Núm. 8 Tercera Época
 
   
encabezado
 
Gustavo Pérez
TAUMATURGO DEL BARRO
 
 
fotos
escudo uv
 
corre
 
  punto    Puntos de venta
  buzón Buzón del lector
  suscribete Suscríbete

 

lineamientos de publicación

 

 

 
 
 
 
páginas <<< 1 2 3 4 5 6 >>>
 
 
cartel
 
  Guillermo Espinosa: Trouble Everyday. Heliograbado en polímero  

 

—Todos los hombres tenemos al demonio adentro, ¿lo sabes o no? (Yo debo de tener un demonio doméstico, un daimoncito como el socrático, pero ya casi sin pilas: nunca he podido practicar el mal sin tener escrúpulos y regurgitaciones. A mis pacientes les recomiendo practicar sus perversiones con mesura.)

—Te falta seriedad, amigo. No debes jugar con las potencias.

—¿Qué debo hacer?

—Si no la encuentras a pesar de llamados y conjuros, olvídala, que ella te olvidará.

Pero no me olvidó o tal vez fui yo quien se empeñó en tenerla presente. Comencé a verla en todas partes. Seguí a mujeres por la calle, me senté en los cafés, entré al cine, y allí estaba, seguro que allí estaba, con su cabellera casi arrastrando tras ella y un efluvio espantoso de almizcle o menta o hierbabuena o ruda. En el último instante cuando iba a abordarla, cambiaba de forma. Supuse que había dos posibilidades. O me estaba enfermando de imaginaciones o ella efectivamente era un ser proteico. Tracé planes para sorprenderla antes de que cambiara de forma. Llegué al extremo ridículo de disfrazarme para llegar a su lado sin que tuviera tiempo de metamorfosearse.

Mírenme, un respetable doctor en psiquiatría, sujeto a los juegos de aquella adolescente. ¿Ya dije que era muy joven? Sí. Lilith tendría apenas entre quince y veinte años. A veces aparentaba treinta o más. Dependía de la luz, de sus gestos, todo contribuía a hacerla movible.

La vi sentada, fumando con displicencia acodada en el bar Los Cazadores, un sitio de ínfima reputación –supe que algún crimen se había cometido en sus penumbras–. Yo portaba, ay Dios, qué gilipollez, anteojos oscuros, una de esas gabardinas amplias de detective de serie televisiva y un maletín de cuero que me hacía asemejar a un ejecutivo de los que caminan en manada por la Quinta Avenida de Nueva York.

Me acerqué en puntas de pies temiendo que volteara y en un acto de celérica prestidigitación dejara de ser esa criatura inquietante, de cabellera como obsidiana, para convertirse en una matrona con olor a cebolla y perejil. Sin voltear me dijo:

—Está bien, doctor, me encontraste. ¿Estás dispuesto a visitar el infierno?

—Le dije que sí.

—Tú pagas –dijo.

Se prendió de mi brazo en pantomima conyugal y salimos. Entramos en el primer hotel, que se llamaba justamente El Infierno. (La imaginación de los alcahuetes puede ser erudita sin esfuerzo alguno. No necesitan leer a Dante para encontrar ideas.) Caminamos sobre una alfombra color melón, raída por el tiempo y el descuido. Pagué una suma irrisoria.

Lilith desde la puerta de un elevador que parecía un cadalso gritó con menos delicadeza que simpatía: ¡Una botella de buen vino blanco alemán y cacahuates japoneses, pronto, que tenemos prisa!

Subimos al cadalso obviando el estupor del recepcionista.

—¿Tenemos prisa?

—No. Solamente lo dije para marcar la diferencia.

portada—¿Así que este es tu infierno?

—No –respondió indignada–, es el infierno de todos. –Y cambiando de tema, tal vez tratando de desarmar la situación–: ¿Cómo estás? ¿Te sientes bien? Te necesito fuerte.

Al tiempo que apretaba el botón del décimo piso me aferró las dos virtudes que penden de mi bajo vientre:

En ese momento pensé que la aventura estaba yendo más lejos de lo que podría imaginar la mente de un paranoico delirante. Esa mujer no era una ramera común y corriente, sino una, perdónenme la imbecilidad, una auténtica bestia, una cualquiera, una de tres por cinco, quizás con más enfermedades que las aportadas por los jinetes del Apocalipsis.

 
 
 
páginas <<< 1 2 3 4 5 6 >>>
     
Hidalgo #9 • col. Centro • Xalapa, Veracruz, México • (2288)8185980, 8181388 • lapalabrayelhombre@uv.mx