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La
organización universitaria ante los retos del mundo actual:
necesidad de renovación
Jessica
Badillo Guzmán
(Instituto de Investigaciones en Educación)
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En
las últimas décadas, las formas de vida social han ido
transformándose y se han sucedido una serie de innovaciones
en distintas áreas que impactan directamente a la educación,
tales como las innovaciones tecnológicas y de comunicación.
Cada vez más, las instituciones de educación superior
enfrentan nuevos desafíos (elevar la calidad educativa, modificar
su estructura interna para dar mayor y mejor atención a las
demandas de la sociedad), nuevas tareas (brindar mayor apoyo a la
trayectoria del estudiante, modificar sus modelos educativos incorporando
la flexibilidad y la transversalidad) y nuevas responsabilidades (generar
y distribuir socialmente el conocimiento), derivadas todas ellas de
las incesantes transformaciones que nuestro mundo va experimentado.
A medida que la situación nacional y mundial cambia, nuevas
formas de aprender van apareciendo y se hace cada vez más evidente
la necesidad de renovación en las universidades.
Desde organismos internacionales (la Organización para la Cooperación
y el Desarrollo Económicos, el Banco Interamericano de Desarrollo,
el Banco Mundial, el Instituto Internacional para la Educación
Superior en América Latina y el Caribe de la UNESCO), como
nacionales (la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones
de Educación Superior, la Subsecretaría de Educación
Superior) han emanado documentos que puntualizan la urgencia de cambios
profundos en las estructuras organizacionales y pedagógicas
de las instituciones de educación superior.
En el caso de la Universidad Veracruzana, grandes pasos se han dado
en cuanto a los aspectos anteriores, pero existen también elementos
por atender. Por una parte, la Universidad cuenta ya con un Modelo
Educativo Integral Flexible (MEIF) el cual se inscribe dentro de las
pautas internacionales de educación superior, favorece la autonomía
del estudiante y enfatiza la adquisición de valores y habilidades
que proporcionen al individuo una formación integral desde
un enfoque basado en competencias.
Pero por otra parte, en cuanto a la estructura organizacional, la
Universidad ha venido funcionando por más de sesenta años
bajo el modelo de organización por facultades e institutos,
el cual históricamente ha limitado la plena realización
de las funciones sustantivas de la Universidad, convirtiéndola
en una universidad de docencia.
Tanto en licenciatura como en posgrado, la organización por
facultades ha restado importancia a la unidad entre docencia e investigación,
pues muchos de los docentes no son investigadores, y muchos de los
investigadores no realizan docencia. Se ha ubicado a la investigación
como objeto de los institutos y a las facultades como trasmisoras
de conocimientos, cuando ambos deberían funcionar como entidades
de producción y distribución de conocimiento. Al permanecer
como ajena a la investigación, la facultad trabaja bajo los
mismos esquemas de antaño; la investigación, al estar
desvinculada de la docencia, no aplica sus descubrimientos en beneficio
de la formación del estudiante.
Por otra parte, en el modelo de organización por facultades
e institutos, tal como señala Meneses (1971), la experiencia
educativa va al estudiante y no el estudiante a la experiencia educativa,
ya que la facultad fija cursos y horarios a los que el estudiante
debe ajustarse, lo que se contrapone con la flexibilidad del MEIF.
El entorno se transforma y el conocimiento al interior de la Universidad
se vuelve estático, noción por demás contradictoria.
La Universidad sigue reproduciendo sus viejos modos, cuando requiere
de nuevas estructuras que posibiliten la producción y distribución
social del saber. Se ha venido trabajando bajo una forma de organización
académica que, si bien pudo haber dado respuesta a las expectativas
de su época, ha dejado de ser funcional en la situación
actual, por lo que se puede afirmar que el modelo organizacional universitario
ha llegado al punto en que se ve agotado.
Desde esta perspectiva, la necesidad de renovación de la estructura
académica y administrativa de la Universidad es ineludible,
pues sólo a través de ella se podrá responder
de manera eficaz y eficiente a las demandas del entorno, a las necesidades
de formación de los estudiantes y a las responsabilidades sociales
que recaen sobre nuestra Universidad como institución de educación
superior pública.
La renovación de la organización universitaria deberá
dar cabida a la unidad de investigación y docencia, favorecer
la flexibilidad y la integralidad del MEIF, propiciar la comunicación
horizontal entre las distintas áreas y facilitar el trabajo
interdisciplinario, además de contribuir al fortalecimiento
de la relación universidad-sociedad.
Esta renovación conlleva un proceso arduo que implica en primera
instancia, un autoconocimiento institucional: saber en qué
condiciones nos encontramos y qué resultados estamos obteniendo,
para ver hacia dónde tenemos que dirigir los esfuerzos de renovación.
Implica además, poner los intereses institucionales por encima
de los personales, aspecto que habla del compromiso que como miembros
de la Universidad hemos adquirido y debemos hacer evidente siendo
agentes activos del cambio, y no agentes pasivos o renuentes a la
trasformación por defender usos y costumbres del pasado que
la historia ya cambió. Sólo de esta manera podremos
avanzar en el crecimiento de nuestra Universidad y seguir el camino
hacia nuevas plataformas de conocimiento. |
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