Sí, pero se debe pagar si se quiere conservar la integridad
y la honradez, las cuales terminan por permear hacia la literatura.
Y desde mi provinciana actitud sigo escribiendo lo que quiero. Podría
atreverme a decir que soy auténtico y que no rindo cuentas
a editores ni editoriales. Tengo amigos en México, buenos escritores
–porque así como he sido crítico he sido también
un difusor de los buenos escritores–, por ejemplo: Enrique Serna,
Juan Villoro, Eusebio Ruvalcaba, sobre los que he escrito. Y ellos
lo han hecho sobre mí, pero no es elogio mutuo, sino franca
admiración.
¿Cómo evita el riesgo de que esta pandilla de
amigos se parezca a una capilla?
Siendo caprichoso y obedeciendo a lo que decía Kafka: el mandato
interior. ¿Qué quieres hacer? Lo que sientes. ¿Qué
debes hacer? Lo que te nace. Por eso el artista y el escritor son
individualistas: no andan buscando consensos para hacer su obra, porque
la obra no es estadística, sino una corriente interior. Por
eso es que muchos de los grandes escritores son marginados, porque
no buscan agradar a nadie, sino expresar una verdad interior. Y las
pruebas están en la historia. Hablando
sobre su literatura, su particular interés en el erotismo,
¿éste tiene que ver con una naturaleza personal sicalíptica
o se puede pensar que en el erotismo encuentra verdades humanas?
Definitivamente, las dos vertientes están presentes. Soy
una persona con una naturaleza expansiva, con una energía
muy grande que necesita expresarse. Tanto es así a mis 58
años, época en la que la generalidad de los hombres
echan panza y comienzan a aceptar el paso del tiempo, todos los
días, a las tres de la tarde, me encontrarás en la
cancha de basquetbol de la colonia Magisterial, jugando con muchachos
de 20-25 años y peleando de tú a tú durante
seis días a la semana.
Recuerdo que cuando tenía 20 años estudiaba filosofía
en la Universidad de Cali, pero también psicoanálisis,
alemán, griego antiguo, todo lo que podía, mientras
entrenaba (para competencias atléticas de) fondo.
Además, soy persona de proyectos muy ambiciosos. Por ejemplo,
el proyecto del Libro de la Vida son cuatro volúmenes –Las
noches de Ventura (Planeta), La pequeña maestra de violín
(Universidad de Puebla), La hermosa vida (Conaculta) y La plenitud
del amor (aún inédita)–, tirándole a
un proyecto grande como (la obra cumbre del escritor francés
Marcel Proust) En busca del tiempo perdido.
También como ejemplo, (la serie) Cuentos para antes de hacer
el amor, Cuentos para después de hacer el amor y Cuentos
en lugar de hacer el amor fue pensada así desde el principio.
Y tengo una novela terminada, pero sin corregir, que se llama El
sentido de la melancolía. Son mil 111 páginas en las
cuales exploro uno de los problemas más graves de la actualidad
y más soslayados: la depresión.
Muy poca gente no conoce a alguien deprimido, que está en
cama y no se levanta en meses o años: misterios de la naturaleza
humana. Esa novela sigue a Agua Clara en el Alto Amazonas (que ya
estoy negociando), que empecé a escribir en un viaje que
hice a la Amazonia colombiana: la recorrí, hablé con
los indígenas, disfruté de un mundo paradisiaco y,
regresando a Xalapa, comencé a leer todo lo que encontré
sobre el Amazonas. Esa novela, en una versión abreviada,
fue finalista en Premio Radio Francia Internacional, hace como tres
años, y ya ampliada la estoy negociando con Siruela y Mondadori,
ambas
de España.
¿Y
por lo que hace al erotismo como manifestación profunda del
hombre?
El erotismo es el modelo de todos los comportamientos del humano.
Es la expresión de una energía original. Es, en cierta
forma, una manera de buscarle sentido a la vida, a la existencia.
Es por eso que cuando uno tiene un amor correspondido y una vida
sexual plena duerme en paz y se levanta feliz. El erotismo satisfecho
es la clave para una existencia feliz, mientras que, paradójicamente,
la desventura tiene mucha relación con el origen del arte.
Muchos escritores artistas han sido profundamente desgraciados y
uno podría hacer una lista de tipos geniales que han tenido
depresiones profundas: Hemingway, Mahler, Woolf, etcétera.
En
una entrevista usted sostuvo que las relaciones humanas parecen
al borde del cataclismo, ¿podría abundar al respecto?
Cuando me hicieron esa entrevista no estaba contento con el mundo,
pero siempre defiendo mi derecho a cambiar de opinión constantemente;
en mi trabajo y mi casa a veces digo una cosa y luego otra. ¿Por
qué? No sé, serán cambios de humor.
No obstante, me parece que sí es concebible el fin de la
raza humana. Nos estamos acabando la naturaleza, y así como
hemos visto ciclones y tsunamis, es dado pensar que posiblemente
veamos un tsunami que arrase con toda América. Sí,
es posible que se acabe la raza humana. Incluso podría ser
hasta deseable. Y si se conserva una sola pareja, mejor, tienen
todo un mundo nuevo para inaugurar.
Pero otra cosa que podría terminar con la humanidad es la
depresión. Aunque no la veamos en la provincia, que todavía
conserva algo de paradisiaca, sino en el DF y las grandes ciudades
que cada vez más son un mundo de gente desagradable. Basta
ir en el metro y ver 20 ó 30 personas con la mirada perdida.
