 14 de octubre de 2009