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En
el contexto de los homenajes que la UV rindió en 2007 al
forjador de su Editorial, con motivo del cincuentenario de ésta,
fueron creadas varias colecciones, entre ellas la Serie Conmemorativa
Sergio Galindo, que integran algunos de los títulos más
sobresalientes de estos 50 años de labor y que inaugura,
precisamente, Polvos de arroz, con un ensayo preliminar de Sergio
Pitol titulado “Imágenes de una
linterna mágica”.
En esta novela corta cuya protagonista es la mismísima tristeza,
encarnada en una mujer, Camerina, que descubre la futilidad de su
existencia –“Julia, no sabes lo que es vivir como he
vivido, estaba como muerta”, le dice a su sobrina– cuando
ya no es posible desandar el trayecto, Sergio Galindo hace llegar
al lector un mensaje sutil pero claro: hay que disfrutar la vida
y procurarse la felicidad antes de que sea demasiado tarde...
El autor detalla el infausto peregrinar entre cuatro paredes de
Camerina, a quien despierta de su letargo perenne la aparición
de un amor a deshoras, y su hermana Augusta –“un par
de niñas tontas”, según su propio padre–,
quienes no han tenido otro desahogo en la vida que ir a misa o al
mercado, “en un tiempo en que la historia se hacía
en pausas largas en las que parecía no ocurrir nada”.
“Era una época en que se podía esperar muchos
años, muchos, sin apremio. De tal lentitud que a veces se
antojaba que podía seguir así interminablemente y
hasta se temía el más ligero cambio... Por eso, sin
duda, nunca hablaban de política y trataban de evitar cualquier
comentario que les hiciera comprender que la vida llevaba otro curso,
lleno de cambios decisivos”, narra el escritor en uno de los
nueve capítulos del libro.
Tras el título, que hace alusión al cosmético
utilizado desde principios del siglo XX para blanquear la piel,
subyace el conformismo de vivir, la imposibilidad de enmendar el
destino. Cuando Camerina visita la gran ciudad para ir en busca
de su enamorado –casi medio siglo más joven que ella–,
en unos grandes almacenes su sobrina le pregunta por qué
no cambia de polvos y le responde: “Estoy contenta con los
que uso... ¿O crees que me quedan mal?”, para decidirse
finalmente por los habituales polvos de arroz.
La protagonista, víctima y verdugo de sí misma, admite
su amargura cuando su joven enamorado, al que conoce solamente por
carta, le pregunta si antes ha experimentado la dicha: “No
puedo decirte que he sido feliz, porque he descubierto que la felicidad,
si existe, debe ser algo por lo que se lucha mucho y se hacen cosas
malas. Yo no he luchado, ni he hecho mal... Nos hemos encontrado
en un momento en que lo único que considero seguro es la
muerte y el desatino de esta vida que no sé por qué
he vivido”.
Al darse cuenta de la imposibilidad de conquistar a un veinteañero
y vivir un disparatado amor senil, Camerina Rabasa claudica. “Quería
morirse, acercarse a un abismo y dar el paso, caer; pero caer en
algo absoluto, negro, hondo, donde ya nada sucede, donde no existen
las voces, ni las risas, ni los números. No pensar jamás
en números, no saber que tenía setenta, setenta abominables,
ridículos, años...”.
Sin caer en extremos sentimentaloides o caricaturescos, Galindo,
virtuoso del arte de escribir, transmite al lector ternura y lástima
por una mujer anciana y obesa que no puede recuperar el tiempo perdido
y sólo espera el final, y le envía, al mismo tiempo,
un guiño de alerta, una recomendación que será
tan útil dentro de mil años como lo fue hace media
centuria.
Polvos de arroz, igual que el resto de las obras que conforman la
Serie Conmemorativa Sergio Galindo: Imagen primera, de Juan García
Ponce; Infierno de todos, de Sergio Pitol; Los hombres verdaderos,
de Carlos Antonio Castro; Diario semanario y poemas en prosa, de
Jaime Sabines; Los muros enemigos, de Juan Vicente Melo; Ocnos,
de Luis Cernuda; El norte y La veleta oxidada, de Emilio Carballido,
y Ven, caballo gris, de José de la Colina, se encuentra a
disposición del público en el Servicio Bibliográfico
Universitario, ubicado en Xalapeños Ilustres 37, y en la
Feria Permanente del Libro Universitario, situada en Hidalgo 9. |