¿Se
puede hablar de una infelicidad crónica?
Yo creo que sí, particularmente en las grandes ciudades,
porque en las ciudades chicas todavía existe el aire limpio
y una relativa salud. Si la humanidad se salva, será en las
pequeñas ciudades.
¿Su
energía interior y su obra oscilan entre lo sublime y lo
trágico?
Y también lo truculento. Si lees mis cuentos, hallarás
muchos de ellos truculentos. Incluso, copiando el estilo de (el
escritor brasileño) Rubem Fonseca, tengo un cuento que se
llama Olor a cuero, otro que se llama El suave olor de la sangre
y otro que lo inicio diciendo: “Quiero copiar a Rubem Fonseca”.
Estos cuentos son de los que más han llamado la atención,
al grado de que de El suave olor de la sangre se hizo película,
radio y teatro en Colombia.
Por cierto, hablando de Rubem Fonseca, él me dijo el elogio
más grande de toda mi vida. Lo conocí en la Feria
Internacional del Libro de Guadalajara y me dijo: “Precisamente
en la comida estábamos hablando de ti y estuvimos de acuerdo
en que eres uno de los grandes cuentistas del mundo castellano”.
Me sentí muy contento porque para mí, como cuentista,
Fonseca está hasta arriba, junto con Julio Ramón Ribeyro.
Y yo le dije: “Te presento a tu más fiel imitador,
yo”. Nos hicimos amigos e incluso estamos negociando para
ver si me convierto en el revisor oficial de sus traducciones al
español, que son muy malas.
Estando
un día de un lado de la acera y al día siguiente en
el otro, ¿ha tenido la sensación de que unos lo halagan
y otros lo ningunean?
Definitivamente, tanto es así que han llegado al Diario de
Xalapa artículos muy importantes de España y otras
partes del mundo, muchos, y no los publican. No sé por qué.
¿Y
qué le hizo usted a los xalapeños?
Es muy sencillo. Vivimos en una ciudad que se precia de intelectual,
artística, y todo mundo se siente artista. Y todos ellos,
particularmente los que no son artistas de verdad, son muy envidiosos.
Yo quiero que le preguntes a algún muchacho que escriba actualmente
cómo he sido con él. Aquí, en Xalapa, he formado
a escritores que me niegan. Siempre he sido un apoyo para la otra
gente y lo que entiendo es que la gente que me tiene animadversión
no ha leído nada de lo que he escrito.
¿No
será que se resistió a entrar a las capillas locales?
¿Y qué capillas hay aquí? El juego de sentirse
artista lleva a ningunear a los otros y, personalmente, no creo
ningunear a nadie. Incluso tengo amigos que son grandes escritores
veracruzanos, que han publicado libros malos y pésimos, que
compro sus libros, no me los regalan, y digo: esto es una vergüenza
y le llamo para decírselo. Pero si es un buen libro, me sobran
palabras para elogiar a la gente. No soy tacaño. Yo quisiera
encontrar gente talentosa para ayudarla. Y está canijo encontrar
un buen escritor o cuentista: leo inéditos tras inéditos
y rechazo el 99 por ciento.
Ha
encontrado amistades y odios, amores y desprecios en la literatura,
¿cuáles han sido los amores más importantes?
Y no me refiero sólo al calor de mujer.
La lista de gente valiosa que ha reconocido mi trabajo de forma
elogiosa es muy larga: Edmundo Valadés, Humberto Musacchio,
Gabriel García Márquez, Germán Vargas, José
Agustín se deshizo en elogios, Eusebio Ruvalcaba, Enrique
Serna, Rosa Beltrán. Incluso, hace años, en Colombia,
una viejita me dijo: “Pasé el fin de semana más
delicioso con usted, en la cama, con un libro suyo”. Puedo
coleccionar a los amigos, lectores y críticos internacionales:
Peter Broad, John Brushwood, Wolfgang Luchting y Raymond Williams.
Y la lista de gente que ha mostrado aprecio por lo que hago no se
conforma de gente que uno se topa por la calle, sino gente acreditada.
En cambio, en Xalapa pareciera que hay un movimiento para demostrar
que no existo. A toda la gente que respeta mi trabajo le digo lo
mismo: metan mi nombre al Internet y vean cuántas entradas
les salen: más de cuatro mil 500. Tal vez en Xalapa no sea
nadie, pero en Internet sí lo soy…
¿Y
es importante ser alguien en Xalapa?
Sí, porque uno vive su vida aquí. Lo que vale la pena
es que tengo el respeto y el apoyo de mi Universidad. A esta institución
le debo 90 por ciento de lo que soy. Llegué aquí hace
30 años y aquí me voy a morir (dentro de 80 años,
pues mi plan es llegar a los 150). Aunque también es satisfactorio
no ser nadie porque no tienes que escaparte de nadie ni tienes que
esconderte y eso es muy bueno. He tenido experiencias profundamente
desagradables a partir de que algunas personas han tenido problemas
con lo que escribo. Irrepetibles, incontables. Prefiero ser cola
de ratón en provincia y poder salir a jugar basquetbol.
Y si se trata de farandulear, me voy a la FIL de Guadalajara. Xalapa
no es el mundo. Es lo que le dije una vez a Castañón,
quien a partir de ciertas críticas que hice públicamente,
me dijo: “Mientras yo esté en el Fondo de Cultura Económica
(FCE), nunca vas a publicar ahí”. Y yo le dije: “Ni
el FCE es todas las editoriales ni México el único
país”. Punto.
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