Núm. 3 Tercera Época
 
   
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Adrián Mendieta
METÁFORAS DE LA LUZ
 
 
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ARTES

Algunas ideas sobre composición dramática
Emilio Carballido

Emilio Carballido. Se dio a conocer como dramaturgo
con la obra Rosalba y los llaveros, la cual se estrenó en Bellas
Artes en 1950, bajo la dirección de Salvador Novo. Le
siguieron éxitos teatrales como: Un pequeño día de ira (1961),
obra con la que ganó el Premio Casa de las Américas de
Cuba, Te juro Juana que tengo ganas (1965), Rosa de dos aromas
(1986) y otras. Es autor de una extensa obra literaria: dos
tomos de cuentos, nueve novelas, antologías de teatro joven
de México, de teatro infantil y Le Théâtre Mexican. Ha
escrito cerca de cien obras teatrales, guiones para cine y
televisión y ha sido también director de escena.

Hay sobre los autores una presión frecuente, expresada por los periodistas cuando nos entrevistan, y por la crítica misma cuando dialoga con nosotros (me refi ero a la crítica seria, especializada). Se nos pide dar cuenta y razón de nuestros procedimientos de trabajo, modos de concebir, relaciones de la fi cción con la realidad, de toda la armazón que es el telar de nuestros productos fantásticos. Y nosotros contestamos como si supiéramos lo que hacemos, dando humildemente cuenta y razón aunque no sea cierto, como los niños a los mayores con miedo a ser castigados.

Nos resistimos a explicar algo que pocos nos detenemos a explicarnos a nosotros mismos: escribir literatura es parcialmente racional; hay un dar y recibir del material que usamos y eso tampoco es fácil de explicar.

Una historia se presenta como un viaje que debe transcurrir: hay un momento oportuno para empezar a narrar, otro para cerrar el desfi le de acontecimientos que se han presentado. Pero recuérdese que la Realidad no tiene principio ni fi n, es infi nita y el autor va a escoger el momento en que sienta que los acontecimientos están maduros para empezar a presentarlos, tejiendo sus confl ictos y progresando hasta el punto en que lo ocurrido va a darse por terminado. Tal como en un vehículo a gran velocidad: las decisiones del que maneja, el autor, son instantáneas, instintivas, podríamos decir irracionales, porque no puede uno razonar en medio de velocidades dramáticas.

La verdad es que los procesos de trabajo no es que sean de veras irracionales, es que se conciben y ejecutan de manera en que el tiempo mental va muchísimo más rápido que el razonamiento. Una escena se resuelve sola con las razones de un instinto, un telón cae cuando debe hacerlo; una réplica aguda, un diálogo certero, son obra no de un pensamiento lúcido sino
de esa pendiente de acontecimientos que es el drama, donde los sucesos van encadenándose por las razones que les convienen a ellos. Uno contempla y reporta lo que les está ocurriendo; en la fantasía se crea un mundo independiente cuyas leyes uno está aprendiendo y siguiendo mientras acontecen, y los sucesos felices o las catástrofes son independientes de lo que uno quisiera. Si se nos ocurre manipularlos o manosearlos según nuestra razón o nuestra voluntad, aquello va a vulnerarse seriamente.

Pienso que esto debe asemejarse a la mediumnidad: vienen los espíritus, hablan por la boca de alguien, dicen cosas que esa persona no sabía, se portan independientes de ella y se van cuando se les da la gana. También llegan como quieren y no son necesariamente educados. Igualito las obras: hasta pueden aparecerse en sueños. Aconsejo siempre, en mis talleres, llevar una libreta donde se apunten los sueños en cuanto acaban de sucedernos. Hay algunos, especialmente esos que Jung llama “numínicos”, en los que pueden encerrarse historias completas o bien semillas fértiles de una obra que está pidiéndonos ser escrita. Confieso que ese es el origen de una buena parte de mi trabajo.

Claro, esta receta la inventaron los surrealistas. El pensamiento de esta escuela artística es de una gran coherencia y ofrece métodos de trabajo altamente útiles para penetrar en zonas oscuras de nosotros mismos, explorarlas y de ahí extraer materiales valiosos que, de paso, van a enriquecer nuestras vidas.

Otro consejo a quienes quieren escribir: llevar un diario de sus vidas y pensamientos. Un cuaderno así, releído, nos informa muchísimo sobre nuestra propia circunstancia; y es también un modo de autoconocimiento, pues la memoria sabe muy bien dónde la pluma mintió. Es también un modo en que los días no se fuguen tan irremediablemente: acaba siendo muy grata esa huella que dejan en el papel. Si se consignan los sueños en el momento mismo en que se desarrollaron, no los olvidaremos, y ya se sabe que son para el autoconocimiento.

Eso va unido: el conocimiento de quiénes somos no puede separarse del ejercicio de las letras (o del arte en general). Una persona que no se conoce ni profundiza en su propio ser, ¿cómo puede intuir inmediatamente a los demás? Cuando llamamos a alguien “superfi cial”, me parece que se trata de una buena defi nición de la gente que tiene miedo a ver hacia dentro, que vive de prejuicios prestados e ideas hechas, que no es capaz de descubrir, inventar y guiar su propia vida. Es decir, el que no trata de llegar a su propio fondo –y no es fácil que llegue–, mal puede intentar penetrar en la complejidad de los demás.

 
 
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