Año 6 • No. 259 • marzo 12 de 2007

Xalapa • Veracruz • México
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La prioridad de la ciencia
Ruy Pérez Tamayo*
Como ha sido tradicional desde que yo me acuerdo, en cada cambio sexenal de autoridades México cumple con una misma liturgia que le sale muy bien porque la tiene muy ensayada, y que pudiera denominarse como la de “¡Ahora sí la vamos a hacer!”

Los nuevos funcionarios se apresuran a hacer declaraciones optimistas, los medios las difunden (aprovechando de paso para cazar algunas brujas), hay algunos enfrentamientos con distintos grupos (el problema de Oaxaca, el alza del precio de la tortilla, la guerra contra los narcos, amenazas de huelgas) que más bien sirven como retos para ver qué se puede esperar del nuevo gobierno, y casi siempre al final del primer trimestre del nuevo sexenio ya se ha alcanzado el equilibrio y las cosas siguen más o menos igual.

Con el gobierno “del cambio” lo poco que cambió no fue suficiente para modificar la situación del sexenio anterior, y por lo que se ha visto hasta hoy del nuevo sexenio, nos estamos enfilando a “más de lo mismo”. Para el pequeño mundo de la ciencia y la tecnología en México, éstas serían malas pero no inesperadas noticias.

Si en el sexenio del presidente Fox la ciencia, la tecnología y la educación pública superior fueron tratadas con inatención y hasta con franca hostilidad, la persistencia de esta misma actitud en el actual régimen podía predecirse.

Todavía falta por verse qué van a querer y poder hacer las autoridades directamente involucradas con la ciencia, la tecnología y la educación pública superior del país, como son la Secretaría de Educación Pública y el CONACYT.

Tengo dos razones para mantener cierto optimismo: 1) una inesperada entrevista con la actual secretaria de Educación Pública, en un desayuno al que la funcionaria invitó a El Colegio Nacional, en la que se mostró no sólo receptiva a nuestros puntos de vista sino además muy bien informada y mejor dispuesta a atender los distintos problemas que le planteamos, entre ellos el refuerzo urgente a la educación pública superior; 2) el nombramiento de José Antonio de la Peña en una de las direcciones claves de CONACYT, la de investigación científica, porque se trata de un prestigiado miembro de nuestra comunidad, que entiende los problemas desde dentro. Son sólo dos razones, pero es mejor algo que nada.

En alguna ocasión mi admirado amigo Víctor Urquidi, exasperado por mi sempiterna protesta en contra de las “prioridades nacionales”, me increpó diciendo: “Pero es que cuando los recursos son limitados tiene que haber prioridades para gastarlos. Se trata de un principio económico elemental. Si no hay dinero para todo, el gasto inteligente tiene que estar guiado por una lista que atienda primero lo más urgente e importante, cualquiera que sean los criterios para establecerlo…”

Naturalmente, tenía razón: ningún país (ni los Estados Unidos) tiene recursos ilimitados para atender todas sus necesidades, por lo que deben establecerse prioridades para el gasto. Pero también naturalmente, el mundo sería muy diferente si en lugar de darle mayor prioridad al ejército y a las guerras se prefiriera invertir en salud pública y en educación.

Yo no estoy en contra de las prioridades, estoy en contra de prioridades estúpidas e irracionales, establecidas por intereses políticos o sectarios, frecuentemente absurdos y hasta corruptos. Específicamente, en el área de la ciencia, la tecnología y la educación superior en nuestro país y en nuestro tiempo actual, sólo puede haber una prioridad: la calidad del trabajo, la excelencia en su diseño y en su realización.

Cuando sólo tenemos menos de un investigador científico calificado por cada 10 mil habitantes (mientras que España tiene 5, Estados Unidos tiene 32, Japón tiene 38 y Alemania tiene 42), cuando México es el país que menos invierte en ciencia y tecnología de toda América Latina, y cuando más del 90 por ciento de toda la investigación científica que se hace en el país se desarrolla en instituciones públicas de educación superior, resulta punto menos que imbécil ponerse a establecer prioridades de apoyo a la ciencia para que trabaje sobre “problemas nacionales” como la desnutrición, las enfermedades infecciosas o la carencia de agua, no porque no sean problemas reales sino porque la ciencia, la tecnología y la educación superior no tienen nada que ver con ellos.

No son problemas a cuya solución la ciencia pueda contribuir en forma significativa, son problemas políticos y de estructura social. La ciencia detecta, documenta y plantea el problema de la desnutrición infantil en México (lo ha hecho admirablemente), y hasta propone mecanismos posibles para reducirla basados en sus causas, pero hasta ahí llega; pedirle que resuelva el problema de la desnutrición infantil en México revela un profundo grado de ignorancia o un nivel inaceptable de demagogia.

Los científicos mexicanos sabemos muy bien cuál es el problema central de la ciencia, la tecnología y la educación pública superior en México: es el subdesarrollo, es la ausencia de un programa vigoroso y sostenido de apoyo al crecimiento de las disciplinas académicas y científicas que constituyen la base del mundo civilizado contemporáneo. Si el desarrollo de la filosofía natural fue la base del mundo clásico occidental, si la religión católica estableció las reglas de la Edad Media, si el resurgimiento del humanismo secular explica la emergencia del Renacimiento, el desarrollo de la ciencia durante la Ilustración y su consolidación durante la Edad Barroca representan la antesala del Mundo Moderno, caracterizado por la prevalencia de la ciencia y la tecnología como sus principales motores.

Esto es algo elemental, a la vista de todo el mundo: los países que han logrado proporcionar los mejores niveles de vida a sus ciudadanos son los que más han invertido en la educación y en la generación de conocimientos a través de la ciencia. Al final de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, Europa y Japón se encontraban en ruinas, sus fábricas destruidas y toda una generación de jóvenes perdida, pero en menos de 50 años no sólo se recuperaron sino que lograron volver a colocarse a la cabeza del mundo civilizado. En ese mismo lapso México no ha logrado disminuir en forma aparente la terrible injusticia social que nos caracteriza desde tiempos de la Colonia, a pesar de que no hemos participado en ninguna guerra, no nos han bombardeado ni nuestra juventud ha sido diezmada por la metralla. Es obvio que estamos haciendo las cosas mal, que hemos errado el camino, que necesitamos cambiar de rumbo si queremos crear un futuro mejor y una sociedad menos injusta y menos pobre.

El país necesita declarar a la educación, a la ciencia y a la tecnología como sus más altas prioridades y desarrollar un programa vigoroso y a muy largo plazo para garantizar que el esfuerzo rinda los resultados que obviamente es capaz de generar. Tenía razón Víctor Urquidi: cuando los recursos son limitados las prioridades son fundamentales. Se trata de un principio económico elemental.

*Miembro de El Colegio Nacional y de la Academia Mexicana de la Lengua