Año 2 • No. 62 • mayo 20 de 2002 Xalapa • Veracruz • México
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  Pasión y entrega auténtica en el ojo justo de Mariana Yampolsky
La poetisa de la imagen
Gina Sotelo
Respeto es la palabra en la que pienso cuando aprecio una fotografía de Mariana Yampolsky. Belleza también. Y es que las imágenes captadas por su lente exponen de una manera única las expresiones populares, los rostros de mi gente. Como pocos artistas, Mariana no fue “mercader del folklor” o “retratista del populacho”. Su obra es de una naturaleza distinta; de paciencia infinita que nos habla del campo seco y húmedo de México, de la salsa de molcajete recién hecha, de las madres amorosas con su cara polvosa
–nunca sucia– de las mujeres fuertes y dignas de piel curtida por el sol y el trabajo, pero más que todo, nos hablan de las mil y un formas que tenemos de ser, de estar, de trascender a través de la vida. Su trabajo ha sido llamado como “antropología emocional” como una política de la evocación encaminada a construir contextos capaces de reestructurar la experiencia y reivindicar futuros posibles, yo lo llamo tener una pasión sincera y un compromiso auténtico con el país que escogió para vivir, morir y así, vivir para siempre...
Las siguientes son expresiones sinceras y humildes de algunos fotógrafos que conocieron y amaron a esta mujer tan sorprendente, a nuestra única e irrepetible Mariana.

Manuel González de la Parra

“La conocí hace como 12 años en una revisión de portafolios en su casa. Era amable con la gente de todos los niveles pero no era condescendiente; sin ser grosera te decía verdades de tus imágenes que te hacían temblar, pero también lo era con su trabajo. Mariana es la persona a quien más he admirado dentro del medio, tanto en su trabajo que es de una calidad impresionante, como en la cantidad de imágenes que seguramente van a adquirir mayor importancia con el tiempo. El registro que hizo de la vida rural de México es histórico y valiosísimo. Como persona era una mujer maravillosa, con una calidad humana sensacional y gran vitalidad. Era una de las personas más congruentes y honestas con su trabajo y su pensamiento, era de una sola pieza. No considero a Mariana como extranjera, ella era más mexicana que muchos mexicanos y nació en Estados Unidos por puro accidente, ella misma se consideraba mexicana con un enorme conocimiento de la cultura popular. Curiosamente Mariana tenía siempre broncas de dinero, recuerdo que siempre andaba con su bochito viejo hasta que unos meses antes de que falleciera se formó una fundación en su nombre para además de proteger y cuidar su archivo, que sea usado como fuente de estudio. Me hubiera gustado haber tomado muchas de sus fotografías; ella tiene una gran cantidad de imágenes que me conmueven. Mariana siempre fue la más abierta a las propuestas sin jugar nunca al rol de ‘artista’ y definitivamente nunca vivió de la pose.”

Miguel Fematt

“A Mariana la conocí hace cuatro años cuando le dedicamos el Junio, mes de la fotografía. Hace un año cuando vino a presentar el libro de Tlacotalpan ya estaba muy mal con el Alzheimer declarado. Hubo una fiesta en casa de Manuel González y ahí me la encontré. Era como muy jarochona, a pesar de ser blanca y güera se movía como una mexicana, usaba huipiles no por folklorizar sino porque de verdad le gustaban. Muy gustoso de verla le
pregunté: ‘oye Mariana ¿cómo estas? Y me contestó: pues de la chingada ya te imaginarás, pero tengo mucha hambre. Y se empezó a servir su plato.
Mariana Yampolsky como fotógrafa es de esos personajes fundamentales en la historia de la disciplina en el país. Con su sinceridad, honestidad y visión de la justicia no solamente fotografió México como una tierra de folklor o de elementos auténticos que podían ser fotografiables, sino que también hizo de su trabajo un argumento de lo bonito, lo triste y lo feo de las culturas indígenas que sobreviven. Sus imágenes son tan bellas que uno pensaría que se quedó en la superficie, pero al conocer su trabajo uno sabía que su compromiso era muy auténtico. El ojo de Mariana fue un ojo justo, un ojo sabio que valoró lo que era el país y lo retrató con amor. Yo creo que su forma de morir fue muy adecuada, pues no me la hubiera imaginado quejándose y sufriendo. Siempre fue muy positiva y alegre”.
Héctor Vicario

Yo soy tlacotalpeño y no he tomado fotos de Tlacotalpan así que le agradecí personalmente a Mariana que halla retratado de manera tan digna y bella a mi pueblo. Hay muchísimas imágenes en este trabajo que además de su belleza en sí registran a personajes importantes que ya murieron. El trabajo de Mariana es fundamental para entender a las etnias, sin que esto quiera decir que se dedicó solo a ellos, pero creo que es básica su obra etnográfica. Mariana poetiza la imagen, hay una intención artística que va más allá del mero registro, por eso su
mirada trasciende el momento, cada que se ve tiene nuevas lecturas. A Mariana aún no se le ha valorado como lo que es, aunque puedo decirte sí gozó de cierta fama pero desde mi punto de vista no la que le corresponde. Hay muchas fotos de ella que me hubiera gustado haber tomado por ejemplo la de la madre mazahua que es una foto de una ternura increíble. Está también todo el registro arquitectónico que hace en La casa que canta donde hay maravillosas impresiones. Las fotografías de Yampolsky son distintas a las de Nacho López, Walter Roiter, Graciela Iturbide, Flor Garduño. Su mirada marca un estilo inconfundible, ninguna otra persona pudo haber registrado como ella; tratando al indígena no como un ente folklórico sino como un pueblo que impacta por su otredad. Mariana se enamoró de México por ser un país muy fotogénico y no es ella la primera extranjera que deja de serlo, sin embargo no todos deciden quedarse aquí, no todos como ella se hicieron mexicanos por decisión.

Adrián Mendieta

Siempre fue respetuosa y generosa con quienes la admirábamos, era muy sencilla, incluso se decía a si misma “fotógrafa dominguera”. Yo tuve la oportunidad de presentar su trabajo aquí en Xalapa y escribí un texto en el que ponía toda mi emoción. Cuando ella me escuchó fue muy gentil y me pidió que se lo autografiara. Agradecía mis palabras como si fueran escritas por alguien realmente importante en la crítica, pues de ella ya habían escrito muchas personas con un reconocimiento indiscutible. Como fotógrafa fue una persona que logró un muy merecido lugar por su esfuerzo, por la calidad y lo que obtenía con su trabajo. Era una persona muy grata, cordial, generosa, paciente, algo que pasa a ser secundario en proporción a una obra tan gigantesca en cantidad como en calidad que nos ha legado. El terreno de las artes se presta mucho a la soberbia y la autoreferencia pero Mariana era muy discreta y ubicada. Me encanta la agudeza con la que descubría el detalle aparentemente más común pero que visto a través de su ojo se volvía una imagen sobresalinente. De su trabajo tan monumental hay muchas imágenes que me emocionan y que obvio, hubiera querido realizar. Su trabajo fue muy riguroso, sistemático y único, en ese sentido su aporte es enorme. Afortunadamente, su trabajo se reconoció en vida y se le quiso como persona aunque aún hay mucho de ella por conocer y reconocer. Mariana ya tiene su lugar garantizado. Es muy afortunado para nosotros y una maravilla que se haya quedado aquí para trabajar con la gente y nunca agotar su capacidad de sorprenderse.