Núm. 8 Tercera Época
 
   
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Gustavo Pérez
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ARTES

Medalla de Oro Bellas Artes
Ida Rodríguez Prampolini

Discurso de Ida Rodríguez Prampolini pronunciado el
jueves 22 de enero de 2009 con motivo de haber recibido
la Medalla de Oro Bellas Artes por sus aportaciones a la
promoción cultural y los estudios sobre arte. Una gran
veracruzana y una mujer de altísimo valor universal, la
doctora Rodríguez Prampolini lo envió
a La Palabra y el Hombre para su publicación .

Definitivamente soy una persona que nació con muy buena suerte. Pasé mis primeros 17 años a la orilla del mar en el puerto de Veracruz, una ciudad en ese entonces con un centro vivo y construcciones coloniales muy bellas. Hoy nada de eso existe. El Castillo de San Juan de Ulúa está en ruinas, los conventos se hallan convertidos en bodegas y estacionamientos, las casas son tugurios, las calles al anochecer se ven invadidas por malvivientes, prostitutas y viciosos; sólo los turistas acuden al corazón de la ciudad –el zócalo– y gozan del danzón, al que asisten, como en un antiguo ritual, casi exclusivamente personas de la tercera edad.

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La juventud y la mayor parte de los clasemedieros van a los centros comerciales a soñar frente a los aparadores y vitrinas en comprar algo que seguramente muy pocos podrán adquirir.

La voracidad económica actual ha creado un nuevo Veracruz fuera del viejo centro, copia de cualquier ciudad de medio pelo del sur de los Estados Unidos. No es que me incline a pensar que todo tiempo pasado fue mejor, pero en este caso no tengo la menor duda. La ignorancia de la clase política y de los jarochos ricos se demuestra en lo que han hecho y siguen haciendo con el Centro Histórico. No sé con qué espectáculo disneylandesco festejarán el bicentenario en el primer ayuntamiento de América firme. Ya se les ocurrirá algo muy caro e improvisado.

Tuve la fortuna de nacer en una familia maravillosa, con abuela, padres y cuatro hermanos. Los hijos recibimos una educación cuidadosa y al mismo tiempo muy alegre. Nos enseñaron con su ejemplo a ser generosos, solidarios y a preocuparnos por los demás. Vivíamos a dos cuadras del precioso barrio negro de la Huaca. Mi papá era el médico de esa población negra, y como no cobraba, sus pacientes, muchos de ellos pescadores, frecuentemente llevaban langostas a la casa. Las playas de Veracruz estaban llenas de langostas, hoy no hay más que una, y en el Acuario se las acabaron con dinamita. Mi niñez transcurrió en ese barrio que recuerdo como una fantasía: casas pintadas de colores con pórticos donde las mujeres, con paliacates en la cabeza y puro en la boca, se bamboleaban en sus mecedoras y nos contaban a los niños, sentados a su alrededor, historias increíbles. Cuando algunas niñas iban a jugar a mi casa les polveaban con talco blanco la carita y los brazos. Dormí todas las noches con el sonido de los tambores de la Huaca, que en el carnaval eran los reyes del ritmo y de la alegría. Un buen día todo desapareció: la población negra que había vivido en esa zona fuera de la muralla que rodeaba Veracruz fue trasladada muy lejos, al pie de las vías del Ferrocarril Mexicano, y el barrio de la Huaca entró en el proceso de la fiebre inmobiliaria y la especulación financiera.

Debido a mi buena fortuna me nombraron Reina del Carnaval sin haber hecho ningún esfuerzo: mis amigos de la Huaca se movilizaron y apoyaron exitosamente mi candidatura. Para una muchacha de 17 años esto es un regocijo. Al frente del carro iba la comparsa de Herlinda, mi nana, bailando rumba y gritando vivas a su niña, como me decía. Herlinda era una mulata de ese barrio. Sobre esta mujer inteligente, buena y preciosa de espíritu quise escribir la biografía pero la vida se me fue sin hacerlo. Para ella, mis más cálidos recuerdos.

Tengo dos hijos con quienes llevo una magnífica relación y que han soportado durante años las frustraciones por mi inseguridad y disfrutado de mis éxitos; les agradezco sus amorosos cuidados. Tengo también cuatro nietos que son mi alegría y mi preocupación; una hija adoptiva, estupenda ceramista, y una nuera respetuosa. Tenemos la fortuna o la desgracia, no lo sé, de vivir en el mismo terreno frente al mar en un paraíso tropical.

Tengo sobrinos y amigos magníficos, y sería una persona tranquila y feliz si no fuera por el dolor que me causa lo que hemos hecho de México y el mundo.

Cursé la carrera de Historia en la Facultad de Filosofía y Letras, me doctoré a los 22 años con la tesis La hazaña de Indias como empresa caballeresca.

 
 
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