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Tarzán
en
Nueva York
Roberto
Ortiz Escobar
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Si
bien el personaje de Drácula ha tenido muchas adaptaciones
en la pantalla grande y todavía hoy mantiene el interés
de cineastas y productores, la figura de Tarzán cobró
enorme popularidad durante el siglo pasado en un público que
por lustros lo adoptó como parte de su recreación en
las aventuras exóticas.
En la ciudad de Xalapa, y a pesar de que habían pasado años
de que Johnny Weismuller dejara de interpretar por 12 ocasiones a
Tarzán (su última aparición fue en 1948), recuerdo
que en los años sesenta había matinés dominicales
en el desaparecido cine Xalapa, ubicado en la calle de Ávila
Camacho, donde se proyectaban tres películas de Weismuller
por el precio de un solo boleto, un peso con 50 centavos.
Era una época en que los actores vueltos estrellas permanecían
más tiempo en el gusto del público. La gente iba a los
cines a ver la película de su actor favorito sin importar el
género y menos el cineasta que plasmaba en imágenes
una historia de ficción. Si bien la teoría del autor
cinematográfico cobraría forma con la nueva ola francesa,
esto no quería decir que el público masivo condicionara
su selección fílmica en función del director
de cada cinta vista. Y en buena medida sigue siendo así por
la costumbre, la ausencia de cultura fílmica y el condicionamiento
mediático de la industria fílmica.
En el caso de Tarzán, la atención continúa no
sólo por la novela que le diera vida, escrita por Edgar Rice
Burroughs entre 1911 y 1912, sino por la extensión exitosa
obtenida en el cine, la televisión y el cómic.
Seis años después de publicarse Tarzán de los
monos, el cine arroparía al personaje en la película
de Tarzán o el hombre mono (Tarzan of the Apes, 1918, de Scout
Sydney) con la presencia de Elmo Lincoln como el hombre aclimatado
desde la infancia en la selva africana.
Fueron más de cinco los filmes silentes que se harían
en la década de los veinte. En algunas de ellas Burroughs participó
en las adaptaciones respetando la visión de una inteligencia
natural en Tarzán. Esto contrastó con las adaptaciones
posteriores donde el autor ya no tuvo injerencia y que procuraban
civilizar al personaje criado por los monos en la selva. Fue tal su
desacuerdo y enojo que entre 1935-1936 produjo con su empresa Burroughs
Tarzan Enterprises dos filmes (Las nuevas aventuras de Tarzán
y Tarzán y la Diosa), las cuales se rodaron en selvas guatemaltecas
con el actor Herman Brix, que para el autor era el “Tarzán
ideal”.
Desafortunadamente, para entonces la pantalla grande había
mostrado las primeras versiones con Johnny Weissmuller (Tarzán
de los monos, 1932; Tarzán y su compañera, 1934). Él
fue el más popular de todos los tarzanes fílmicos. Ni
antes ni después de los 12 filmes efectuados entre 1932 y 1948
logró tanta aceptación del público.
Era, efectivamente, un mal actor al que se le dificultaba el aprendizaje
de los diálogos y no siempre encarnó con fortuna la
idea de la pureza del “buen salvaje” planteada por Burroughs.
Pero las otras versiones, sin él, también diversificaron
y cambiaron a capricho las líneas originales.
A Johnny Weismuller se le recuerda porque su enorme físico
de atributos atléticos se correspondía con la figura
de un hombre cuya vitalidad y carisma eran los ingredientes básicos
para sumergir al espectador en aventuras insólitas en medio
de peligros constantes con los animales salvajes, las tribus o la
presencia impertinente del hombre civilizado.
Este lunes termina el ciclo dedicado a Tarzán organizado por
el Departamento de Cinematografía de la Universidad Veracruzana
con la proyección de Tarzán en Nueva York (Tarzan’s
New York Adventure, 1942, de Richard Torpe). Resultará una
curiosidad volver a ver a Weissmuller como un Tarzán que alegremente
lava trastos en una cocina citadina, o bien debate en un tribunal
vestido de traje y corbata. La cita es en el Aula Clavijero de Juárez
55 a las 18 horas y la entrada es gratuita. |
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