Núm. 12 Tercera Época
 
   
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JOSÉ LUIS CUEVAS
BESTIARIO IMPURO
 
 
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propagar la nueva fe. En los grabados de Valadés podemos ver asociados el “candelabro de oro de la ley” con el árbol de la vida o la redención, porque en los brazos de estos candelabros crecen hojas y sobre las corolas se representan escenas ejemplificantes en las que las figuras se muestran en situaciones más o menos convencionales (fig. 3).

     
   

Fig. 3: La Jerarquía Eclesiástica; grabado. Tomado de Iconología y sociedad. Arte colonial hispanoamericano, UNAM, México, 1987.

 

           En el caso de este bajorrelieve de Xochimilco, en el centro de la composición también hay un árbol pero las corolas “del candelabro” aparecen como independientes del mismo. Se trata de un árbol verdadero, vigoroso y nada convencional por cuyo tronco desciende una gigantesca serpiente. El cuerpo del animal se confunde en su movimiento con el árbol y la cabeza está en su base. Los frailes están ubicados a ambos lados del árbol y cubiertos por una frondosa copa; otras plantas, intercaladas entre los frailes, muestran que se hallan en un lugar de abundante vegetación.

          Queremos hacer hincapié en el hecho de que sean precisamente el árbol y la serpiente las figuras ejecutadas con más soltura, las únicas que presentan movimiento, mientras que los frailes están ejecutados de acuerdo con los prototipos convencionales pero con un mayor hieratismo que los modelos de Valadés y evidencian las dificultades del artista indígena para resolver técnicamente su ejecución. Los frailes aparecen fundidos con las corolas del candelabro y no como parte de escenas que se desarrollan sobre ellas, como sucede en el caso de los lienzos didácticos.

          El árbol de esta composición nos recuerda los árboles mesoamericanos que simbolizaban el universo, en los que las fauces de la serpiente constituían sus raíces (el inframundo), las copas eran la representación del cielo así como el tronco la de la tierra y constaban de cuatro ramas que representaban los puntos cardinales. Y, viéndolo, no podemos menos que recordar los populares árboles de la vida tan típicos de Izúcar de Matamoros, Acatlán o Metepec que presentan grandes similitudes con éste, compartiendo además con él la doble condición de candelabro y árbol.

En otros lugares y en otras épocas...

     
   

Fig. 4: San Cristóbal con el Niño Jesús en los brazos; iglesia de Santa Mónica, Guadalajara

 

El ejemplo de este muro del convento de Xochimilco es, como decíamos, uno de los muchísimos ejemplos de la relación que se estableció entre las simbologías cristiana y prehispánica en el arte del siglo XVI; y esta coexistencia se mantuvo durante los siglos posteriores, sobre todo en los lugares construidos con la participación de artistas locales que introdujeron elementos que revelan tanto la supervivencia de antiguos símbolos como la existencia de novedosas formas de acercamiento a la religión cristiana, aunque dichos elementos muchas veces sólo se distingan por la forma en que han sido representados o por el hecho de haber sido elegidos y ubicados en un determinado contexto. Y, como ejemplo de la persistencia de este fenómeno en los siglos siguientes y a modo de conclusión, queremos mencionar el ejemplo de la iglesia de Santa Mónica en Guadalajara en la que, seguramente, Fray Bernardino hubiera encontrado una de las más claras evidencias de “paliación” en el siglo XVIII y que se considera uno de los mayores exponentes del arte colonial de su región a la vez que ejemplo de arquitectura mestiza, mezcla de barroco español y gusto indígena, y que ha sido señalada por el investigador Alfred Neumeyer como el mejor ejemplo para ilustrar la continuidad estilística entre el arte del siglo XVI y el del siglo XVIII, destacando que, a través de los dos primeros siglos de la colonia se preservó, bajo ropaje europeo, el cuerpo y la estructura del arte nativo, con lo que se preparó el material que luego fue empleado en el ultrabarroco.

          Y, tal vez, el detalle más sorprendente de este templo se encuentra en el ángulo noreste de la iglesia donde se halla un San Cristóbal tallado en dos bloques de piedra y que, generalmente, es citado como acabado ejemplo de escultura mestiza atendiendo a sus rasgos y proporciones (fig. 4). El santo lleva –como es habitual– al niño Jesús en sus brazos, pero este niño posee un gran hueco en el lado izquierdo del pecho: “para la piedra de obsidiana” al decir del historiador José Moreno Villa.

 
 
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