Byron Brauchli: entropía cultural, pátinas y huellas
Hay muros francos, que ofrecen a la mirada la cara lavada del tabique, la madera, el tabicón, el ladrillo, el block… Otros reciben, a modo de segunda piel o maquillaje, pintura o recubrimientos diversos que abarcan desde enredaderas hasta mosaicos o piedra. Unos más, vestidos o desnudos, son tableros de anuncios y soportes de clamores y reclamos: rayados, garabateados, escritos, pintados, grafiteados, o impresos en papeles ligeros y fáciles de pegar, arrancar y ser tapados. Sus temas y tonos son políticos, disruptivos, comerciales, publicitarios, convocatorios, religiosos y de cuanto pueda comunicarse en formatos que equivalgan en sonido a un buen nivel de decibeles. Un poco como llegó a decir el pintor, ilustrador y diseñador valenciano Josep Renau cuando definió el cartel como “un grito en la pared” (incluyamos los postes).
De ello trata Entropía cultural, esta exposición de gráfica –algunos pensarán que de fotografía– de Byron Bauchli, que refiere a la intervención y en cierto modo apropiación vernácula de las paredes y que, en efecto, se asocia con la entropía, si a su vez relacionamos ésta con las ideas de equilibrio y desorden, los microestados (de cada muro), el macroestado (el muro en cuanto tal) y finalmente el grado de organización del sistema. Un desorden ordenado, finalmente, y un sistema que es dialógico y cultural; que interactúa con la comunidad y con el tiempo.
Con sus imágenes, notables, cálidas por donde se las vea, reveladoras de sus peculiares recursos y destreza, este artista (que también es investigador, docente y activista) hace una suerte de catálogo de íconos, índices y símbolos (en el sentido peirceano) y en el fondo un recuento de huellas y de pátinas que involucran lo mismo la protesta que la diversión o la devoción, y que son siempre metáforas y frecuentemente paradojas por la real o sugerida yuxtaposición de los mensajes, y en algunos casos de los sujetos, cuando los hay.
La obra, 21 imágenes de pequeño formato realizadas a lo largo de algo más de dos décadas, fundamentalmente en heliograbado y chiné-colle, es materia para la experiencia estética eminente y constituye un documento de microhistoria y de historia regional, un repertorio gráfico más que fotográfico, una colección paladeable y un inventario parcial de muralismo más o menos involuntario.