Año 3 • No. 89 • enero 27 de 2003 Xalapa • Veracruz • México
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Emma Cuéllar de la Torre

Observador incansable del inevitable legado de la conquista y la colonización, tema que se reconoce como una de sus preocupaciones constantes, hacedor de irónicas versiones de cuadros propios de los antiguos maestros europeos que otorgan testimonio de su ambivalencia hacia este patrimonio artístico, Alberto Gironella, saludado como surrealista por André Bretón, es un artista difícil de clasificar, y en esto, sin duda, radica su fuerza.

Durante toda su carrera Gironella ha tratado de resolver un problema básico del arte latinoamericano: cómo desarrollar una identidad artística, original y autónoma, a partir de una tradición de mezclas conectada con la gran tradición pictórica europea.

De padre catalán y madre yucateca, Alberto Gironella nació en la ciudad de México en 1929. Caracterizándose desde muy temprana edad por ser un lector incansable, pasatiempo que posteriormente influirá en su obra plástica, fue fundador de la revista de literatura y arte Clavileño en 1948, y de la revista literaria Segrel; escritor también de poesía y novela, estudió Letras Españolas en la unam. Se consagró a la pintura en 1953, cuando se estableció en Guanajuato, y desde entonces se dedicó por completo a las artes pictóricas.
En la década de los cincuenta, se dio en México un movimiento de ruptura integrado por artistas plásticos y literarios, quienes rechazaban la idea de adoptar al arte como propaganda política, así como el hecho de que la representación de temas indigenistas o nacionalistas fuera la única posibilidad en el arte. Aunque es hasta la década de los sesenta cuando la lucha por un arte sin ideologías adquiere fuerza, desde los años cincuenta algunos artistas empezaban a pintar de manera individual, fuera de las escuelas y los movimientos,
dejando de lado la representación de temas históricos, realistas o de corte social y político. Para estos artistas el punto de partida para cualquier hecho creativo era el mundo interior y subjetivo, las preocupaciones personales y los distintos modos de expresión. En torno a este rechazo se unifica la nueva generación de artistas, misma que integró Alberto Gironella.

Como resultado de esta reforma dentro de las artes plásticas, hubo la necesidad de abrir galerías no oficiales, como la Galería Proteo que el mismo Gironella dirigió, las cuales apoyaban a todos aquellos pintores que se encontraban fuera de la escuela pictórica mexicana. Fue en estas pequeñas galerías alternativas en las que Gironella realizó sus primeras exposiciones, de manera colectiva e individual.
Maestro del collage, el grabado, la pintura y la litografía, los temas trascendentales en la obra plástica de Gironella son el pasado y el presente histórico de México y de España, la literatura, el tiempo y la muerte, mezclando con gran libertad creativa la plasticidad y las letras, dos de los mundos a los cuales dedicó su vida.
Juega con el color y las texturas, con la combinación de la artesanía mexicana y la española; genera sincretismos culturales manteniendo vivas las influencias de una cultura sobre la otra, hace que su obra sea figurativa, y se vea enriquecida mediante una síntesis entre un lenguaje formal y sus técnicas artísticas, volviéndose más rico y complejo.

Gironella recibió en 1960 el premio de la Bienal de Pintura Joven en París. Conoció a Bretón y se integró al grupo “Phases”, organizado por Edouard Jaguer, con quien participó en una exposición celebrada en la Universidad de París en 1963. Regresó a México en 1962, y para 1968 obtuvo la beca Guggenheim. Desde 1952, exhibió sus obras regularmente en ciudades como París, México, Madrid, Nueva York, Belgrado, entre otras. Su vida y obra llegaron a su fin hace apenas cuatro años, a sus 70 años de edad.