Núm. 11 Tercera Época
 
   
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ENRIQUE MURILLO
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transitará, de norte a sur y de sur a norte, y saldrá invicto, Eulogio Pérez, cuya simiente generará una progenie que llegará al siglo XXI mientras él, continuará asentado en algún lugar de esa región peninsular binacional unida y horadada por el Río Hondo, donde ser de aquel lado o de éste es cuestión banal que ningún Pérez se cuestionó, se ha cuestionado ni, creemos, se cuestionará jamás.

          Autobiográfica decíamos de Nómadas del sur, impronta que acompaña casi siempre a toda primera obra que se plantea el largo aliento narrativo y corre con ello el riesgo de excederse, y por ser inaugural en el oficio literario saltan también a la palestra los andamios precedentes en la escritura del autor: su anclaje en la academia. Esto se nota, el escribir mucho y las visiones académicas, en, por ejemplo, los capítulos VI (el viaje), VII y VIII (las bodas de Tránsito con Fernanda y de Eulogio con Isabel), que pudieran haberse compactado y no afectar el corpus general, independientemente de que es precisamente en el seguimiento de las fiestas donde el académico zancadillea al novelista, para que éste termine haciendo etnografía muy bien escrita en los citados capítulos VII y VIII, lo que no impide reconocer la redondez del VII. Asimismo, como toda obra que se alarga (por las razones o necesidades que se quieran), la novela sube y baja en la concreción y riqueza de cada una de sus partes, cae y se levanta (quizás porque Arístides es, intuyo, al igual que lo es Lara Zavala, un cuentista solvente), y vemos cómo después del capítulo VII, que es redondito, pasamos a un flojo VIII que se cae; más adelante el XIX es endeble, pero el siguiente levanta y termina en un muy bien logrado XXI para mantenerse así, fluyendo cadenciosamente, con el ritmo justo, hasta el final que es el XXV, lo que deviene en un gran logro del narrador por doquiera que se le vea.

          Es la novela como género una concatenación de frases, articuladas por un conjunto de anécdotas vitales que transcurren como afluentes de un gran río que las acrisola y las consolida para bien de la historia central con la que el(la) narrador(a) intenta sorprender a quienes lean la obra. Y Arístides muestra en tal sentido, en el de las frases, las descripciones y las metáforas, los claroscuros de todos los que escriben/ escribimos: buenas y malas, presuntuosas y afortunadas. Vemos así lo poco afortunado del “se entretuvo mirando [...] a dos pájaros que volvían a enamorarse como cada tarde, y buscaban ya el nido para entrar en él” (p. 18); o el “Tampoco necesitaron darse luz para empezar a aprender a penetrar los senderos de sus cuerpos ni les costó trabajo acostumbrarse a dormir acompañados” (p. 43); o el “las manos de los esposos no bastaron para moldear el momento en que, entre jadeos y lamidas, tallaron con el celo de sus cuerpos fugas de golondrinas en húmedos recodos“ (p. 95); o lo presuntuoso del “ella se refugió en las imágenes de Adelfa desnuda sobre él en plena euforia coronando el disfrute entre Príapo y Lotis” (p. 149); o “Esa noche traspasó la sombra de Oralia entre la humedad del súcubo y las venas erectas del infierno, y subió a la cima en una escalada lenta y salivosa con terraplenes que goteaban gemidos y desenmascaraban los odres escrotales” (p. 263). Pero veamos también las afortunadas, contundentes y de? nitorias, como éstas: “Varias noches se le vio ebrio bajo la lluvia sin sentir que el tiempo y el clima se le venían encima. Parecía un sereno sin hachón ni alcuza buscando un faro” (p. 163); “El otro no entendía, sólo observaba la tristeza en su mirada ebria y su penosa condición para sentarse de nuevo, servirse otra copa y permanecer en silencio mirando la superficie pulida del escritorio mientras el cigarro se consumía entre su dedos arrojando gruesos cisnes azules que llagaban los reflejos dorados del quinqué de cola” (p. 171); “Tránsito permaneció dos meses en la cárcel y ésa fue la única manera de abandonar el alcohol” (p. 175). Redondas, pues, sin olvidar la cimera narración de la llegada de las putas a Payo Obispo, procedentes de Xcalak a bordo del “Phoenix”, que transcurre entre las páginas 192 y 194; redondas también y envidiables las escenas de fornicaciones, donde la capacidad narrativa y la imaginación de Raúl Arístides se manifiestan literalmente de cuerpo entero. Por tal motivo Nómadas del sur inicia con una imagen donde el sexo como placer/procreación (lo cultural biológico) se hace presente, enmarcado por el propio sexo: “Eulogio Pérez nació de un último coito prolongado ocurrido al pie de un zapote mayor una tarde plagada de luciérnagas que buscaban afanosamente, entre los reductos de una alta gruta, el sitio más oscuro para aparearse con la libertad que el viento les otorgaba...” (p. 15), para capturar al lector y que no suelte esta obra que es un buen primer paso de un autor con muchos aciertos y no pocos hallazgos, como ya se expuso y se reafirma aquí, casi al final de estas líneas.

Península, península y Nómadas del sur

          Son dos novelas que vuelven relevantes un tiempo y un espacio excéntricos y poco atendidos en nuestras letras contemporáneas por el simple hecho de ser lejanos al interés del centro (hasta donde sabemos existen sólo dos novelas recientes donde la Guerra de Castas aparece como mediación temática: Ascensión Tun, de Silvia Molina, editada en 1981 por Martín Casillas; y Cecilio Chi’, de Javier Gómez Navarrete, editada por el Instituto Quintanarroense de Cultura en 2003). 5 Pero en el caso de Raúl Arístides no sólo eso, sino también una cuestión poco atendida en el sur de México, que es la transfronteriza cultura compartida por beliceños y quintanarroenses, y en específico por los chetumaleños, como una temática hasta hoy prácticamente inédita en la más reciente literatura mexicana. Vayan y valgan por ello, y por lo que ya se dijo, una sincera bienvenida a ambas obras, y queden sus autores ante ustedes para lo que se les ofrezca y ellos puedan darles más adelante.

          Chetumal, Quintana Roo,
a 30 de septiembre de 2008

         

 

 

 5 Valga decir que en el siglo XIX se publicaron obras referentes al tema como las novelas Los misterios de Chan Santa Cruz: historia verdadera con episodios de novela, de Pantaleón Barrer (1864); Cecilio Chi, de Severo del Castillo (1869); y Nati Pat. Los indios bárbaros de Yucatán, de Ernesto Morton; así como los relatos escritos por Manuel González (La venganza de una injuria, 1861) y Bernardo Ponce (Los héroes de Tihosuco, 1900).

 
 
 
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