Núm. 2 Tercera Época
 
   
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Fernando Vilchis
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Es posible que idealice y mitifique la experiencia social y humana que condujo a la mal llamada huelga de Río Blanco. Es posible que la mirada que eche sobre este periodo de nuestra historia chica vaya cargada de romanticismo y de nostalgia. No puedo ocultar mi sorpresa, sin embargo, ante el curso que siguieron los acontecimientos desde la instauración de las fábricas de Río Blanco y Santa Rosa hasta los trágicos acontecimientos de los primeros días de enero de 1907. Ahí, en una región poco tiempo atrás inhabitada y en el espacio de poco menos de quince años, tuvo lugar un proceso clásico de conformación de capital, constitución de las dos grandes clases que acompañan a esta formación histórica y abierta lucha entre ellas. Con todas las especificidades del caso, el capital vio recorrer su ciclo lo mismo en el terreno estrictamente económico que en el terreno social. Al riesgo de caer en frivolidades, creo, incluso, que por sus alcances y proyecciones sociales y humanas, los acontecimientos de Río Blanco bien pueden ser objeto de un tratamiento novelístico o de un enfoque cinematográfico.

No deja de sorprenderme, de igual forma, el señalamiento de John Womack en el sentido de que los acontecimientos de Río Blanco formaron parte de una verdadera oleada de guerras, huelgas, revueltas, ensayos revolucionarios y represiones que entre 1903 y 1910 se sucedieron a lo largo y ancho de prácticamente el mundo entero: Estados Unidos, Rusia, Alemania, Francia, Chile, Inglaterra, India, Argentina, España, Suecia, Gales… Si bien Womack no lo menciona, no hay que olvidar, por lo demás, que al final de ese breve periodo estalló la Revolución Mexicana y que siete años más tarde dio inicio la Revolución Rusa. Hay que tener presente, en ese sentido y de igual forma, los estudios de la economía política (entre los que destacan los de Ernest Mandel) que establecen que, en promedio y a nivel mundial, cada veinticinco años el capital conoce fases de ascenso y fases de descenso. ¿Anunciaron o formaron parte los acontecimientos de Río Blanco de una fase de descenso del capital que encontró en la revolución bolchevique su inmejorable expresión? Todo parece indicar que así fue.

¿Qué queda de los acontecimientos de Río Blanco, de la clase obrera que los protagonizó, de los aires radicales y libertarios que en la primera década del siglo xx recorrieron la Pluviosilla? Sin lugar a dudas, queda el recuerdo de un proletariado emergente que pagó con sangre su interés de obtener mejores condiciones de vida, que desbrozó el camino para posteriores luchas obreras y para el estallido mismo de la Revolución Mexicana, y que inscribió su actuar en una respuesta mundial de los trabajadores al avance del capital. De ahí en fuera, creo yo, aquella clase obrera ha sido, si no borrada del mapa, sí transformada radicalmente en su fisonomía, su composición e, incluso, su papel. El cambio en las formas y los métodos de trabajo, la constante recomposición del capital, el cambiante papel que uno u otro sector del mismo juegan, los avances de la ciencia y la tecnología y, por supuesto, las derrotas que la propia clase obrera ha sufrido en su enfrentamiento con el capital han puesto sobre el escenario mundial a otra clase obrera. Según economistas contemporáneos como Michel Husson, Salva Torres y Sergio Rodríguez Lazcano, a partir de los años ochenta del siglo xx entró en funciones una nueva forma de organización del trabajo, una especie de desregulación del proceso productivo que trae aparejada una dinámica de
desconcentración del capital y de los grandes centros de producción. El rostro de la clase obrera, necesariamente, es otro. Dos datos pueden darnos una idea de este cambio: según un estudio de la fundación Alliance Capital Management, entre 1995 y 2002 se perdieron 31 millones de puestos de trabajo en las fábricas de las 20 economías más fuertes del mundo; hoy en día, por otra parte, 170 millones de trabajadores migrantes viven en las 45 ciudades más desarrolladas del mundo. En todo caso, si algo puede hermanar a la clase obrera de fines del siglo xix y a la clase obrera de principios del xxi es el afán de justicia.

Por ello mismo, precisamente, es que se valoran y agradecen libros como el que hoy nos congrega, La huelga del Río Blanco. Se valora y agradece, en primer lugar, el interés de rememorar y traer de nueva cuenta a colación uno de los hechos capitales en la historia de la clase obrera del siglo xx. Se valora y agradece, igualmente, la visión que anima a este trabajo: ofrecernos un panorama lo más amplio y variado posible de todo ese conjunto de decisiones y hechos que, encadenados, dieron lugar a lo que hoy conocemos como la huelga de Río Blanco. Se valora y agradece, en tercer lugar, el hecho de haber reunido en un solo título textos de los más diversos orígenes, lo mismo por la lengua en que fueron escritos que por el enfoque a partir del cual fueron elaborados. Se valora y agradece, asimismo, haber contemplado toda esa serie de acontecimientos en su especificidad; al hacerlo, nos los han ofrecido en su universalidad. Se valora y agradece, finalmente, el habernos entregado una edición limpia y atractiva, que termina de hacer de este título un excelente ejemplo de historia regional. Felicito sincera y sentidamente a todas aquellas personas e instituciones que hicieron posible la aparición de este libro, comenzando, por supuesto, por su editor, Bernardo García Díaz.

Me vienen ahora a la memoria unas palabras de Walter Benjamin: debemos persistir en nuestra idea de cambiar el mundo; pero debemos hacerlo no en función de nuestros pequeños hijos liberados, sino en memoria de nuestros ancestros avasallados. Yo no sé si a estas alturas de la batalla haya alguien que persista en su idea de cambiar el mundo. Pero si lo hay, en el libro que hoy nos congrega encontrará un buen motivo para persistir en ello… en memoria de nuestros ancestros avasallados.

 

* Escritor y editor

 
 
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