Núm. 8 Tercera Época
 
   
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Gustavo Pérez
TAUMATURGO DEL BARRO
 
 
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  Guillermo Espinosa: Trouble Everyday. Heliograbado en polímero  

 

Tomó un vaso de agua. Marcio no bebe sino agua. Es parte de su disciplina. Un vaso de agua cada treinta minutos, 36 vasos en el curso de 24 horas. Duerme seis horas. Lee el resto del tiempo y hace pausas de media hora para comer lo mínimo. Es pensionado. Su mujer huyó tras la muerte del nené.

—No se trata de entidades divinas, sino de imágenes numinosas, imágenes que atrapan a los hombres, los conmueven y generalmente los llevan a la perdición –dijo como emitiendo una sentencia.

Volvió a lavarse las manos, se las secó y tomó un segundo libro. Leyó: “Todos quieren a la mujer-nahual. Ella nunca se niega. Les dice: ‘Estoy lista para usted. Haga conmigo lo que quiera’. Les pone una cita en lo oculto del monte. Los espera desnuda. Súbitamente el hombre descubre que la mujer no tiene espalda, sino un hueco que está recubierto por una corteza de árbol. A partir de ese instante el hombre está perdido”.

Leía con absoluta severidad, adoptando un gesto de sumo sacerdote.

—Aunque también puede ser una farsante, una empusa.

— ¿Empusa?

—Un demonio inmundo –dijo Marcio–, hija de Hécate, divinidad infernal. Cuídate, porque un día de estos vas a amanecer en la cama con un ser hecho de excremento y con zapatillas de bronce.

Salí de casa de Marcio de buen humor, con muchas ganas de ver a mi empusa de cabecera. A mi primitivo entender los viejos dioses, evidentemente más imaginativos que los contemporáneos, ya no tienen jurisdicción en un mundo de computadoras y amores desechables. Horus, Hécate, Orfeo, Sémele, la Coatlicue y toda la pléyade de deidades y subsidiarias sólo podían seguir habitando en cabezas como la de mi Marcio Antonio, bendito sea.

Tengo 40 años y estoy solo. Quiero reiterarlo. Si no lo declaré antes, lo digo ahora. Tuve dos esposas que terminaron neurotizadas por mis manías y como premio a mi libertad recibieron lo que les correspondía legalmente. Yo vivo con poco y en mi caso poco es mucho.

Abandoné mis citas en el consultorio y me dediqué a cazar a Lilith. Entendí que ella me había privilegiado a mí, entre la multitud de sus asediantes, pues me ofreció el infierno. Me dediqué a buscar información en internet. Referencias talmúdicas: Lilith se hace crecer una larga cabellera. Lilith es una demonia con aspecto humano, sólo se diferencia de otras mujeres porque tiene alas. El Rabí Hanina dijo: “Un hombre no debe dormir solo en una casa porque Lilith se apropia de los que duermen solos”.

Entonces recordé, o por lo menos le di su justa importancia, al detalle de su cabellera. ¿Cómo pude haberlo olvidado? Al girar en el baile, sus cabellos se aferraban húmedos a los cuerpos de sus asediantes. Lilith tenía la sorprendente habilidad de deshacer esas marañas con un paso de baile invertido. Me arrepentí de no haber aceptado la oferta de tocar sus alas. Hice el experimento de dormir acompañado por mi perro –confieso que se llama Lacan, y espero disculpen la obviedad– y el resultado fue que la criatura no me visitó y amanecí incólume, con vigor de adolescente y empeñado en liquidar el asunto de mi demonia de cabecera.

Le comenté a Marcio mi triunfo sobre los sueños.

—Bravo –respondió–. Ahora duerme lejos del perro. Si te visita en sueños todas las noches, no le temas, espérala. Si ella insiste en que es Lilith, la verdadera Lilith, y en que ella no es una mujer común y corriente, sino una diablesa mayor, tú infórmale que no eres un hombre común y corriente.

portada—¿No soy un hombre común y corriente?

—¿Recuerdas esa frase de Borges que dice que un hombre es todos los hombres?

—Sí –le dije–, pero me parece solamente un argumento retórico, filosofías de esas que inventan los escritores para tener su propio aire y para dar de qué hablar.

—Exacto: son palabras, como palabras son las de tu amiga. Simplemente enfréntala con sus propias armas. Si ella es el demonio en mujer, tú eres el demonio en hombre. La fórmula es muy sencilla, casi de caricatura: todos los hombres tenemos a Dios y al Diablo adentro. Sólo que los hemos arrinconado con tanto aspaviento y desglose. (Así habla Marcio a veces. Lo importante es que se le entiende.)

 
 
 
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