Núm. 9 Tercera Época
 
   
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La estructura que el autor utiliza es bastante peculiar: la novela es el género que acoge a la totalidad del libro por la extensión de la obra, por la existencia de un narrador, un personaje constante (Juan) y porque existe un hilo narrativo –la búsqueda de bartlebys que le da unidad al libro. Por otra parte encontramos el diario desde el momento en que el narrador nos va relatando (con cierta continuidad) lo que va leyendo, sus vivencias y sus recuerdos respecto a los bartlebys que incluye. De igual modo, el texto se organiza con base en notas a pie de página, en las cuales se mencionan los autores seleccionados y sus razones para dejar de escribir. Por su parte, el ensayo aparece inmerso en las reflexiones que el narrador realiza desde su perspectiva; son comentarios u observaciones críticas sobre alguna situación. El cuento destaca en dos ocasiones: en la historia de María Lima y Luis Felipe; son cuentos puesto que son invenciones del autor y tienen unidad independiente al resto del libro, bien podrían aparecer por separado. Por último, el género epistolar reúne varias cartas supuestamente intercambiadas entre el narrador y Derain. Esta mezcolanza de géneros y estilos en una misma obra otorgan al autor la máxima libertad a la hora de crear. El escritor se deshace de las ataduras que los cánones han dictado y conforma una obra de índole muy diversa que responde a las exigencias del lector actual, un lector que pide obras literarias de calidad que representen un reto, que lo hagan adoptar un papel activo a la hora de leer.

Además de la compleja estructura que el libro presenta, su temática no es más simple. ¿Por qué demasiados autores, teniendo una conciencia lingüística exigente, quedaron paralizados para siempre en el mundo de la creación? Frente a la pregunta anterior aparecen otras que circundan el proceso creativo: ¿Por qué escribir? ¿Por qué no? ¿Ya todo ha sido escrito? ¿De qué hay que escribir?

Evidentemente todas estas son preguntas sin res- puesta, o más bien preguntas sin una sola respuesta. Para algunos la escritura es una forma de terapia, sur- ge del interior, de la necesidad de sacar lo que llevamos dentro, de expresarnos. Para otros la escritura es un acto de corrección, al escribir cambiamos el mundo en el que vivimos, creamos otros mundos. Unos cuan- tos opinan que escribir es abstraerse de la realidad, implica el sacrificio de dejar de vivir. Y existen quie- nes creen que el ser escritor es un oficio y emplean la escritura más con fines lucrativos que artísticos. En realidad, el móvil que desencadena el proceso creati- vo resulta insignificante, lo importante es la escritura en sí, las palabras plasmadas en la hoja de papel junto con el trasfondo ideológico que subyace en la esencia del texto.

Tras recorrer las 86 notas a pie de página contenidas en el libro mencionado aparece un descubrimiento inefable, nuestra visión se deshace de falsas humaredas y llega la verdad a nuestros ojos; la génesis de la literatura es la misma que la de la vida: la nada. Este problemático concepto ha sido el desvelo de numerosos filósofos y pensadores; no pretendo encontrar el hilo negro del asunto, sino simplemente reflexionar sobre la creación literaria como el resultado de un “algo” ininteligible, no obstante existente.

Si pensamos en el surgimiento de la vida, la religión católica explica la génesis humana mediante un sujeto todopoderoso que creó la vida de la nada. La ciencia declara que las bacterias fueron evolucionando en especies más complejas hasta llegar al ser humano; pero antes de las bacterias no había nada. Por su parte, la filosofía ha navegado en un vaivén de posturas contrapuestas; desde la filosofía griega que decía que la nada es la negación del ser y por lo tanto nada se puede afirmar de ella, hasta el filósofo alemán Martin Heidegger, quien afirma que el ser se asienta sobre la nada y que en ella recae la existencia de cualquier cosa.

Trasladando estas concepciones al ámbito de la literatura vemos que sucede lo mismo. La creación literaria es un proceso que nace de la nada, es decir, el tema, la ideología o las reflexiones sobre las que se va a escribir surgen de elementos vacíos, amorfos que poco a poco van tomando forma a medida que se les asocia con referentes significativos.

Uno de los momentos más temidos para cualquier escritor es el instante en que se dispone a escribir, se sienta frente a la hoja en blanco y no ve nada. En ese momento, la nada es lo único que existe, lo que se afirma como verdadero. Poco a poco, con el fluir de las ideas, primero en forma de imágenes o sensaciones, y luego en forma de palabras; el cúmulo de trazos significativos se plasman en la hoja en blanco de golpe, como una tormenta cuyo viento remueve las entrañas de la realidad dando paso a la invención.

Es como una epifanía: cuando menos lo esperábamos los pedazos del rompecabezas se unen y cobran sentido. Ficción y realidad son uno solo, se han fusionado en la tentativa de crear algo que se encontraba suspendido pero no obstante existente desde un principio. La nada se ha convertido en su opuesto poniendo las condiciones necesarias para el surgimiento de la escritura del porvenir.

¿Por qué escribir? Yo contesto: ¿por qué no? Como un bartleby que es atraído hacia la nada, hacia la negación del mundo, yo soy atraída hacia la nada; porque negar es una de las tantas maneras de afirmar, no haciendo es un modo de hacer; no escribiendo es una forma de escribir. Rechazo lo que hay e invento o reinvento algo más: eso, es escribir.

 

 
 
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