Universidad Veracruzana

Blog de Lectores y Lecturas

Literatura, lectura, lectores, escritores famosos



Cuatro textos de Albert Einstein

Declaración de 1933

Mientras me sea posible viviré en un país donde haya libertades políticas, tolerancia e igualdad ante la ley. A la libertad política pertenece la libertad de expresar las convicciones, así como el respeto por las creencias del individuo. Estas condiciones no son cumplidas por la Alemania actual. Los hombres que se han dedicado a la causa internacional y algunos destacados artistas son, en ella, perseguidos. Lo mismo que los individuos, los organismos de una sociedad pueden enfermar físicamente, sobre todo en épocas difíciles. Las naciones suelen esforzarse por sobrevivir a sus enfermedades. Espero que Alemania supere pronto las suyas, y que en un futuro cercano se pueda no sólo elogiar a eminencias como Kant y Goethe de cuando en cuando, sino que la vida oficial y particular se fundamente en sus obras.

Una moral

Curiosa es nuestra situación de hijos de la Tierra. Estamos por una breve visita y no sabemos con qué fin, aunque a veces creemos presentirlo. Ante la vida cotidiana no es necesario reflexionar demasiado: estamos para los demás. Ante todo para aquellos cuya sonrisa y bienestar depende de nuestra felicidad; pero también para tantos desconocidos a cuyo destino nos vincula una simpatía. Pienso mil veces al día que mi vida externa e interna se basa en el trabajo de otros hombres, vivos o muertos. Siento que debo esforzarme por dar en la misma medida en que he recibido y sigo recibiendo. Me siento inclinado a la sobriedad, oprimido muchas veces por la impresión de necesitar del trabajo de los otros. Pues no me parece que las diferencias de clase puedan justificarse: en última instancia reposan en la fuerza. Y creo que una vida exterior modesta y sin pretensiones es buena para todos en cuerpo y alma.

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La derrota de la página en blanco

Novelistas, poetas y editores ofrecen sus consejos a todos aquellos que pretendan adentrarse en el mundo de la ficción. Leer y releer a los grandes autores clásicos y contemporáneos es la primera receta. Después, cada cual ha de buscar y elegir su propia manera de escribir.

Elena Poniatowska

Si toda la vida me la he pasado buscando respuestas, es poco probable tener reglas para escribir. Si yo soy la que pregunto desde que sale el sol hasta que se mete, ¿cómo voy a saber qué se hace para enfrentar a la página en blanco? Con la página en blanco comienza la inmensa aventura frente a la mesa de trabajo, bueno, antes era una mesa, ahora es una pantalla también espantosamente blanca y llena de trucos, trampas, escondites porque una sola tecla te borra el alma. Hay días buenos y días malos. En los malos, todo va a dar al cesto de la basura, en los que uno cree buenos, sale media paginita y uno se esponja como gallina roja. Es más fácil poner un huevo que escribir. Escribir me cuesta un huevo y la mitad de otro. Bueno, como si yo tuviera huevos. La única manía que puede evitarse es insistir y empeñarse en vez de salir a la calle y abrazar a los demás aunque sea con la mirada.

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Una historia de amor

Jose emilio pacheco

José Andrés Rojo

Una vez que aquel muchacho, Carlitos, fue a casa de Jim quedó tan impactado por la belleza de la madre de su amigo que se enamoró de manera irremediable. Volvió al mundo con la sensación de estar viviendo el mayor de los acontecimientos y ya no dejó de pensar en ella. Así que unos días después, y cuando estaban en clase de «lengua nacional como se llamaba el español», pidió permiso y salió. Les estaban enseñando el pretérito perfecto del subjuntivo: hubiera o hubiese amado. Se fue de la escuela, fue a casa de su amigo, tocó el timbre. Lo cuenta José Emilio Pacheco, que dentro de unas horas recibirá en Alcalá el Premio Cervantes, en su novela Las batallas en el desierto (Tusquets). Le abrió la madre de Jim: «Nos sentamos en el sofá. Mariana cruzó las piernas. Por un segundo el kimono se entreabrió levemente. Las rodillas, los muslos, los senos, el vientre plano, el misterioso sexo escondido. No pasa nada, repetí». Y fue armándose de valor, hasta que lo dijo: «Porque lo que vengo a decirle –ya de una vez, señora, y perdóneme—es que estoy enamorado de usted».

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Discurso del escritor José Emilio Pacheco al recibir Premio Cervantes

“Majestades, Señor Presidente del Gobierno, Señora Ministra de Cultura, Señor Rector de la Universidad de Alcalá de Henares, Señora Presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y para las Artes de México, Presidenta de la Comunidad de Madrid, Sr. Alcalde de esta ciudad, autoridades estatales, autonómicas, locales y académicas, amigas, amigos, señores y señoras.

1947 es una fecha tan lejana como 1547. Ambas se han hundido en la sombra eterna y son irrecuperables. Tal vez la memoria inventa lo que evoca y la imaginación ilumina la densa cotidianeidad. Sin embargo, del mismo modo que para nosotros serán siempre gigantes los molinos de viento que acababan de instalarse en 1585 y eran la modernidad anterior a la invención de esta palabra, en algún plano es real otra experiencia: la de un niño que una mañana de Ciudad de México va con toda su escuela al Palacio de Bellas Artes y asiste asombrado a una representación del libro convertido en espectáculo.

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